A pesar de lo complicado que pueda sonar su argumento y su coqueteo con la metafísica, Soul es muchísimo más accesible de lo que parece.

¿Cuál es el sentido de vida, por qué estamos aquí?, ¿qué sucede cuando morimos?: dos de las preguntas que, en busca de la trascendencia, se han hecho religiosos, escritores, filósofos, artistas y cualquiera de nosotros, llegando siempre a respuestas disímiles en forma, pero parecidas en esencia.

La muerte es un tema omnipresente en nuestra existencia, desde el momento que nacemos somos bombas de tiempo andantes y, a partir de la pandemia de covid-19, la muerte está cada vez más presente en la palestra. A pesar de esto, la ficción infantil y animada se ha ido alejando progresivamente de ella, transformándola casi en un tabú. Pertenezco a una generación que, por suerte, logró tener en pantalla muchas historias que nos permitieron acercarnos a este tema: la mamá de Bambi, Mufasa —siendo asesinado por su hermano—, los padres de Tarzan, Ray… por no hablar del niño de Mi primer beso o Artax hundiéndose en el pantano de La historia sin fin. Esto, lejos de traumatizarnos, nos permitió desde muy pequeños tener imágenes sobre algo tan complejo y natural como lo es el final de la vida, abriendo un espacio para el diálogo con nuestros padres. No en vano, muchos autores han hecho hincapié en la importancia del storytelling como medio para hacer comprensible conceptos abstractos y su habilidad para crear vasos comunicantes con cuestiones intrínsecas a nuestra naturaleza. Es en este tipo de historias donde entra Soul, lo más reciente de Pixar. Un largometraje animado con tintes metafísicos que ha desatado una gran polémica por los temas que toca y el universo que construye.

Soul nos cuenta la historia de Joe (Jamie Foxx), un talentoso pianista enamorado del jazz cuya vida gira alrededor de la docencia y buscar alguna oportunidad para brillar como artista. Lastimosamente, a pesar de su carisma y entrega, Joe no ha tenido buena suerte en su carrera como músico, haciendo que su madre lo vea como una pérdida de tiempo y animándolo a decantarse por la docencia a tiempo completo para que siente cabeza de una vez por todas. Atrapado en la rutina, solo y atravesando la crisis de los 40, nuestro protagonista recibe una oportunidad que le cambiará la vida: un ex-alumno lo invita a formar parte de la banda de Dorothea Williams (Angela Bassett), una leyenda viva del jazz. Eufórico y a un palmo de alcanzar su sueño, Joe sufre un accidente, siendo transportado al ‘más allá’. Entrando en negación y queriendo evadir su destino, nuestro protagonista termina cayendo en el ‘más atrás’, un espacio donde se preparan las almas que deben encarnar en la tierra. Allí, luego de un mal entendido, se transforma en el mentor de 22 (Tina Fey), un alma que lleva siglos sin conseguir su ‘chispa’ y que no desea ‘bajar a la tierra’. Juntos, comenzarán un viaje para que Joe pueda regresar a la tierra y 22 pueda conseguir el ‘propósito’ de su existencia.

