Lo cierto es que la pandemia le ofrece a Biden un ambiente político como no se veía desde el New Deal de Franklin Delano Roosevelt.

Las palabras, los gestos y hasta los primeros anuncios del presidente electo Joe Biden, desde antes incluso del comienzo formal del período de transición, el pasado 24 de noviembre, muestran su compromiso con la promesa electoral de que trabajaría afanosamente para unir el alma de una nación partida en dos, cuyos polos han estado en permanente cortocircuito durante el mandato del controvertido republicano Donald Trump. La lucha por el nuevo coronavirus y la calamidad económica son dos poderosos hilos conductores que podrían hender los muros partidarios.

Falta mucho para poder evaluar si la estrategia del político demócrata será acertada realmente para canalizar acuerdos políticos bipartidistas, pero ya se pueden ver atisbos de la dirección del derrotero para intentar mejorar el clima de concordia.

En estas semanas, el próximo inquilino de la Casa Blanca parece como un acróbata que avanza con cuidado sobre un delgado alambre a 500 metros de altura, con el tiento manejado con destreza para mantener el difícil equilibrio de respetar el establishment demócrata sin descuidar la sensibilidad más liberal ni espantar a potenciales apoyos conservadores.

Por ahora hay que confiar en que lo acompañe la buena suerte, pero mucho más en que pueda capitalizar su experiencia negociadora en Capitol Hill para que su hoja de ruta y sus principales arquitectos del plan para enfrentar la tormenta perfecta de la covid-19 obtengan un apoyo que rompa las barreras partidarias.

Es muy difícil dejar satisfechos a todos, pero quizás no sea imposible derribar algunos muros que hoy separan a los dos partidos históricos del sistema político estadounidense y que han estado más fortalecidos que nunca en la administración saliente de Trump.

Huellas del entendimiento

Es alentador que los líderes legislativos de ambos partidos digan que quieren un acuerdo antes de fin de año. Los 908.000 millones de dólares que propone un grupo bipartidista de senadores son insuficientes para los demócratas y es lo máximo que están dispuestos a votar los republicanos.

En el juego de la negociación política, todas las partes siempre tienen que ceder en algo y, por ello, lo razonable es hijo del acuerdo.

Un entendimiento para extender el apoyo a desempleados que han agotado sus prestaciones y sus ahorros, así como a empresas que están en peligro de cerrar, es un mensaje también de los esfuerzos por una avenencia que llega en un momento oportuno, por la difícil circunstancia social y económica y el ambiente político ad portas de una nueva administración.

En el marco de una transición algo sucia, por la falta de información y la actitud hostil de Trump, todos los días son cruciales para el plan del próximo gobierno federal sobre la múltiple crisis pandémica, en el país con más muertos y enfermos de coronavirus del mundo.

Llegar al 20 de enero con un acuerdo cerrado no solo será un alivio para el arranque de la nueva administración, sino un sugerente mensaje de que el entendimiento político, pese a la polarización, no es una quimera.

Por eso Biden, el pasado viernes 4, instó al Congreso a que aprobara lo antes posible el plan de alivio.

«Si no actuamos ahora, el futuro va a ser muy sombrío. Los estadounidenses necesitan ayuda ahora», afirmó Biden.

No es una advertencia capciosa. Alrededor de 12 millones de estadounidenses están recibiendo actualmente beneficios federales de desempleo que finalizan este mes. El gobierno federal está enviando cheques semanales a unos 7,3 millones de trabajadores independientes y en contratación. También está enviando cheques a 4,6 millones de trabajadores que habían dejado de recibir beneficios estatales.

Mientras imploraba por un espíritu de grandeza política, el presidente electo empezó a anunciar los primeros nombres de quienes formarán parte de su gabinete, algunos de los cuales ocuparán puestos claves en áreas sensibles para hacer frente a los estragos pandémicos.

Quizás lo más relevante es que son figuras concebibles y coherentes con los planes en ciernes de Biden que huelen a un renovado New Deal.

Particularmente se destacan Janet Yellen, expresidenta de la Reserva Federal, para dirigir el Tesoro, y Xavier Becerra, como el próximo secretario de Salud. Yellen, de 74 años de edad, es una doctora en economía muy respetada y con una amplia experiencia en políticas públicas, que tranquiliza a la mayoría de los demócratas y sobre la que nada podrían decir los republicanos como candidata a dirigir el Tesoro de un próximo gobierno progresista.

