¡Gracias por nunca haberme abandonado!

A Luis Zambrano Sequín con quien he criado varios perros. A mis hijos David Jonathan y Daniel Topel Mujica. A mis nietos Noa y Maya Topel Goldberg; Eitan y Mila Topel Ben-Dori y Lorién Zambrano Escudero; a mi sobrina Anna Valentina Cáceres Mujica: los más chiquitines. A mis sobrinos-nietos Juan Ignacio y Andrés Eduardo Silva Mujica (aún recuerdo los lenguazos de Chichi para Andrés al llegar del colegio). A todos los protectores de animales en cualquier parte del mundo, especialmente a Susana Tritto y María Barreiro; a mis sobrinos Corita y Yoel Topel Páez y Raissa Dardet Topel; a mi ahijado y sobrino, Joseph Topel López; a mi cuñada Ruth Topel Capriles; a mi prima Deborah Freile Gabaldón; a mi hermana Andreína Mujica Añez y a mis amigos: María Angélica Sully y a sus nietos Juan Diego y Cala; Marianela Rodríguez, María Victoria Romero R., Mariela Tinoco y Demian Brown; Yoleida Salazar, María Elisa Mellior y Daniela Terrero.

Prólogo

Desde hace un largo tiempo, he querido escribir un cuento donde el narrador sea McClane, un perro con suerte, que crio mi hijo menor, y quien es el único que en lenguaje canino le puede explicar a los perros abandonados que sí hay una vida mejor y que sí existen personas que adoptan a perros, gatos y otros animales por el mundo y los hacen integrantes de sus familias. El objeto de este cuento es infundir seguridad en niños, jóvenes, adultos, ancianos y animales (que sí entienden, aunque no hablen) que el único idioma que da confianza es el amor, el cuido y entender que abandonar a un ser vivo es un mal ejemplo. La idea surgió por mi amor a los perros y por la diáspora que sufre mi país donde tantos animales han sido dejados por no tener acomodo, generalmente económico, en esas nuevas vidas. Pero solo Macky (diminutivo de McClane) es quien con su vida nos puede transmitir la felicidad que encuentran los animales cuando llegan a un hogar que les da seguridad

Yo, McClane, fui un perro con suerte.

Nací en Boca de la Laguna, en Punta de Piedras en la Isla de Margarita, Venezuela. Una señora muy sabia llamada Memén, al conocerme, dijo que yo era un perro con suerte. Mi pelaje era blanco y mi piel rosadita, tenía manchas marrones en mi cara, mis orejas eran largas y puntiagudas y siempre estaban alertas, mis ojos eran muy vivaces y tenían una sombra negra alrededor que parecía que me los hubiese pintado con el maquillaje que usan las mujeres y los actores de cine y teatro. Me adoptó un joven estudiante de Biología Marina en Margarita llamado Daniel, él tenía muchos amores: el mar, el surf, la música, las chicas y para mi suerte, los animales. Desde ese día de abril de 2001, fuimos inseparables. Me llevó al edificio donde residía y allí fui aceptado por todos.

En la isla compartimos casa, estudios, música, paseos, amigos y playa. Daniel surfeaba después de ir a clases, y una de las tantas veces que lo hacía, aproveché para escaparme con otros perros de la playa y él no me encontraba. Cuando aparecí, yo estaba muy sonriente, pero su cara de preocupación me conmovió. Realmente me sentí querido. Cuando Daniel tenía que ir a Caracas, compraba los pasajes de ferry más económico para que yo pudiera acompañarlo. Él y yo íbamos en cubierta tomando aire fresco y viendo el mar. Esa era otra manera de sentirme querido y apoyado.

Llegábamos a su casa en Caracas donde tenía muchas fotos, libros, pinturas y CD de buena música. Daniel cuidaba mucho sus discos. Una vez, no sé por qué causa, le mordí unos CD importados y se puso muy bravo conmigo, creo que esa vez me pasé, peleamos y le mordí la punta de su nariz. Quizás estaba celoso porque sentía que prefería sus discos que a mí. Allí comprendí que el amor incluye el respeto mutuo.

