En el año 1960 cuando asistí como espectador privilegiado a la función de estreno en una Aula Magna, atestada de gente, de la Universidad Central de Venezuela, de la obra Santa Juana de América en representación del Teatro Universitario y bajo la dirección de Nicolás Curiel, no podría decir que mi vida cambió, sino que, para ser más preciso y sincero, debería aseverar que mi vida comenzó.
Ya yo había presenciado, por azar, una función de Pozo negro del mismo TU en la Escuela Técnica Industrial —actual Facultad de Ciencias—, pero esta era una especie de teatro guerrilla al aire libre, pero el golpe mortal, o mejor dicho vital, fue mi presencia en la maravillosa Aula Magna. Al día siguiente ya yo estaba en el TU, mi sentimiento de esa noche, cuando me dije a mi mismo, “Yo no quiero estar aquí abajo como espectador, yo quiero estar en ese escenario” se hizo realidad de inmediato. Debo reconocer que el hecho de que mi padre era colaborador del TU me facilitó el asunto. Había comenzado ese mismo año mis estudios en el Instituto Pedagógico, que afortunadamente sólo ocupaba mis mañanas, y ya esa tarde estaba yo detrás del escenario ayudando en lo que fuera, para que la siguiente función se llevara a cabo. Y lo logré. Empecé a crecer en el magnífico Teatro Universitario de la ilustre Universidad Central de Venezuela.
Nicolás Curiel había comenzado, como muchos otros, su actividad teatral en el Liceo Fermín Toro, bajo la égida de Alberto de Paz y Mateos, esa extraordinaria herencia que la guerra civil española nos legó a los venezolanos. Después de una tronchada carrera de Derecho, se marchó a Paris, donde bebió en directo sus mejores influencias teatrales, algunos hablan de Brecht como su nutriente esencial, pero su influencia más decisiva fue Jean Vilar y sus montajes del Teatro Nacional Popular.
Con ese bagaje en su morral, regresa a Venezuela donde en 1957 la Dirección de Cultura de la UCV lo nombra director del Teatro Universitario, cargo que ejerció hasta 1968. Recién llegado se encuentra con un proyecto de representación del Don Juan de José Zorrilla, que era usual presentarlo todos los años, el día de los difuntos, en noviembre. Un Nicolás de 28 años y rodeado de otros jóvenes entusiastas, le da un vuelco a la obra, y hace una presentación espectacular en el Aula Magna, cambiando no sólo las propuestas anteriores, sino dándole un giro definitivo al teatro en Venezuela.
Rodeado de unos jóvenes talentosísimos: Elizabeth Albahaca, Alvaro de Rossón, Herman Lejter, Juan Catalá, Eduardo Mancera, Alberto Sánchez, Gianfranco Incerpi y sobre todo un mocito muy bien avezado, José Ignacio Cabrujas, emprende lo que va a significar la transformación de la forma de hacer teatro en Venezuela. Con ese grupo monta una serie de entrañables obras: El día de Antero Albán de Uslar Pietri, Pozo negro de Albert Maltz, Los fusiles de la Madre Carrar de Bertolt Brecht, Juan Francisco de León de José Ignacio Cabrujas, Los Miserables de Víctor Hugo, cuando aún no se habían hecho las versiones musicales y teatrales de esa obra, y otras varias.
Nicolás regresa a Paris con tres de esos jóvenes, Albahaca, Mancera y Sánchez, para su formación teatral y retorna a Caracas a volver a reconstruir el TU. Es entonces que hace el montaje de Santa Juana de América de Andrés Lizarraga. Me integro entonces a una nueva camada de jóvenes talentos.
Asdrúbal Meléndez, Eva Mondolfi, María Cristina Losada, Gustavo Rodríguez, César Díaz, Eduardo Gil, Eduardo Serrano, Lucio Bueno, Ricardo Salazar, Alicia Párraga, Freddy Galavís, Romelia Agüero, Enrique León, Carlos González Vegas, Isaura Corrales, Elisa Reymí, Rafael Lugo, Alicia Ortega y tantos otros, se unen a los más veteranos y se realizan los montajes de Arlequín servidor de dos patrones de Carlo Goldoni, Romeo y Julieta y Noche de Reyes de William Shakespeare, esta última en versión de León Felipe, Espectáculo 64, un compendio de varios autores, y la exitosísima Yo, Bertolt Brecht, una recopilación de textos y canciones de Brecht realizada por Nicolás.
Además de actuar, me convertí en el Jefe de Producción del TU, experiencia fundamental que me formó en esa área. Con el espectáculo sobre Brecht, en el año 1965, emprendimos una gira de seis meses que comenzó en el Festival de Nancy, en Francia, y que continuó con otro Festival en Varsovia y de ahí a Moscú y Leningrado en la URSS, Pekín, Shanghái y Hangchow en China, Berlín y Londres. Yo era la primera vez que viajaba fuera de Venezuela, y ese tour universal me nutrió enormemente. Estuve cinco años en el TU y esa vivencia, única y maravillosa, me ha servido para todo lo que he emprendido posteriormente en la vida.
En el año 1969, la Dirección de Cultura nombra a Herman Lejter en la Dirección del Teatro Universitario de la UCV y yo paso a ser su asistente. Se monta una versión espectacular de La Opera de los tres centavos de Bertolt Brecht, con un elenco extraordinario encabezado por José Antonio Gutiérrez y José Ignacio Cabrujas, y la dirección musical de Miguel Ángel Fuster. Inmediatamente después, el gobierno de Rafael Caldera allana la UCV, lo que paraliza la actividad universitaria y sustituye a sus autoridades.
Desde ese entonces, hice una mudanza al cine, donde han transcurrido muchas décadas de mi vida, pero la experiencia del TU fue fundamental. Por eso las infinitas gracias a Nicolás, porque fue mi primer maestro, la persona que me abrió los ojos acerca de la posibilidad de crecer amando el arte en general y el teatro en particular. En el año 1988 le dediqué a Nicolás mi película Profundo basada en la obra de teatro de José Ignacio Cabrujas, alumno suyo también. No encontré una mejor forma de homenajearlo y quiero decirle de nuevo, gracias, gracias Nicolás, porque muchas de las cosas que he sido se las debo a él.
La última vez que lo vi, estaba en la sala de su casa Los saltimbanquis en Caracas, que la había convertido en un escenario íntimo y privado, donde casi ciego seguía jugando al teatro, con sus recuerdos y marionetas, y estoy seguro que eso es lo que seguirá haciendo donde quiera que se haya ido. Larga vida a los juegos de la imaginación.