A pesar de lo complicado que pueda sonar su argumento y su coqueteo con la metafísica, Soul es muchísimo más accesible de lo que parece. Sin embargo, muchos de sus detractores la han acusado de ser compleja e, inclusive, anti religiosa (endosándole significados unilaterales que van desde el ocultismo, pasando por el existencialismo, hasta tildarla de una suerte de panfleto comunista anti establishment que busca lavarle la cabeza a los niños; visiones tan disímiles que se contradicen entre sí profundamente), desatando una controversia enorme alrededor de ella. Sí, desde la Kabbalah, son 22 los senderos del Árbol de la vida y la travesía de los protagonistas va de Kether (el comienzo de las emanaciones) a Malkuth (la manifestación y el plano físico); sí, 22 son los Arcanos Mayores del Tarot y podemos observar el tránsito desde El Loco (arcano 0) hasta El Mundo/Universo (arcano XXI) en el desarrollo de la historia; sí, podemos comparar a los Jerry como manifestaciones antropomórficas de Metatrón u otros ángeles  haciendo el mudra karana —quiet  coyote— para calmar la ansiedad de las almas; sí, podemos ver a Moonwind como un chamán y el mundo donde habita como una suerte de estado alterado de conciencia / viaje astral; sí, podemos analizar Soul desde el mono-mito del viaje del héroe (usando la perspectiva de Campbell, Pearson o Vogler) y detenernos en cada una de sus etapas; sí, podemos acercarnos a ella desde la perspectiva de la psicología analítica profunda e imaginarnos la Galería del Todo como el inconsciente colectivo y el viaje de Joe como la búsqueda de trascendencia de la que hablaba Jung, Neumann o Byington; sí, podemos estudiarla desde el mito de Sísifo y Albert Camus; sí, este párrafo puede extenderse indefinidamente, pero ninguna de estas amplificaciones tienen que tomarse como si fuesen literalmente el subtexto que nos quiere transmitir Soul. Como bien es sabido, el cine —como cualquier otra expresión artística— es un medio idóneo para la proyección de contenidos psíquicos, pero, como el papel lo aguanta todo, es muy fácil a través de la retórica buscarle las cinco patas al gato… el problema reside en juzgar una historia por lo que proyectamos en ella y no por lo que realmente nos dice. Por supuesto, me encantan todos los análisis esotéricos/ocultistas/psicológicos/metáfisicos que se puedan hacer de una película porque nos permiten verla desde múltiples aristas, pero valerse de un par de guiños para levantar teorías conspirativas y creer que el fin último del largometraje es ‘transmitir algo a los elegidos’ o ‘adoctrinar’ es algo absurdo (como ha sucedido con genialidades como The Matrix o Rosemary’s Baby, de las que cada vez se habla menos desde su aspecto cinematográfico por darle peso a visiones, en muchos casos, descabelladas).

Como todas sus homólogas de Pixar, Soul posee múltiples capas de lectura, lo que hará que los más chicos disfruten de la animación de los personajes, la comedia física y la música, mientras que los adultos nos veamos confrontados con cuestiones que, aunque son intrínsecas a nuestra existencia, solemos evadir. Curiosamente, se ha armado toda una matriz de opinión alrededor del largometraje por hablar de la muerte de forma tan ‘directa’, alegando el supuesto impacto negativo que puede tener esto en los niños, olvidando por completo que no es primera vez que Pixar trae estos temas a la palestra. De hecho, los dos largometrajes anteriores de su director y guionista Pete Docter (que, en esta ocasión, comparte créditos con Kemp Powers) también nos confrontan con el final de la vida, como el sacrificio de Bing Bong en Inside Out (¿recuerdan ver morir en pantalla a algún otro personaje de Pixar?) y, por supuesto, el tratado sobre el luto que es Up (sin medias tintas, directo al grano). A pesar de esto, la película en ningún momento posee un tono lúgubre, al contrario, Soul es una más coloridas y lúdicas del estudio. No en vano, dos de los tres guionistas detrás de su historia (Pete Docter y Mike Jones) han sido fichas claves en proyectos icónicos como Toy Story, Monster Inc., Wall-E, Up e Inside Out.