Su hermano mayor ya se había ido del país, pero en el apartamento vivían su mamá Mafer, su esposo Luis y Moka, una perra cocker spaniel que me tenía poca paciencia. Es que cuando era cachorro era bastante tremendo, no sé si era porque me picaban los dientes pero lo cierto es que todo lo mordía. Recuerdo que una vez rompí en pedazos un diccionario de italiano-español y la mamá de Daniel al regañarme me dijo si es que iba a ser un perro políglota (que habla varios idiomas), y como que tenía razón, pues luego me tocó entender el hebreo e inglés.

Me gustaba mucho lamer y a Moka llegué a hacerle rosetones en su piel. Ella perdía la paciencia y me gruñía o venía Luis y me decía que la dejara en paz. Moka, realmente, era una perra consentida por todos en esa casa. Era una princesa. Pero yo también cabía en el hogar de Daniel en Caracas.

Eso de lamer me gustaba. Más de una vez hice reír a amigas de Daniel cuando les lamía los pies. Esas chicas siempre estaban con sandalias porque el clima en Margarita era muy soleado. Por eso y mucho más, Bella, la madrina de Daniel, decía que yo era un perro fabuloso. Como ven, los afectos de Daniel fueron, poco a poco, siendo los míos. ¡Éramos familia!

Lo que nunca soporté fue el ruido de las patinetas. Les ladraba a los muchachos hasta cansarme. Con las bicicletas  me iba mejor y acompañaba a Daniel cuando montaba, pero siempre a mi paso. ¡Éramos compañeros!

Protegía siempre a Daniel. Una vez, en casa de uno de sus amigos, oí un ruido extraño y me escapé ladrando del apartamento para alertarlo que estaban robando su camioneta. La misma que muchas veces nos dejaba botados en alguna carretera de la isla, pero a la que Daniel siempre lograba poner en marcha. La protección era mutua.

Daniel culminó sus estudios y nuestra vida cambió, él tenía nuevos proyectos en el exterior, pero como siempre fui un perro con suerte, yo estaba incluido en sus planes. ¡Eso es ser un perro con suerte!

En julio de 2006 nos fuimos a vivir a Israel. Para viajar me insertaron un chip bajo mi piel porque hacíamos trasbordo en Alemania, y allí los perros son protegidos con el chip para ser devueltos a sus dueños si se pierden. ¡El dueño y su perro fuimos viajeros!

En Maiquetía hubo momentos de tensión porque la gente de despacho no me quería montar (casi me quedo), pero pasó el piloto y al verme dijo que la cabina estaba presurizada y que podía viajar. Cuando Daniel fue a pagar mi pasaje por mi peso, la balanza estaba dañada y pagó medio pasaje. Otra vez un mensaje de que, yo, Macki, fui un perro con suerte o afortunado.

Recuerdo que David nos fue a buscar al aeropuerto de Tel-Aviv y yo salí fresquito, caminando con el cuello en alto. Daniel, muy por el contrario, parecía un mamarracho de cansancio. Bueno, esto no lo digo yo, oí que David se lo comentaba a Tamara, su esposa. A ella le caí bien desde siempre y me cuidaba con gusto. Fue, como dicen, amor a primera vista. Tuve la suerte de conocer a Noa, hija de Tamara con David Jonathan. Después vi nacer a Eitan, también en Israel, y a Mila, dos años y medio después en Canadá. Podría decir que ellos son mis hermanitos menores, con los celos normales entre hermanos. ¿Se dan cuenta de cómo creció mi familia? ¡Tuve una suerte gigantesca de haber sido adoptado por una persona con compromiso como Daniel!

