Ciudadanos venezolanos participan en la votación de la consulta popular promovida por el líder opositor venezolano Juan Guaidó. Giorgio Viera / EFE

Desde que el régimen anunció las elecciones parlamentarias —bueno, es un decir— que ‘celebró’ el pasado 6 de diciembre le dí la razón a los sectores democráticos que desconocieron la legitimidad de estos comicios convocados por un Consejo Nacional Electoral inconstitucional que, en términos normales, debía haber sido postulado por la legítima Asamblea Nacional, algo que no podía suceder.

Ese CNE fue nombrado por un Tribunal Supremo de Justicia también inconstitucional que responde a las órdenes de un gobierno definitivamente inconstitucional como el de Nicolás Maduro. Hago énfasis en la ilegalidad de unas instituciones públicas que no responden a la Constitución Nacional. Instituciones no reconocidas por la inmensa mayoría de los venezolanos y por los gobiernos de más de 50 naciones.

Ese desconocimiento se hizo patente en el abierto abstencionismo del fraude electoral convocado por el régimen para el domingo 6 de diciembre. Las cifras oficiales del CNE de Maduro —que apuntan a una participación de 30%— ya son escandalosamente reveladoras, aunque se sabe que en realidad esa participación apenas alcanzó 18%.

En cambio, la asistencia masiva —pese al chantaje, la carencia de servicios y la represión— a la consulta popular convocada por Juan Guaidó, que se llevó a cabo del 7 al 12 de diciembre, reflejó no solo el rechazo al gobierno ilegítimo de Maduro sino, sobre todo, la necesidad de un cambio político que permita rescatar la democracia y reconstruir el país.

En este contexto, tengo varias semanas leyendo los análisis políticos de algunos articulistas respetados —algunos amigos míos— que advierten la ‘toma total’ del poder por parte de Maduro al haber ‘ganado’ las elecciones inconstitucionales del 6-D. Y yo reflexiono: ¿ganó? Más bien creo que perdió. Perdónenme la obviedad. Según los números abultados de su ilegítimo CNE el 70% de los electores no lo respaldó. Es como la esposa que le dice a su marido que lo ama solo 30%. Algo ridículo que, si no fuese tan dramático para el país, movería a risa.

La convocatoria al 6-D obedeció a varias necesidades del régimen. La primera, quitarle representatividad a la legítima Asamblea Nacional elegida por los venezolanos en diciembre de 2015, cuando la participación electoral fue de 70%, exactamente a la inversa del reciente fraude del gobierno. No logró quitarle esa representatividad. La consulta popular ratificó la legítima Asamblea Nacional.

La segunda, levantar un parapeto parlamentario que le permita acceder a operaciones financieras internacionales —más allá de sus socios Rusia, China, Irán— y a la venta de activos públicos para ganar flujo de caja. Jugada poco fructífera en la medida en que 50 naciones democráticas y organismos ragionales ya anunciaron que no reconocen esta ‘nueva’ Asamblea Nacional, como nunca reconocieron la írrita Asamblea Nacional Constituyente.Esa ilegítima AN va a ser una segunda versión de la ANC actual que no ha legislado en absoluto.

La tercera, atraer a ciertas figuras de la ‘oposición’ —como Claudio Fermín y otros— para dividir a las fuerzas democráticas. Tampoco le sirvió de mucho pues esas figuras entregadas recibieron muy poco votos.

Lo dicho: el régimen no ganó. Perdió.

No entiendo cómo muchos analistas y politólogos recomendaban participar en los comicios del 6-D, dada la inconstitucionalidad que menciono arriba, porque supuestamente era una oportunidad de poder. ¿Ilusos? No lo sé. ¿Cómo pueden pedirle a la oposición democrática que incurra en un delito, con la cara bien lavada?

Tampoco comprendo a los radicales de la oposición como María Corina Machado, Antonio Ledezma o Diego Arria —en franca minoría— que rechazaron participar en la consulta popular —»¿qué vamos a lograr con eso?»— pero que tampoco ofrecen estrategias y acciones para derrotar al régimen, más allá de una hipotética e improbable invasión de fuerzas internacionales.

Mucho menos asimilo las declaraciones de Henrique Capriles a la BBC criticando al liderazgo de la oposición —liderazgo que él mismo dejó perder hace años— cuando unas semanas atrás proponía participar en las ilegítimas elecciones del 6 de diciembre. De equivocación en equivocación.

Sé que la oposición ha cometido errores —nadie lo duda a estas alturas— pero también ha tenido aciertos. Esta es la oportunidad de adelantar un programa de acciones que rescate nuestra Constitución, que libre una gran batalla constitucional, que movilice de nuevo a la ciudadanía, que le brinde esperanzas y que venza la tiranía militar que hoy nos domina. Tarea nada fácil pero necesaria.

 

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