Esta profesora emérita de la Universidad de California en Berkeley no solo sería la primera mujer que lideraría el equivalente a un ministerio de Hacienda, si es confirmada por el Congreso, sino la única en haber ocupado los puestos claves de política económica de Estados Unidos: presidenta del Consejo de Asesores Económicos (durante la presidencia de Bill Clinton), presidenta de la Reserva Federal (con Barack Obama) y probable secretaria del Tesoro.

La elección de Yellen, integrante del think tank Brookings Institution, convierte en una caricatura la advertencia de Trump sobre el ascenso del socialismo en Washington y mucho menos puede endilgársele el adjetivo de radical.

Como defensora de ideas de raigambre keynesiana, es esperable que Yellen refuerce las políticas de apoyo federal tanto a trabajadores como a empresas golpeadas por la pandemia, por su convencimiento de que la falta de estímulos fiscales en esta coyuntura retrasaría la recuperación económica.

Por el lado de la Secretaría de la Salud hay pocos nombres como el del abogado Becerra tan comprometidos con la agenda demócrata. De 62 años, si el Senado lo confirma, Xavier Becerra se convertirá en el primer hispano en encabezar esta secretaría. Ha sido hasta ahora un acérrimo defensor del Obamacare, la reforma de salud del gobierno de Obama, incluso ante la Suprema Corte.

En Washington hay pleno convencimiento de que el área de salud en manos del actual fiscal general de California supondrá la puesta en marcha de políticas afines al modelo de Estado benefactor europeo.

Hubo congresistas del ala más liberal que hubiesen preferido un candidato con más trayectoria en salud pública que Becerra, quien compensa esa carencia con una larga trayectoria en la Cámara de Representantes y su compromiso con el plan de salud demócrata tan vituperado por Trump y el cerno republicano.

La trayectoria de Biden es la de un político que está lejos de las ideas socialistas del bloque demócrata radical.

Pero el periodista Evan Osnos, que escribió un libro —publicado el mes pasado— sobre la vida y carrera política del presidente electo, asegura que Biden ha cambiado hacia posiciones más de izquierda estadounidense, a tono con los votantes más jóvenes. Las circunstancias cambiaron y Biden se empezó a volcar levemente hacia la izquierda de su partido, según las fuentes consultadas por el periodista de The New Yorker.

Lo cierto es que la pandemia le ofrece a Biden un ambiente político como no se veía desde el New Deal de Franklin Delano Roosevelt, un presidente inspirador cuando se proyecta un gobierno dominado por la crisis del coronavirus.

Los buenos oficios del demócrata pueden llegar a persuadir a legisladores republicanos, dependiendo de la profundidad de la futura intervención federal. El posible acuerdo en el Congreso puede dar pistas de hasta dónde están dispuestos a llegar los legisladores de un partido muy receloso del intervencionismo estatal, del que sin embargo no puede renegar sin más, dada la magnitud de la crisis estadounidense.

En el pasado, Biden ya demostró una actitud de empatía con el otro, proclive a la negociación política, aunque ello signifique ceder posiciones. Al hablar en el funeral de su colega Strom Thurmond, en 2003, un republicano y también segregacionista racial, Biden reconoció las «profundas diferencias» entre ambos, pero que ello no debía anular el espíritu de camaradería.

Del pragmático Biden habla mucho su oración fúnebre de entonces, en la que citó un poema de Archibald MacLeish, muy elocuente del talante que puede tener desde la Casa Blanca: «No es en el mundo de las ideas donde se vive la vida. La vida se vive, para bien o para mal, en la vida».

Gabriel Pastor

Gabriel Pastor

Periodista uruguayo radicado en Washington, DC. Analista de asuntos latinoamericanos. Maestrando en Filosofía Contemporánea. Licenciado en Comunicación. Exprofesor de tiempo completo de la Escuela de Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Sergio Arboleda, Bogotá. Corresponsal del diario «El Observador» de Montevideo.

Publicado originalmente en https://dialogopolitico.org

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