Teatro Guzmán Blanco (Teatro Municipal de Caracas) en 1887. Foto de Federico Lessmann.

Los aportes culturales del siglo XIX han sido estudiados de manera somera y en el caso de la dramaturgia el desconocimiento es casi universal, aunque a partir de 1817 se pueden identificar algo más de cincuenta dramaturgos y casi trescientas obras.

El colombiano Isidro Laverde Amaya en Viaje a Caracas (1885) registró veintisiete autores y Eugenio Méndez y Mendoza en “Teatro Nacional”, incluido en el Primer libro venezolano de literatura, ciencias y bellas artes (1895), estudió a los principales dramaturgos conocidos. Pero al entrar el nuevo siglo todo quedó en el olvido, salvo por la Historia y crítica del teatro venezolano del siglo XIX (1986) de José Rojas Uzcátegui.

Pero al entrar el nuevo siglo todo quedó en el olvido, salvo por la ‘Historia y crítica del teatro venezolano del siglo XIX’ (1986) de José Rojas Uzcátegui.

En 1817 Gaspar Marcano escribió El encuentro del español Pablo Cabrera con el patriota Francisco Machuca en las alturas de Matasiete, obra política para celebrar la derrota de Pablo Morillo en la isla de Margarita en agosto de ese año. Se elogia a Virginia (1824) de Domingo Navas Spínola; pero a su lado están varios autores de espíritu americanista y siguieron los que desarrollaron el romanticismo, el discurso hegemónico del siglo en sus varios estilos, con nombres como Eloy Escobar, Pedro Pablo de Castillo, Heraclio Martín de la Guardia y Eduardo Blanco.

Los dramaturgos venezolanos comprendieron el compromiso con la naciente república. Rafael Agostini escribió Cora o los hijos del sol (1837) sobre la confrontación de dos culturas en el mundo incaico, y Pedro Pablo del Castillo exaltó a la generación libertadora en El 19 de abril o un verdadero patriota (1842). Partícipes en la construcción de la nueva república, los dramaturgos participaron de la  leyenda negra en sus empeños por no parecerse a la herencia española y encontraron en el romanticismo francés sus fuentes de inspiración y modelos discursivos. Heraclio Martín de la Guardia es su máximo exponente.

Tenemos grandes temas y personajes olvidados y/o ignorados que pueden enriquecer nuestros escenarios. Nicolás Rienzi (1862) de Eloy Escobar representa a uno de los héroes románticos radicales de nuestro teatro. Adolfo Briceño Picón en 1872 creó El tirano Aguirre, primera vez que este personaje de nuestra historia fue objeto de ficción. Briceño Picón es el padre del teatro histórico venezolano. También representó Ambrosio de Alfinger, los alemanes en la conquista de Venezuela (1887). Es el dramaturgo más sólido del siglo XIX. Dos grandes retos para cualquier actor.

El teatro venezolano desconoce su propia historia. Tenemos conocimiento parcial de los dramaturgos. Nicanor Bolet Peraza, José Ignacio Lares y Aníbal Dominici significan un cambio importante porque dan los primeros pasos hacia el realismo. La crítica se detuvo en A falta de pan buenas son tortas de Bolet Peraza y olvidó Luchas del hogar (1875). Aníbal Dominici es nuestro Henri Ibsen con La honra de la mujer (1880), drama sobre las fisuras del matrimonio. Eduardo Blanco está reducido a Venezuela heroica sin considerar Lionford (1879), el melodrama más exquisito de la época.

Lo mismo ocurre con autores del siglo XX en el inicio de la modernidad teatral. Las sombras(1909) de Salustio González Rincones es el primer drama en el que un dramaturgo se interroga sobre el país y su situación en él ante el poder. Rómulo Gallegos se salva, y no tanto, por las esporádicas puestas en escena de El motor (1910) no muy afortunadas. Enrique Planchart en La república de Caín (1913-1915) se adelantó a algunos europeos y propuso una nueva teatralidad para representar la perversión del régimen castro gomecista. Los tres representaron por primera vez un perfil de lo que somos como nación y sociedad.

Elisa Lerner

El olvido de buena parte de nuestra dramaturgia responde a varios factores, el primero la ignorancia de nuestra historia teatral. También la carencia de grupos de teatro estables con proyectos a mediano y largo plazo; el exceso de individualismo y primeros actores sigue minando proyectos colectivos; sin obviar la falta de buena sintonía entre los dramaturgos venezolanos y los directores. No son pocos los autores que escriben sin ver sus obras en los escenarios.

Con lo ocurrido con la dramaturgia abandonamos y rechazamos nuestra herencia e identidad; nos desposeemos de un valioso patrimonio cultural y espiritual; nos presentamos ante los otros desposeídos de raíces. Algo parecido podemos decir de buena parte de la del siglo XX. Se dice que Rodolfo Santana escribió 70 o más obras, pero ¿cuántas han sido representadas y por quién?

En El Nuevo Grupo se dieron circunstancias particulares que permitieron que en sus espacios estrenaran una treintena de autores nacionales. En los últimos veinte años se ha editado un buen número de obras, y me pregunto a quiénes les han interesado. Alejandro Lasser, Ida Gramcko, Elizabeth Schön, Elisa Lerner y Edilio Peña son nombres sin presencia. El general Piar de Lasser, La rubiera de Gramcko, La aldea de Schön, En el vasto silencio de Manhattan de Lerner y cualquiera de Peña esperan. ¿Hasta cuándo? ¿Alguien está interesado en el teatro de Gilberto Pinto o en el de Xiomara Moreno?

Nos engañaron cuando dijeron que éramos la capital mundial del teatro mientras nuestros dramaturgos, en su inmensa mayoría, son sonoras ausencias escénicas.

Publicado originalmente en https://pasionpais.net

 

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