De la poesía, imagen hecha letra, de su mujer destilando maduros y encendidos amores, y del recién bienvenido Cristo de sus adentros —Dios hecho humano— nos habla abiertamente el escritor para establecer los certeros y delimitados límites de su triángulo afectivo más reciente.

Volvimos a nacer el día que Cristo caminó / sobre la intemperie de nuestras almas. / Volvimos recontando sus huellas y parábolas / desbordantes de amor y poesía. / Volvimos con esa otra luz más pura /alumbrando nuestro interior./ Volvimos religados a su Palabra.

Alfredo Pérez Alencart se hace uno con Jesús, con Cristo, con Jesucristo; la necesidad de re-ligación con un Ser Superior, justo y bueno, habita también en su heterogénea y múltiple poesía. Salmos y cánticos, versículos y alabanzas, loores y aleluyas, devociones y saetas, antífonas y ofrendas le son ofrendados por el escritor a un Cristo doméstico, familiar, hogareño, que habitó, primero, a su solaz, en el corazón de la mujer del poeta, para luego proponerle al escritor cotidianos desafíos, inéditos credos a su afectivo y gozoso corazón de juglar de un dual y recién estrenado fervor, divino y mundano, carnal y espiritual:

«Yo la amo con su Jesús de la abnegada entrega, / con su Jesús que también está dentro / de mi sangre, creciendo en toda mi alegría, / acarreando panales llenos de amor / para que la canción del hombre se arrime al milagro / y no falte dulzura al resto de la esperanza».

Pérez Alencart exterioriza sus renovados bríos por la palabra múltiple. De la poesía, imagen hecha letra, de su mujer destilando maduros y encendidos amores, y del recién bienvenido Cristo de sus adentros —Dios hecho humano— nos habla abiertamente el escritor para establecer los certeros y delimitados límites de su triángulo afectivo más reciente:

“Tú estarás viva en mí, / poesía de los dólmenes / y de las generaciones / que traerá el futuro. / Viva para convertirme / en raíz o mordedura, / salto mortal del rugido / imantado al vientre / desnudo de la esposa. / Viva estarás en la cruz / donde un pródigo Jesús / sigue fijando el amor / que embrujula al hombre. / Tú, ella y Él estarán / acompañándome dentro, / allí donde cosechamos / el fruto de las querencias”.

Un Cristo más humano, menos Dios inaccesible y más hombre solidario, es exaltado y requerido por un poeta que efectúa hondos reclamos contra un mundo cristiano que dejó de lado al cristianismo:

“¡Ah con las hogueras desgastadas por los fríos opresores! / ¡Ah con las llaves perdidas por tantas lenguas castigadas! / ¡Ah con el lavado de cerebro para gravitar en la soberbia! / ¡Ah con la mala costumbre de no escuchar al desposeído! / ¡Ah con el polvo cegador de las celebraciones sin origen!”.

Al momento de establecer las bases, de sentar las premisas de su muy personal y sentido Credo, el escritor aprovecha su palabra para recriminar de frente y sin reservas a aquellos —cómplices, mercaderes, fieras en circo, falsas monedas, plañideras en vuelo— que se olvidaron del fundamento de la Palabra del Señor:

“Creo en Jesús, /  pero no en quienes regentan / iglesias de altas cúpulas / mientras compran acciones / o digieren manjares y dictaduras / con devoción pecaminosa (…) Creo en los presagios cumplidos / y en las revelaciones que tienen cobijo / en el asombro alumbrador / del tránsito humano”.

Pérez Alencart hace de Jesús un motivo privilegiado de su más reciente poesía. Innumerables versos le son dedicados por el poeta al Redentor para confesar a poema vivo, libre el corazón de culpas y opresiones que:

“somos parábolas aparecidas con músicas y lágrimas / en días ungidos para ser tránsito hasta nuevas liturgias (…) aquí se demora el amor por el Cristo del alma, / aquí sigue derramándose su sangre germinal / y sus hechos que son llaves abriendo la puerta del reino. / Valga su gravitante ofrenda inalterable / y sírvanos también la suma de sus bienaventuranzas”.

La conciencia de su mortalidad lleva al poeta a tener más conciencia de la eternidad. Sabiéndose perecedero el escritor quiere apostar por una trascendencia luminosa asentada en la palabra y obra de Jesús el Redentor, de su Cristo del Amor, el Sol de los ciegos. Exaltado de fe, Pérez Alencart convoca al Señor para efectuar personales y bienvenidos bautismos y esponsales:

“Venga a nosotros tu palabra / impregnada de amor y profecía. / Venga tu llama de adentro / y vengan tus manos a tocar nuestra frente / o sumergir nuestras almas descarriadas / en aguas bautismales (…) Aconteces, Cristo, como dádiva o reino / que todavía sigue siendo herida, / como sol de los ciegos de espíritu, / como sentido de continuidad al rojo vivo, / sobreviviente, siempre sobreviviente bajo la piel / de los hombres que asimilan tiernamente la Palabra”.

Despojado su corazón de las malquerencias, reconciliado consigo mismo y con su prójimo, el escritor experimenta una íntima y bienaventurada sensación de placidez, de concordia, de armonía que su poesía escatológica recoge con humildad y sabiduría:

“La vida está llena de traiciones / y el cuerpo se quema bajo el carbón azul del raciocinio. / Pero ¿dónde se cobija la vida y dónde los huesos calcinados? / La única brújula es el amor enhebrado / al misterio de la amistad, a la comunión del sentimiento, / a las despiertas pupilas de un linaje que nos consagra / a buscar certezas en la inolvidable cruz de Cristo”.

La lectura directa y sin intermediarios, personal y meditada, introspectiva, de la Palabra de Dios, de las Sagradas Escrituras, de los Santos Evangelios, le otorga nuevos bríos al poeta y nueva savia a su poesía. Abreva el corazón del escritor en salmos y versículos, canta sin vergüenzas aleluyas y hosannas, recibe la paz de sus correligionarios, asiste al templo sin pretensiones y le otorga franca mano al necesitado de alimento y de justicia. Cristo lo ayuda, en esta compleja etapa de su existencia, a ser más él. En una nueva y eterna Alianza con el Señor de los desposeídos, con el Cristo del Amor, el poeta confiesa su perdurable religación, su unión firme y sincera que puso fin de una vez y para siempre a “las confusas resonancias, / los insulsos espejismos”.

A objeto de que no quede ningún asomo de duda acerca de la firme e irrevocable decisión espiritual tomada para estar y ser con Cristo, Pérez Alencart reitera, en íntima eucaristía, el compromiso filial asumido con Jesús:

“Ecuánime tras maniatar los silbantes ajetreos, / mi espíritu tiene sed y hambre de hacerse / de la familia del Señor que cambió / la crónica del mundo. Hacerse hijo del Hijo / en cercanía sin fin, puliendo las oraciones / con palabras extraídas de su cuerpo, / recogiendo la sangre derramada para empezar / la transfusión de misterios terrenales / y la voz de la montaña. Nada más que amor / se necesita junto a una fe macerada en vino / y pan horneado para estar en comunión / con la creación entera… ¡Escúchame! / Se quiebran las horas y apuro las copas, / la escritura y el último silabeo”.

 

 

 

 

 

 

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