Siguiendo la línea de todos los largometrajes del estudio, Soul sobresale por el mundo que crea (animación) y el desarrollo de su premisa atractiva (argumento). Más allá de abrirse a múltiples amplificaciones y dejarnos reflexionando, el conflicto que propone su guión tiene mucho punch (lo que los productores suelen llamar un high concept, una historia que te engancha solamente con escuchar de qué va), es bastante fácil de entender (dos personajes deben ir del punto A al punto B y solucionar una situación X) y se desarrolla con una sencillez que la hace completamente accesible a todos. Una cualidad que hay que resaltar con mayúscula, porque cuando se tocan temas tan complejos —como la muerte o la trascendencia— es muy fácil perderse en los vericuetos de la narración y que esta no esté a la altura de la cuestión. Este acierto, en gran parte, se debe a sus protagonistas y al desarrollo de su arco dramático, ambos hacen una dupla con la que es fácil empatizar desde el primer momento. Joe y 22 se complementan rápidamente y nos permiten ver dos caras de la misma moneda (la levedad y el peso, la pasión y el hastío) que, en el transcurso de la historia, intercambian posiciones para aprender —junto al público— el valor de los pequeños detalles a través de los cuales apreciamos la belleza que es estar vivos. El conflicto es tan personal y privado que todos los personajes secundarios (Moonwind, la niña del colegio, Jerry, Terry, el babero, la madre Joe, etc) tienen intervenciones muy puntuales, haciendo que la aventura se centre en la relación entre Joe y 22, poniendo el foco dramático en su profunda transformación.

En el apartado técnico, Soul sigue subiendo la barra en la filmografía de Pixar. Dejando a un lado el trabajo de filigrana en la animación, uno de los puntos que más llama la atención es el nivel de preciosismo en la dirección de fotografía a cargo de Ian Megibben (Coco) y Matt Aspbury (Finding Dory y Bao). La dupla hace que cada plano sea como una postal de Nueva York llena de vida, color y calidez, al mismo tiempo que le da un toque etéreo y sutil a los espacios que componen el ‘más atrás’. Por último, la grata sorpresa que nos trae Soul y que empaqueta la historia con un broche de oro es la música Atticus Ross y Trent Reznor (The Social Network, Watchmen, The Girl With The Dragon Tattoo) que nos deleitan con un OST muy diferente al que nos tienen acostumbrados, moviéndose entre un potente jazz al mejor estilo de Rolfe Kent y un sonido sintético tan suave que nos envuelve sin que nos demos cuenta.

Soul es una de las apuestas más interesantes de Pixar en los últimos años, una rareza dentro de su filmografía. Más allá del apartado técnico (donde el estudio ha llegado a unos niveles de detalle obsesivos e imperceptibles al ojo humano), la riqueza del mundo que construye, sus personajes adorables y el desarrollo de su historia, el mayor legado que nos deja es una perspectiva madura, fresca y sincera sobre un tema que pocas veces solemos ver en pantalla (y mucho menos el cine ‘infantil’). Aunque muchos la han acusado de reduccionista por plantearse una de las grandes interrogantes de la vida y resolverla de forma tan humana, es precisamente, para mí, su mayor acierto. Como solía repetir un Gran Maestro que descansa en el Oriente Eterno: “una Verdad, para ser considerada como tal, debe ser sencilla”. Soul nos recuerda la importancia de luchar por nuestros sueños, pero sin perder nuestra humanidad en el camino, haciendo énfasis en algo tan vital como mantener y cuidar la chispa que nos hace disfrutar de estar vivos, recordándonos que el camino a la trascendencia está en los pequeños detalles. Una lección muy valiosa en los tiempos virtuales, caóticos y titánicos —obsesionados por el triunfo y las apariencias— que vivimos, una época donde hemos olvidado que desde el microcosmos de un pedazo de pizza podemos experimentar, en un instante, el macrocosmos y la eternidad.

Lo mejor: su premisa y desarrollo, evitando entrar en aguas profundas, pero coqueteando con diferentes tradiciones, abriéndose a múltiples lecturas. Sus personajes y su transformación. Su impecable factura visual y banda sonora: una de las películas más bellas de Pixar.

Lo malo: tener que verla en nuestras casas por la situación de la pandemia, Soul es de esas películas que había que ver en pantalla grande. Por los temas que toca, ha sido satanizada por los más religiosos y, al mismo tiempo, de excesivamente compleja por algunos.

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