Es un libro donde la muerte, ese estigma seguro, habla con el discurso de la poesía.

Uno. Un largo pasillo conduce a alguna parte. Podría ser a una sala quirúrgica, a una de visitas, a un balcón, a la morgue. Quien ingresa a un hospital sabe que la vida pende de un hilo, porque estar enfermo o ser testigo de la enfermedad ajena convierte a quien asoma la experiencia en un marcado por el destino. Se vive para que la enfermedad o el accidente se aposenten en cualquier momento. Se vive muriendo o pensando en la eternidad. O lo que no es lo mismo, en la nada.

La muerte, esa consecuencia del pensamiento, siempre está atenta. El que la sabe protagonista la busca a veces como destino íntimo, la evade, la esquiva o escribe sobre sus atuendos en el mundo de los vivos, en el mundo de los desesperados, en el mundo de los soñadores, en el mundo todo donde caben todas las muertes, pero sobre todo, la vida, que es la muerte pensada, una consecuencia de la primera. Todos los muertos del pasado han sido los padres de los vivos, parte sonora de su respirar. Y los vivos, la memoria activa de los muertos, parte silenciosa de su eternidad.

Un largo pasillo nos encuentra con un libro. Con un volumen de poesía donde la acción forense, los objetos y los sujetos, habitantes de un hospital, recobran una realidad que solemos evitar. El autor entra al nosocomio, como visitante o como paciente. En todo caso, su ojo poético es la frecuencia de las tantas imágenes a las que recurre para decirnos lo que pasa en el interior de ese edificio donde el aliento, puro o impuro, y los órganos vitales dependen de un medicamento, de una herramienta médica o de los órganos agotados de quien sobre una cama suda o se seca.

Enrique Viloria, en la entrada a ese pasillo, nos advierte que no sólo se trata de la muerte, sino de la vida de alguien que sabe que la muerte es una seguridad, pero que le da la oportunidad de seguir registrando el mundo. Nos dice en sus versos de las cosas y seres que ve moverse en el hospital, en un hospital de Salamanca.

Es un libro donde la muerte, ese estigma seguro, habla con el discurso de la poesía.

Poemas de tránsito (Ediciones Pavilo/ Manuscritos Madrileños/ España, 2020) es el título del libro, porque se trata del paso por ese lugar, por la enfermedad o por la vida. La poesía es un viaje permanente, como una patología lo es temporal, en caso de que quien la sufra siga respirando.

Son poemas de una crudeza que provocan en el lector cierta aversión a esos espacios donde el dolor, las heridas, tumores, anestesias y batas blancas se mueven.

Es una poesía para decantar una dosis de piedad, pero también la verdad que asiste a quien está invadido por el dolor. O por la muerte. Pero en el fondo, más allá de cualquier consideración literaria, por la vida.

Dos. Paradojas, ironía, humor negro, plegarias, dudas: la poesía multiplica sus dones (lo que duele y lo que place) para decir acerca de lo que la rodea. En definitiva, es la existencia quien le da fuerzas a las palabras para que se conviertan en poesía, en la puerta abierta que nombra y dice acerca de la vida y de la muerte. La gracia del ser destaca su valencia en estos extremos.

Una muestra de esta potente escritura:

INEXORABLE:

Ambulancia

Camillero

Silla de ruedas

Andador

Bastón

Enfermera

Muletas

Autopsia

Morgue

Carro fúnebre

Por mi propio pie

nunca iré

al cementerio,

Y para completar en anterior:

SOLVENCIA:

Algodón

Gasa

Alcohol

Betadine

Cinta adhesiva

Vendas

Vivo  o muerto

igual

se pagaría.

 

PARADOJA:

En la habitación contigua/ llora/ un recién nacido// En la de la esquina/ lloran/ a un recién fallecido.

PETICIÓN:

En el quirófano/ tengo frío/ mucho frío/ estoy helado// Mi última voluntad/ una urna/ con calefacción.

 

Tres. El año que acaba de fenecer nos dejó muchos dolores, muchas ausencias. Viloria le canta al 2020 como un enemigo le canta al guerrero caído, que se termine de marchar.

Annus Horribilis contiene los males del cuerpo provocados por el ambiente, por la misma mano del hombre, por los accidentes, por los naufragios, por los incendios, por la brutalidad de los déspotas quienes ajustician a sus adversarios…por eso el grito del poeta: “2020 ¿vete ya!”.

Pues, se ha ido, esperemos que el tránsito hacia el final sea más lento, que haya poesía para cantarle a la vida y sus locuras, desórdenes o paisajes. Para vivir en contra del dolor y del miedo.

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