Lo engañaron y su desbordante narcisismo terminó por lanzarlo al vacío cuando se le reveló la abismal verdad.

El portal Prodavinci invisibilizó el horror con un escueto despido a Willy Mckey de la empresa en la que había trabajado.  No lo ayudaron. No hubo socorro a tiempo a su persona. Conocían su patrón conductual. Porque su desenfrenada irreverencia beneficiaba en promoción y publicidad a Prodavinci como a otras instituciones culturales y políticas más, donde este trabajaba.

Le hicieron creer a Willy Mckey que era un genio y que tenía una obra artística consolidada, que era una inteligencia fuera de lo común. Si era de Catia habría de llegar a ser como José Ignacio Cabrujas. Y se lo creyó. Lo engañaron y su desbordante narcisismo terminó por lanzarlo al vacío cuando se le reveló la abismal verdad.

Después, plantearse arrancarle el premio de poesía Rafael Cadenas a su cadáver, se constituyó en otra forma de lo aberrante. ¿Juan Guaido llegaría a saber que aquel joven que lo asesoró en sus discursos presidenciales era un ser con un profundo padecimiento que hería y causaba daño acumulando víctimas? Basta ver el canal Youtube, donde por años el personaje trágico exhibió la corrupción del alma de buena parte de la intelectualidad venezolana con un trío de cómplices, junto a un mal comediante llamado profesor Briceño que invocaba a la perversión vengativa de drogar a las mujeres cada vez que estas les fueran infieles a los hombres para luego violarles el alma con un condón.

El programa tenía miles de seguidores que aplaudían, que reían en un frenesí desquiciante. No era un programa de comedia, era un programa de la burla y el vejamen a la condición humana. Era la paradoja de una intelectualidad que a su vez, en su tradición, se oponía y se opone al horror de la dictadura que hace padecer al país que dice defender Prodavinci. Pero con sus intereses personales y ambición, establece una elipse de identidad con la narcodictadura. Algunos intelectuales piden prudente silencio y olvido en esta terrible circunstancia, el mismo silencio que le pidió Jean Paul Sartre a Albert Camus, cuando este le solicitó denunciar los horrores que cometía la dictadura estalinista tanto como la que cometía la nacionalsocialista.

Pero el espectro de la cultura en Venezuela carga con muchos monstruos silenciados ayer y hoy, pero celebrados en la palestra pública por sus virtudes. En el teatro, en el cine, en la exportación de la belleza de la mujer venezolana: el Miss Venezuela. El hallazgo del sistema de orquestas infantiles y juveniles que tanta gloria trajo a la nación, fue fundado por la genialidad de un pedófilo que desgració la vida de muchos niños y jóvenes en el territorio nacional. Cada vez que llegaba a un estado se le ofrendaba a un efebo que soñaba con la gloria. Ser el más grande músico de todos los tiempos. Con ‘el maestro José Antonio Abreu’ se instaló el síndrome del doctor Fausto, pero también, se consolidó el horror enmascarado de su legado musical aplaudido en el mundo a través de su más dilecto discípulo.

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