Fabula con sus bestias el narrador, las hace cercanas y afectivas, no les altera su esencia física, pero les inventa otra alma, otro sustrato, una forma de ser, una idiosincrasia.

Yo imaginaba más bien otros animales. Ni siquiera pensaba yo en las palomitas del mediodía, medio escondidas en el solar de la casa, mimetizadas con el cují enano, escoradas en el bojotico de la escobilla, a la sombrita de un palo tieso. Preocupaba, ayer por la tarde, el tuqueque asomado a la piedra de un tinajero. Dicen que el tuqueque larga el rabo cuando se enfurece y el otro día un rabo de tuqueque se le clavó en el ojo a una mujer de Aregue que vivía en público concubinato con un sobrino suyo, de nombre Agapito. 

 ESPECIAL PARA IDEAS DE BABEL. Guillermo Morón, como Esopo, Jorge Luis Borges, Antonio Arráiz, Eugenio Montejo, Rafael Arráiz Lucca, Vladimir Acosta o quien este texto escribe, también tiene su bestiario exclusivo, un personal zoológico de ciertos animales criollos y propios a los que el escritor le atribuye defectos y virtudes, vicios y moralejas, perversiones y bondades intrínsecas al ser humano.

Fabula con sus bestias el narrador, las hace cercanas y afectivas, no les altera su esencia física, pero les inventa otra alma, otro sustrato, una forma de ser, una idiosincrasia, una índole, una personalidad, para, con sus animales, muy suyos y particulares, formar un ejército sin armas que sólo empuña la palabra —la más destructora de todas las máquinas concebidas para la guerra— en forma de ironía, de sátira, de puya, de sarcasmo, de socarronería, a objeto de ridiculizar personas que apuestan a ser personajes y de criticar, por mampuesto, conductas y actitudes impropias de lo humano. Morón nos recuerda que ningún soberano transita desnudo, que ningún político camina en cueros. Confirma el escritor: “No soy yo quien pone los nombres. No soy, ciertamente, un inventa nombres. Los nombres ya estaban allí cuando llegué para recogerlos y animarlos un poco con estos recuentos. En tales circunstancias se podrá notar fácilmente que si no invento los nombres es porque los encuentro ya inventados.”

La codicia, la solidaridad, la avaricia, la gula, la amistad, el engaño, la componenda, la caridad, el amor, el abuso de poder, la injusticia, los celos, la inocencia, el pudor, la lujuria, la hipocresía, la suficiencia, el desprecio, la equidad, el abuso, el respeto por el otro, la consideración, la condolencia, la compasión, el odio, la protección, el chisme, el elogio, la adulancia, la soberbia y la jaladera de bolas, según el caso y la circunstancia, acompañan, para retratarlos, a los animales del zoológico personal de Morón, sito en la comarca de su fértil imaginación. ”No tengo por qué atender a quienes me critican por el desorden con que escribo. Me interesa sólo la verdad, la calidad de mi trabajo, el empeño que en él pongo, la dignidad de su estilo y composición y la propiedad con que se emplea cada palabra en cada frase. Y mi nombre Claudius Aelianus, nacido en Praeneste, ciudadano romano del siglo dos, De natura animalium que escribí en griego. No se asusten, pues, los animales de hoy.”

Acompañemos al escritor ecologista, al narrador guardián de bestias con alas y bichos con uña, agarrados de su fantasía, sin susto ni miedo ni pánico ni pavor, pero sí con mucha curiosidad, para de buena tinta conocer, ver de cerca, sin tocarlos, darles de comer o perturbar su ecosistema, algunos de estos animales criollos, una docena de ellos, no todos que muchos son y urbanos también hay, sino los rurales más bien, por aquello de asegurar la coherencia del tema, la pertinencia del análisis, el rigor de la exposición ¿verdad, doña Chayo?

