Nuestra querida compatriota forma parte de un grupo que está analizando la situación del capitalismo mundial que aboga por la necesidad de una revisión y reforma de sus criterios y normas para poder sobrevivir a los embates actuales.

Especial para Ideas de Babel. A aquellos no vinculados con la cotidianidad venezolana debo aclararles que la expresión “a llorar pa’l valle” en lo coloquial criollo tiene el significado de remitir a lejanas tierras a quien anda con una quejadera irredenta. Y viene a colación con una serie de hechos vinculados con la economía, ese supremo ser, idolatrado por el capitalismo en sus variadas vertientes.

En los territorios académicos, está muy bien vista en la actualidad una economista de alto prestigio internacional que da la pura casualidad de ser de nacionalidad venezolana. Carlota Pérez es su nombre y además de ser la cabeza de una importantísima cátedra de economía en Suecia, goza del privilegio de enseñar en otras reconocidas universidades británicas. Altísimo currículo para ser muy precisos. Nuestra querida compatriota forma parte de un grupo que está analizando la situación del capitalismo mundial que aboga por la necesidad de una revisión y reforma de sus criterios y normas para poder sobrevivir a los embates actuales.

En una entrevista que le realizaron hace poco tiempo expresó la siguiente disyuntiva: los grandes capitales y las grandes empresas que propician y pregonan la necesidad de que el estado intervenga lo menos posible en los aspectos económicos y que deje todo en manos de la libertad de empresa, a la hora de la chiquita, como ahora y en todas las crisis, son las primeras que salen corriendo a pedirle ayuda económica a ese Estado que desprecian, por lo menos en los asuntos de dinero. Según lo plantea, hay un sesgo de cinismo entre lo que se dice y lo que se hace. Cuando yo produzco y gano, no te metas, no me pongas impuestos, pero cuando ando cachicorneto, ayúdame, porque solo no puedo. Necesitar del papá Estado cuando ando fallo y olvidarme de él cuando ando próspero, es indiscutiblemente una actitud hipócrita. A eso han jugado muchas economías del mundo.

En los EEUU el republicano Cheney, presidente durante el período de Bush hijo, condujo al país a una crisis económica bestial en 2007. Tuvo que venir el comunista —para muchos venezolanos— Obama a recuperar la mayor economía capitalista mundial, embraguetándose con un problema mayúsculo y salvando al país, a los bancos, a las financieras e incluso a las empresas automovilísticas emblemáticas. Pareciera que mucha gente no lo recuerda. Y hoy en día muchos de los propulsores de la candidatura de Trump para la reelección dicen hacerlo debido al manejo que los republicanos tienen de la economía, según ellos más propicio que el de los demócratas. Ustedes dirán.

Si nos atenemos a lo expresado por el Presidente actual en el debate al ser confrontado con el hecho de sus escasísimos pagos de impuestos, contestó muy orondo que eso es lo que hacen los empresarios inteligentes como él, los que no lo hacen son estúpidos. No lo invento, está grabado. Como dicen los juristas, a confesión de parte, relevo de pruebas. Ser un empresario exitoso es saber evadir los impuestos. Y nuestros queridos defensores del capitalismo ante el horror comunista socialista que representan los demócratas, pareciera que lo aúpan. Se entendería que ser tracalero dentro del capitalismo es ser exitoso. Y es lo que dice Carlota Pérez y sus colegas, el capitalismo hay que revisarlo y regularlo para que no continúe siendo así.

Las ayudas económicas a partir de la actual crisis del coronavirus en EEUU han ido a las personas, pero sobre todo a las grandes empresas, las que no le gusta que el Estado las controle. De hecho la segunda ayuda masiva está en discusión pues Trump pretende que gran parte de ella se le otorgue a las líneas aéreas, cosa a la cual los demócratas se oponen. Muchas empresas han recibido esas ayudas con el pretexto de evitar los despidos masivos, sin embargo estos han ocurrido a pesar del dinero otorgado a sus empleadores. Como diríamos en criollo, se perdieron esos reales.

El axioma de que la empresa privada crea empleo puede ser cierto, y la libertad de mercado y la libre competencia, el motor de la economía, pero de ahí a evitar toda regulación y norma hay un gran trecho. Trump apenas llegó al poder disminuyó significativamente el impuesto de las empresas haciendo bajar los ingresos del Estado, cuyo déficit se ha visto incrementado sustanciosamente en los casi cuatro años de gobierno. Les tiró una migajita a las familias, algunas que pagaban 4.000 ahora pagan 3.000, lo cual está bien, pero ¿cuánto les rebajó a las grandes empresas? Miles de millones y ahora, cuando la cosa se les puso dura, vinieron a pedirle dinero al papá Estado. Él pregona con su ejemplo, pues le pidió un reembolso de 73 millones al impuesto, que no le correspondía y eso, como lo ha demostrado el New York Times —periódico ñangara como lo califica una amiga—, que actualmente está en litigio y aparentemente no le correspondía y deberá devolverlo con sus correspondientes intereses.  Mr. Trump se ha declarado en quiebra muchas veces. La tracalería empresarial como norma. Y a eso se refiere lo que plantea el grupo de economistas mundiales, la necesidad del control y la regulación, para evitar ese despropósito.

Los demócratas están proponiendo rectificar el asunto, y aumentar el impuesto a todo aquel que gane más de 400.000 dólares anuales y sobre todo a las grandes empresas. Me parece justo. Le tocará a Biden-Harris sacar a EEUU de esta nueva crisis económica en que la han sumido los republicanos y su presidente Trump. Quisiera añadir al respecto que el Fondo Monetario Internacional (FMI ) está proponiendo a nivel internacional el aumento de los impuestos a las empresas para mitigar el daño por la Covid-19.

Quiero referirme —y esto va en la misma onda que lo anterior— a algo que afecta específicamente a mi profesión de cineasta, las salas de cine. Andan, como decimos en Venezuela, pidiendo cacao, con una quejadera que van a quebrar, que los abandonaron, que no piensan en ellos.

Voy a decir —aunque les duela a mis queridos amigos Güerere y Pisano— que bien hecho, que se jodan, bastante desprecio le hicieron al cine de verdad, al cine de autor, al cine crítico y profundo, para hacerse exclusivos de los grandes estudios. Quedó claro que eran una franquicia más, unos macdonalds del cine, pues en eso se habían convertido. En todas partes del mundo, las películas nacionales o culturales fueron delegadas en función de los grandes blockbuster.  En el caso venezolano pudimos sobrevivir algo pues logramos una ley que medio nos protegía, pero  a muchas películas nuestras les tocó una o dos semanitas y ya, porque venía una de Disney, y las salas te apartaban porque eras un pobre diablo. Ahora que se le esfumaron las de superhéroes y supervillanos andan como alma en pena y no sabiendo qué hacer. Netflix les tumbó el negocio y entonces sí, eso es desleal, pero no lo que ellas hacían con un cine de menos presupuesto. Como les diría a las grandes empresas que andan pidiendo real, “a llorar pa’l valle”, a ver si toman conciencia del daño que hicieron y rectifican.

 

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