Como ven, pertenecí a la familia desde que Daniel me recogió en la isla de Margarita. Y como era tan bonito, y la gente común solo asocia belleza a perros de raza, Daniel y David me inventaron una: Margarita Mangler Terrier, y pronunciado a lo inglés sonaba elegante y la gente quedaba con la boca abierta. ¡Cómo nos reíamos de nuestras travesuras!David decía que yo enamoraba a todas las amigas de Daniel. Como dicen en Venezuela: “Me las metía en un bolsillo”. Creo que yo guiaba sus relaciones, es que realmente era muy especial con ellas. Cuando se comprometió con Mijal, ya ella me adoraba. ¡Y desde ese momento, los tres tuvimos otro hogar!

Cómo tenía razón la tía Memén: “Soy un perro con suerte”. Daniel viajó seis meses a México y yo me quedé en el hogar de David y Tami. Por mi piel tan blanca y con lunares el sol me hacía daño y eso que era un perro margariteño, y en Israel lo que sobran son playas y en el verano en el desierto tenía que estar protegido. Le hacía perder la paciencia a David porque me daba algún tratamiento con la perrarina, me la comía completa pero escupía la pastilla como un vaquero. ¡Me tuvieron siempre paciencia porque fui un perro con suerte!

Realmente mi ídolo era Daniel. Fui un perro con ciertos problemas de conducta y cuando íbamos a Caracas, me llevaba donde el doctor Héctor Jurado que me trataba con homeopatía, pero siempre fui poco entrenable, algo así como un rebelde sin causa. En respuesta me comporté como un gran compañero, no fue difícil porque recibí mucho amor durante mis largos años vividos hasta que me pusieron a dormir en Toronto en 2017. Daniel sufrió mucho, no quería verme perder fuerzas, pero yo, McClane, el sortario, el perro inquieto margariteño ya había tenido una vida llena de aventuras, de viajes, de muchas amistades y había sido rescatado por él, un joven entrañablemente humano que nunca me abandonó.

¡Gracias por nunca haberme abandonado!

Moka

Dibujo de Moka por Ruthy Topel Capriles

Nací en Caracas en 1993 y me crie entre Cumbres de Curumo y La Alameda. Fui muy consentida y hasta princesa llegué a ser. Me casé dos veces y tuve nueve hijos. Cuando me enfermé —ya tenía 15 años— me puse de mal carácter y un poco agresiva. Me durmieron para que no sufriera más, el 14 de febrero de 2009 (Día del Amor y la Amistad). Ese día fue escogido porque solo di amor y compañía a Luis, Mafer, David Jonathan, Daniel, a la tía Deborah, al tío Poncho, a Luisa y María.

Chichi

Dibujo de Chichi por Mariángela Grimaldo de Mujica.

Fui recogido en Antímano por el grupo Salvando Patitas de la UCAB, fundado por la profesora María Barreiro, pero mi rescatista fue Susana Tritto, una estudiante de Educación que ama los animales. Ella me entregó a Mafer Mujica en 2009 pues no me podía tener. Y encontré un hogar en Cumbres de Curumo. Al principio vomitaba el carro pero como me gustaba estar siempre con Mafer, aprendí a controlarme. Siempre íbamos juntos a muchos lugares. También gocé mis viajes a Tucacas con Luis. Mi mayor travesura era revolverme en la arena cuando conseguía un pescado maloliente, realmente me encantaba. Luego sufría el baño riguroso que me daban para sacarme la pestilencia.

Morí en los brazos de mi dueña Mafer, el 14 de abril de 2020. Tuve una hipotermia. Ella hizo todo lo que pudo para salvarme pero me tenía que ir. Estaba muy cansado. Luis dice que morí de covid-19. No lo sé porque no había pruebas para los humanos y menos para los canes viejos y realengos como yo. Pero fui muy amado gracias a este hogar que me recogió.

MC CLANE, UN PERRO CON SUERTE, de María Fernanda Mujica Ricardo. AB Ediciones, UCAB, Caracas, 2001. Portada: Bashal Tope Prieto. Corrección: Simón González López. Diagramación: Isabel Valdivieso López.

 

 

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