  • El conejo: “El conejo —a quien un escritor, llámese Antonio Arráiz, bautizará como Tío Conejo— es un animalito sumamente libidinoso, sexópata pudiera ser el término apropiado. Esa es la razón por la cual el conejo, que tanto abunda por allí, se vuelve loco cuando va tras la hembra.”
  • El ceril y el alción: “El ceril y el alción no sólo comen juntos, como buenos pájaros que son, sino que viven juntos. Quiero decir que el ceril y el alción conviven, aunque no por ello pueda asegurar que pertenecen a una misma familia. Cuando el ceril llega a la vejez (porque es el primero en tener tal ocurrencia) y no puede valerse por sí mismo, de puro débil, entonces sucede que el alción lo toma a su cuidado. No sólo lo carga en sus espaldas, sino que lo protege con sus plumas más entrañables, que son las medias de su cuerpo.”
  • El cachicamo: “Está aquel lento animal llamado cachicamo. Dice el pueblo campesino: cachicamo trabaja para lapa. Quiere decir que el primero fabrica y limpia la casa y la segunda se queda con ella. Dice el pueblo urbano: cachicamo diciéndole a morrocoy conchudo (…) Cuentan con fuertes voces en la tertulia ganadera el percance de las muertes por haber comido cachicamo cuatro personas. Sucede que, en esta tierra, donde hubo un río, el cachicamo come culebra. Junto a este de la historia apareció —cuenta el narrador— una coral. ¿Y el veterinario que guisó una cascabel como si fuera conejo, para servirla a sus amigos? Es que los animales caroreños son muy especiales.”
  • El Rey de los Lagartos: “Asomó el primero su altiva cabeza por el borde izquierdo del barranco. Movió, altanero, el rostro; la mirada al frente, avanzó luego a paso firme, como si aplanara la trocha, casi a marcha de vencedor, Ágiles los nerviosos cuerpos, en fila india, ascendieron por el flanco derecho entre los matorrales, los cinco de un pelotón delgado. Pequeño, liso, frágil el delantero, los ojos precavidos y alerta. Más fuertes, como peones mal entrenados, los compañeros de ruta. Otro solitario, acomodó todo el cuerpo, a cuatro patas, en la piedra ancha que parte en dos la geografía bajera del lugar, unas tunas, arena gruesa de volcán, chamizal tieso de largos días sin lluvia, cantos rodados con viejas nostalgias de nubes, rocas ancianas, pedrugones mozos. Uno chiquito, con los ojos apagados, parece tomar el sol en una pala del tunero. Mueve sigilosamente la cola aguda, verde la cola como aguja de cardón. Los ojos sumidos, ojos de barro seco, de un pequeño ejército, se mueve con ruido ligero por la retaguardia, de improviso, en escaramuza, guerrilleros de sombras apretadas, de dos en fondo, a la ofensiva. Los lagartos del barranco se han dado cita para escuchar a sus dirigentes. El Rey de los Lagartos, que es general, los vio congregarse y creyó que venían para aplaudirle y rendirle pleitesía. Por eso se asomó a la ventana, levantó las delanteras, sonrió complacido y se disponía a echar un discurso. Pero los lagartos se dedicaron a lo suyo, esto es, a comer conchitas de pan y hojitas verdes y granitos de arroz blanco. El Rey de los Lagartos, que es general, volvió a dormir su siesta, después de cumplir con sus hábitos, beber cerveza, comer arepa tostada con caviar y tomar el sol en la terraza. En el barranco, donde viven los lagartos, todo quedó nuevamente en paz y buen calor.”
  • El Burro Hechor: “No se había puesto el sol cuando el caballo Siempreviva entró al corral, desnudo, sonó todo el cuerpo, sacudió las crines, levantó las orejas, arqueó la negra cola brillante, pandeó las patas traseras, orinó fuerte y seguido, y dijo altanero, yo soy el mejor caballo del universo mundo. El burro hechor no se dignó mirar, cuando seguro de sus potencias, con tranquila certidumbre, musitó, ah, bicho bien boludo ese Siempreviva. Pero las yeguas pusieron atención, oyeron, entre orgullosas y ofendidas. Las yeguas de Las Virtudes murmuraron durante largas horas, sin poder dormir esa noche.”
  • La iguana: “Si silban todos a la vez las iguanas se espantan, corren por las ramas de los árboles como los lagartos grandes por la playa Cartago, dan un gran salto y caen al río y ya no se aparecen más, confundidas con las guabinas y los bagres, van para arriba, contra la corriente, camino de Los Chorros, donde hay muchos robles iguaneros. Pero si el negro Miano silba sólo un valsecito compuesto por el negro Tino Carrasco, tocador de mandolina, entonces las iguanas se asoman por detrás de las horquetas de los árboles y la asamblea dispara sus hondas, nunca le pegan a la iguana, porque no se cazan con piedras, sino con silbidos, hay que ir a la pata del yabo, del dividive, del roble, silbar un rato largo, largo, hasta que la iguana se enamora del Negro Miano y cae muerta de amor a los pies del árbol.” Pero si usted prefiere detenerse en un relato de antología universal lea con detenimiento el lírico y feraz retrato de la iguana, el único ser que sabe que va a morir cuando el hombre silba, en el cuento de nuestro escritor: Los Presagios más altos.
