Recuperar las universidades autónomas se encuentra entre los grandes retos de los demócratas.

Durante más de dos décadas el régimen ha sometido a las universidades autónomas a un asedio permanente. No les ha dado tregua.

El acoso ha pasado por varias etapas: el ataque, con el fin de tomarlas y someterlas para concluir convocando una constituyente o revolución cultural universitaria; la asfixia financiera; y la indiferencia o abandono a su propia suerte. Las tres fases han perseguido el mismo objetivo: subordinarlas al proyecto chavista, antes, y madurista, en los últimos ocho años.

El heroísmo de los universitarios ha sido numantino. La Universidad no se ha doblegado. Pero, la erosión después de una lucha tan prolongada resulta evidente: las universidades autónomas se encuentran muy cerca del colapso. Un grueso contingente de profesores e investigadores se han ido de sus aulas, cubículos y laboratorios para emigrar o dedicarse a otras actividades más lucrativas. Los sueldos son miserables. Numerosos concursos de oposición quedan desiertos. ¿Qué sentido tiene concurrir a una convocatoria para la cual es necesario poseer un título de cuarto nivel, si luego la remuneración es irrisoria? Los alumnos no le encuentran sentido a cursar una carrera de cinco o más años, para luego ganar sueldos de hambre en alguna oficina pública o en las pocas empresas privadas existentes. Tampoco al personal técnico y de apoyo les atrae ir languideciendo en una atmósfera tan degradada. La Universidad —ese activo vital para el país— se ha ido depauperando, a pesar de la resistencia de su personal, por la aplicación de una política orientada a acabarla.  La UCV, la USB, la LUZ, la ULA y la UDO lucen desoladas, como los pueblos descritos por Miguel Otero Silva en Casas Muertas. El régimen pareciera disfrutar de esta decadencia, que no es solo de la infraestructura académica, sino también de los organismos gremiales.

No es común encontrar tanto desprecio y odio contra las universidades y el conocimiento científico, incluso en regímenes comunistas. Salvo durante ese período demencial que fue la Revolución Cultural China, las universidades se preservan como espacios en los cuales se investiga, se estudia, se divulgan conocimientos, se fomentan habilidades y destrezas útiles para trabajar e innovar. La Rusia soviética contaba con centros de excelencia donde se realizaban las investigaciones que permitieron que una nave tripulada orbitara por primera vez la Tierra y enviar a la perra Laika al espacio. Cuba, en medio de la depauperación en la que vive desde hace sesenta años, trata de mantener algunos centros de calidad.

Venezuela tuvo durante el período democrático universidades públicas y privadas extraordinarias, eje de la formación de las clases medias profesionales y sólido mecanismo de movilidad social ascendente. El personal académico y los profesionales universitarios eran un motivo de orgullo nacional. Ejemplo de modernidad,  progreso y equidad.

Hugo Chávez, primero, y luego Nicolás Maduro, acabaron con ese patrón. Trataron de sustituir las universidades autónomas —supuestamente elitescas y antidemocráticas— con un sistema de universidades bolivarianas. Partieron de un criterio erróneo: creer que la educación superior puede democratizarse expandiendo sin restricciones los límites de la matrícula escolar, acabando con el rigor académico que exige la incorporación de personal docente al escalafón universitario y eliminando la evaluación rigurosa de los alumnos. El resultado ha sido calamitoso. Las universidades bolivarianas se convirtieron en una fábrica con jóvenes que consiguen un título, pero que no obtienen la formación profesional, ni las habilidades que impone un mundo donde la tecnología, la creatividad y la innovación son los factores dominantes. Los centros de enseñanza bolivarianos, por añadidura, se encuentran muy alejados de las prácticas democráticas que rigen en las universidades autónomas. Las autoridades no son electas por la comunidad universitaria, sino por el gobierno. Generalmente es Maduro quien las designa, o en todo caso las aprueba.

El ‘modelo universitario’ chavista-madurista no solo mediocrizó toda la enseñanza en el nivel superior. También acabó con la democracia universitaria. Las universidades autónomas han sido excluidas del rango de las mejores casas de estudios superiores de América Latina, luego de haber ocupado durante décadas lugares sobresalientes. Las patentes internacionales de origen nacional que se registran son cada vez más reducidas. No puede ser de otro modo. Los laboratorios y centros de investigación han cerrado o sobreviven en medio de enormes dificultades. Los incentivos para descubrir e inventar son cada vez menores. Las autoridades de la UCV no han sido renovadas desde hace más de doce años. Las de las universidades oficialistas jamás han sido escogidas mediante el voto de los universitarios.

El cerco tendido contra las universidades autónomas, por fortuna, ha sido evadido en parte por algunas universidades privadas ejemplares. En Caracas, tenemos a la UCAB y a la Universidad Metropolitana, dos instituciones educativas donde la perseverancia y claridad de objetivos de sus conductores, han permitido que su ascenso sea sostenido. Esperemos que el gobierno las deje funcionar sin interferencias.

Recuperar las universidades autónomas se encuentra entre los grandes retos de los demócratas.

  @trinomarquezc

Publicado originalmente https://politikaucab.net/

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