Nomadland es un vivo retrato —demasiado vivo— de una parte de la sociedad americana, y de ahí su logro y su impacto.

Nomadland es una de las películas que compiten este año por los grandes premios, incluidos los Oscar, actuada y producida por Frances McDormand y dirigida por Chloé Zhao. El muestrario para los premios de este año está muy reñido con una serie de propuestas cinematográficas dónde afortunadamente prelan las expresiones humanas sobre los fantásticos súper héroes. El cine más volcado al arte que a los fuegos artificiales tecnológicos, más de actuación que de florituras.

Muchas de estas películas están poniendo el dedo en la llaga de múltiples aspectos de la realidad, sobre todo la norteamericana, y Nomadland no es la excepción, salvo un estilo más cercano a lo que fue el neorrealismo italiano. La realidad, la dura realidad, golpeándonos en cada plano, sin subterfugios ni evasiones.

La película podríamos decir que narra la cotidianidad de los houseless como se define la protagonista, tratando de diferenciarse de los “homeless”, la manera gringa de llamar a los indigentes.  Los houseless”, como ella, tienen un techo, aunque en este caso rodante, ya que es el del vehículo donde ella “vive”.  No tienen casa, pero han hecho de su RV —así los llaman en EEUU— vehículos recreativos, su hogar. Viven sobre ruedas.

La película se basa en un libro Nomadland: surviving America in the XXI de Jessica Bruder, basado en las experiencias de los houseless, muchos de los cuales aparecen en la película, representándose ellos mismos, acentuando la hiperrealidad de la historia. Ellos no tienen que actuar sino simplemente mostrarse como son, como viven.  Cada uno tiene su historia, pero todos tienen algo en común, son los desamparados de una sociedad, los nómades de un país. Viven con la vida y la casa a cuesta. Son como los caracoles. Estadísticas confiables hablan de un millón de caracoles en EEUU, que viven en sus casas rodantes.

Son la pesadilla de la parte del sueño americano. Una realidad nada idílica. Producto de una sociedad que los ha desamparado. Una estructura que no ha sido capaz, a pesar de los grandes recursos, de crear una red de protección social. Un sálvese quien pueda y como pueda. El individualismo llevado a su máxima expresión, y la consecuente soledad. Porque de eso se trata el asunto, de la inmensa soledad de todos esos seres. El mal mayor que deambula por toda Norteamérica.

Vivo desde hace casi cuatro años en EEU y aun cuando no lo he recorrido —es casi imposible— me doy cuenta que hay dos cosas dificilísimas de encontrar aquí: un vehículo Renault y un perro callejero.  Pero te puedes encontrar en todas partes gentes callejeras, la calle es su hogar.  En la esquina de mi casa —bueno la llamo esquina, pero está a una milla— hay una de las tantas farmacias del territorio, en sus alrededores siempre veo deambulando a un ser, afroamericano —según el eufemismo— en silla de ruedas y a quien le faltan las dos piernas, quizás perdidas en alguna guerra, de las de armas o por diabetes, la otra guerra interna. Es la propia imagen de la desolación, con sus muñones vendados y con infinidad de bolsas plásticas colgando de su silla, llevando la vida —o lo poco que de ella tiene— a cuestas. Y no estamos hablando de una comunidad pobre sino de un entorno que podríamos señalar de clase media. Es una imagen demasiado cotidiana, exageradamente golpeante en la primera potencia del mundo. Demuestra evidentemente que la desigualdad es mayor aquí que en otros países desarrollados.

Philip Alston —relator de la ONU para la pobreza y los derechos humanos— señala que: “La persistencia de la pobreza extrema es una decisión política hecha por aquellos en el poder”. Es evidente el contraste entre la riqueza extrema y la pobreza bárbara.

En Suiza, tan primer mundo como EEUU, el salario mínimo es US$ 25, mensualmente US$ 4.300.  En EEUU es $7.25 desde el 2009 —hace doce años—, pudiendo incluso darse el caso de que los que reciben propinas se les pague sólo US$ 2.13 la hora o que a los jóvenes en sus primeros trabajos US$ 4.25. Actualmente se discute aprobar en el congreso US$ 15 la hora en todo el territorio, pero los senadores republicanos lo rechazaron.  Eso ratifica la apreciación de Alston. Cuarenta millones —12% de la población— viven en pobreza extrema.

En la película, el personaje de Frances tiene dos o tres oportunidades de vivir en una casa, la que le ofrece una compañera de ruta, la de su hermana, o la del que volvió con su familia. Pero no, regresa a su lugar original, para deshacerse de lo poco que le quedaba en un depósito y visitar las ruinas de lo que fue su hogar. El pueblo desapareció y desapareció tanto que su código postal fue eliminado. Una evidencia de que no existe. Y déjenme recordarles que en EEUU si tú no tienes una residencia fija hay dos cosas que no puedes hacer: tener una cuenta bancaria y votar. En la cuna del capitalismo mundial no puedes tener el dinero en el banco y en la cuna de la democracia mundial, no puedes votar. Es decir, no existes, un fantasma deambulante.

La sobrevivencia de ella y otros similares se asienta en trabajos temporales en Amazon, el emblema de la super empresa, que los acoge por tres meses pagándoles el espacio donde pueden permanecer sus vehículos. Y después a quedarte donde puedas, a trabajar en lo que consigas y a calentarte tu lata de sopa Campbell.

Nomadland es un vivo retrato —demasiado vivo— de una parte de la sociedad americana, y de ahí su logro y su impacto. Dificulto que alguien que conozca este país no haya sido tocado por lo que se muestra. Como dato curioso debo señalar que, durante mi larga vida, como amante del cine, he visto incalculable número de películas, pero debo reconocer que, en esta es la primera vez —sí, la primera vez— en que aparece una escena, donde el personaje de Frances, defeca, da del cuerpo, evacua —o cualquier otro eufemismo para señalarlo— jamás he visto en otro filme esa imagen de alguien en una acción tan simple, tan universalmente cotidiana, como poner la cagada.  Problemas estomacales o simbolismo aparte.

NOMADLAND (Nomadland), EEUU, 2020. Dirección: Chloé Zhao. Guion: Chloé Zhao sobre el libro de Jessica Bruder. Fotografía: Joshua James Richards. Música: Ludovico Einaudi. Elenco: Frances McDormand, David Strathairn, Linda May, Charlene Swankie, Bob Wells, Gay DeForest, Patricia Grier.

 

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