  • La hormiga roja: “Un día se apareció por la ciudad socialista de las hormigas, un ser mesiánico que lo sabía todo porque todo estaba y salía de su cabeza. Al principio parecía una hormiga mayor, una hormiga roja, con la habilidad de moverse más ágilmente. Dijo que era sociólogo y podía explicar por qué las hormigas eran como eran desde siempre. Dijo que era economista y podía regular el transporte, la circulación, el acarreo de los alimentos, el precio de las hojas, el tamaño de los palitos, todo cuanto las hormigas conocían normalmente. Y dijo también que era político y que podía gobernar la ciudad que se había gobernado eternamente por sí misma. Resultó ser un monstruo de dos cuerpos, cabeza y abdomen, con ocho patas. Su habilidad era tánta que convirtió en tela de araña y en trampa todo cuanto tocó.”
  • Los zamuros. “Pero un día se ha podido averiguar con gran dificultad, los zamuros se adueñaron de la isla, porque confundieron con carroña un estiércol llamado petróleo. Entonces los gobernantes cambiaron de nombre. Aunque ya no fue posible mantener la libertad, sino que vino la tiranía. El tigre merodea todavía por los aledaños.”
  • Los caribes: “Los caribes convocaron asamblea en la capital de las provincias, reinos y ciudades” Hablaron, discursearon, contendieron, discurrieron, riñeron, argumentaron, propusieron una y otra vez. “Agotados los caribes no sintieron la llegada del Rey Pavón y sus hoplitas. Llegó por mar desde las hiperbóreas tierras heladas que están al norte. En las provincias, reinos y ciudades gobiernan ahora las Nuevas Tribus de los pavones. Y ejercen el poder sin condominio.”
  • Las cucarachas: “Las cucarachas llaneras fueron las primeras en darse cuenta de aquella anormalidad (…) Ya no hay héroes, por eso las cucarachas llaneras se dedicaron a la vida rutinaria, dejaron pasar la oportunidad y el tiempo. Pero se dieron cuenta (…) Y las cucarachas comenzaron a buscar un héroe, con desfiles, concentraciones, cerveza, carne asada, güisqui, todas las orquestas y cantantes, busca que te busca. En eso estaban las cucarachas de toda la tierra, cuando comenzó el baile de las gallinas.”
  • Mapurite embajador: “Muy antigua es la fama de la tribu mapurítica como para tener necesidad de recordarla. Entre todos los habitantes de esta podrida tierra y provincia de los animales, el pueblo de los mapurites sobresale por la precisa condición de su hábito. Seguramente la estofa mapurítica se habría mantenido al margen de la historia, si no hubiera ocurrido el insólito acontecimiento que, no sólo permite, sino obliga al historiador, en su condición de historiador, a registrar el hecho (…) Y todo porque el Rey de los Mapurites, es decir, el más peorro, fue Embajador. Allá estuvo, en la Corte del Rey, donde se cree a pie juntillas que toda la vieja y noble provincia de los animales criollos es ágrafa, empecinadamente ágrafa; que toda la rica gama de culturas formadas por los animales criollos, República, Gobierno, Pueblo, Congreso, Universidad y cotarro de letrados, es estofa mapurítica.”
  • Fábula del Pájaro Carpintero: “Carpintero, pájaro carpintero. Eso soy ahora, aquí en mi árbol, porque he construido nidos para el amor, porque la carpintería, poesía, escritura, filosofía, es toda la esencia de las aves, de los seres inmortales llamados hombres, yo los he visto, eternos sobre la tierra, ahora, para estar en paz con ellos, soy solamente lo que soy, carpintero en mi carpintería, pájaro carpintero.”

Morón reposa activo entre el carajitero y sus animales, solazado en el recuerdo de su madre maestra, evocando travesuras de todo tipo, materiales e intelectuales, sin temor ni a las espuelas del gallo ni a la crecida del río, porque a lo único que ciertamente teme el escritor, le tiene culillo, ejercen sobre él un pavor inmenso, arquetípico, atávico, es a las palabras que son como avispas africanas. Confiesa el escritor como siempre, como es su gallarda usanza, sin tapujos, sin melindres, sin medias tintas, el porqué de ese pánico, la razón de ese espanto. “La culpa es de las palabras: No ve usted que las palabras se me alborotan en la cabeza como si fueran un avispero alborotado. Sólo que, si uno echa a correr, después de darle una pedrada al cacuro, las avispas se quedan con las ganas, Pero las palabras, como avispero, se alborotan en el cacuro, en el avispero que está dentro de mi cabeza. Entonces yo salgo corriendo para que no me piquen. Pero las avispas están ahí, en la cabeza, y ellas son la que tienen que correr para que yo no las mate. Y la mejor manera de matar esas avispas es pronunciarlas.”

Por eso las sabias palabras de Guillermo Morón saben a la miel de la matejea.

 

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