A still from <i>Once Upon A Time in Venezuela</i> by Anabel Rodríguez Ríos, an official selection of the World Cinema Documentary Competition at the 2020 Sundance Film Festival. Courtesy of Sundance Institute | photo by John Marquez. All photos are copyrighted and may be used by press only for the purpose of news or editorial coverage of Sundance Institute programs. Photos must be accompanied by a credit to the photographer and/or 'Courtesy of Sundance Institute.' Unauthorized use, alteration, reproduction or sale of logos and/or photos is strictly prohibited.
La ópera prima de Anabel Rodríguez Ríos ha deslumbrado dentro y fuera de Venezuela por su fuerza expresiva y por su belleza dramática. Foto de John Márquez.

El tono narrativo de Érase una vez en Venezuela (Congo Mirador) revela una conexión muy cálida entre sus personajes y su entorno, en un extremo, y la óptica de su autora, en el otro. Aunque en realidad esa conexión va más allá del tono narrativo y abraza la completa dimensión humana de un drama oculto, olvidado y especialmente lejano, no solo por la distancia que separa a un pequeño pueblo zuliano del resto del país, sino por la crisis en muchas vertientes que ese mismo país padece desde hace más de una década.

Es una crisis con rostro humano con múltiples razones y consecuencias —mostrada sin esquematismo político— que se desarrolla en varias vertientes. Todas trabajadas con intimidad, con conocimiento de su realidad y mucha franqueza. En un ejercicio creativo poco usual. Con toda propiedad, la ópera prima de Anabel Rodríguez Ríos ha deslumbrado dentro y fuera de Venezuela por su fuerza expresiva y por su belleza dramática. Pero vayamos a los orígenes.

Congo Mirador es un pueblo de palafitos —situado en pleno Lago de Maracaibo— que vivió mejores épocas. Ha sido famoso por el fenómeno meteorológico del relámpago del Catatumbo, punto de atracción del turismo de muchas partes. En 1992 el escritor zuliano Alexis Fernández publicó su novela Turbio Fontanero, que tres años después Jacobo Penzo convirtió en el cortometraje Congo Mirador, la vegetación imposible. Hasta allí llegaba mi conocimiento de ese lugar ubicado entre la sierra de Perijá y la cordillera de los Andes.

Pero los tiempos han cambiado. Si a principios de este siglo tenía un millar de habitantes, en poco más de una década su población fue mermando de forma notable y hoy apenas supera el centenar de vecinos. La razón de esta migración hay que buscarla en la crisis económica, la contaminación y la sedimentación que ha reducido la altura de sus aguas.

Este es el contexto en el que Rodríguez Ríos ubicó su documental que se estrenó con muy buena receptividad en el Festival Sundance del año pasado. Ella es coautora del guion junto con Sepp R. Brudermann. Su producción se extendió por siete años y uno de sus momentos fundamentales alude a un proceso electoral que estimuló la polarización política. No obstante, el asunto fue abordado muy lejos de Miraflores y de los órganos del poder y se centró en la vida de esos lugareños que asisten a la decadencia de su hábitat. En especial, observa las conductas y palabras de dos mujeres locales. Tamara Villasmil es chavista ferviente y la representante del gobierno. Nathalie Sánchez, en cambio, no milita en ningún partido y es la única maestra del pueblo. Una y otra representan —en aquel microcosmos— el caos que vive Venezuela. La primera es la expresión de un proyecto político fracasado que no ha brindado soluciones a Congo Mirador. La segunda se siente abandonada como educadora y sabe que no hay futuro para la comunidad. El poder y el conocimiento enfrentados en una situación sin salida. Ambas mujeres existen, no son personajes de ficción. Son seres humanos, con sus defectos y virtudes. Son los personajes de una vida conflictiva y compleja. Allí reside la fortaleza conceptual del film.

Érase una vez en Venezuela (Congo Mirador) exhibe valores de producción muy altos, llevados adelante por Brudermann y Claudia Lepage. Destacan la expresiva fotografía de John Márquez, el montaje del propio Brudermann, la música de Nascuy Linares y el trabajo de sonido de Daniel Turini. Todos estos factores fueron articulados por una directora que ha sabido madurar sus ideas y su material fílmico para convertirlo en un gran documental.

Después de haber dirigido uno de los tres mediometrajes de 1, 2 y 3 mujeres (2008) y el cortometraje El barril (2012), Rodríguez Ríos da el salto al largometraje con un documental que ha marcado una posición estética y a la vez política sobre la crisis humanitaria compleja que vive Venezuela. Observa el proceso de polarización desde una perspectiva particular, alrededor de esas dos mujeres que viven —con sus vecinos— el deterioro ambiental, la debacle económica y la corrupción. Más allá de Tamara y Nathalie existe un cuadro humano complejo y diverso, con otros personajes que añaden valor al relato. Prioriza el carácter social de su objeto de trabajo sobre las contingencias políticas. Su aproximación a Congo Mirador es íntima, personal y franca. Por eso engancha al espectador.

Érase una vez en Venezuela (Congo Mirador) es la propuesta del cine venezolano a la competición en la próxima entrega del Oscar a la mejor película internacional. Por primera vez es un documental y no una obra de ficción.

ÉRASE UNA VEZ EN VENEZUELA (CONGO MIRADOR), Venezuela, Reino Unido, Brasil y Austria, 2020. Dirección: Anabel Rodríguez Ríos. Guion: Anabel Rodríguez Ríos y Sepp R. Brudermann. Producción: Sepp R. Brudermann  y Claudia Lepage. Fotografía: John Márquez. Montaje: Sepp R. Brudermann. Música: Nascuy Linares. Diseño y mezcla sonora: Daniel Turini. Documental. Distribución: Gran Cine.

 

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