Sir Laurence Olivier y Vivien Leigh, en una representación de la ‘obra escocesa’, con la Royal Shakespeare Company.

El mundo de la escena es un universo de supersticiones, pero si hay una obra que se lleve la palma en este sentido es Macbeth, de William Shakespeare, considerada maldita. En el Reino Unido se evita incluso citarla por su título, y mucha gente se refiere a ella como la obra escocesa.

No se trata de una superstición menor; de hecho, en los países anglosajones está prohibid» pronunciar el nombre de Macbeth dentro de los teatros. Hace unos años, en la puerta del Barrymore Theatre, en Nueva York, se podía leer este aviso: “Está usted a punto de entrar en el Barrymore Theatre. Los productores le ruegan que se abstenga de pronunciar el nombre de la obra que va usted a ver mientras se encuentre entre estas cuatro paredes”.

La Royal Shakespeare Company prevé incluso un remedio para evitar la catástrofe si alguien rompe esta norma: “Salga del teatro, dé tres vueltas, escupa, maldiga y entonces llame a la puerta del teatro para que le permitan entrar de nuevo”.

Pero ¿de dónde viene esta maldición? La explicación, según los estudiosos de Shakespeare, tiene su origen en la época en la que el dramaturgo situó la obra, la Escocia del siglo XVI, en la que reinaba James VI. El monarca estaba obsesionado con la brujería desde la muerte de su madre, María Reina de Escocia, y eran frecuentes las cazas de brujas.

Cuando, en 1589, el Rey viajaba desde Dinamarca a Escocia junto a Anne, su nueva esposa, estuvo a punto de naufragar, y James VI culpó a los conjuros y brujerías. Ordenó una caza de brujas en la ciudad costera de North Berwick y escribió un tratado, titulado Daemonologie, un tratado en el que alentaba la persecución de estos seres.

En todo este ambiente, del que se había contagiado Inglaterra, bebió William Shakespeare, que escribió Macbeth en 1606 (se publicó en 1623) y que incluyó referencias directas a la desgraciada navegación del Rey James.

Shakespeare incluye en la obra a tres brujas que marcan de algún modo el destino de su protagonista; la leyenda dice que el dramaturgo investigó el mundo de la brujería en profundidad y que los hechizos que incluyó en el texto, así como los ingredientes que menciona en él —“Lancemos en ella la piel de la víbora, la lana del murciélago amigo de las tinieblas, la lengua del perro, el dardo del escorpión, ojos de lagarto, músculos de rana, alas de lechuza...”, reza el texto— los empleaban brujas reales en sus conjuros.

La historia de la maldición de Macbeth comenzó en su propio estreno. Según la leyenda, el actor que debía interpretar al protagonista murió repentinamente y el propio Shakespeare debió asumir el papel; se rumoreó que en las representaciones se usaron dagas reales en vez de las de guardarropía, y que eso habría causado la muerte del actor.

Se habla también de una maldición arrojada sobre la obra por brujas reales de la época a quienes no gustó que Shakespeare las retratara en escena.

El caso es que las representaciones de Macbeth han sido a menudo accidentadas. En 1849, el alboroto que causaron en el Astor Palace de Nueva York los partidarios de dos actores rivales, Edwin Forrest y William Charles McReady (que interpretaban la obra en dos producciones distintas), causó al menos veinte muertos y más de un centenar de heridos.

Más leña que aviva la maldición de la obra: un actor que interpretaba a Duncan en una representación en Amsterdam en el siglo XVII murió al recibir una cuchillada de una daga real; durante un combate en escena en 1947, Harold Norman, el actor que interpretaba a Macbeth, murió; el legendario Laurence Olivier estuvo a punto de morir en escena al caer un contrapeso al escenario a escasos centímetros de donde él estaba; durante el tiempo en que se presentaba una producción de la obra en 1942, dirigida por John Gielgud, murieron tres actores, el intérprete de Duncan y dos de las brujas; en 1948, la actriz Diana Wynyard, que encarnaba a Lady Macbeth, cayó al foso de la orquesta desde una altura de cuatro metros y medio; para burlarse de la supuesta maldición, había decidido hacer la escena de su sonambulismo con los ojos cerrados.

Una de las últimas víctimas de la maldición de Macbeth fue un actor que participaba en una producción protagonizada por Kenneth Brannagh; resultó herido, precisamente, en una escena de lucha con el respetado intérprete shakespeariano.

Publicado originalmente en https://www.abc.es

 

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