La Venezuela de hoy, después de tantos años de mandato de los golpistas, no ha progresado.

Durante el transcurso de la patraña electoral, que intentan montar el régimen y sus secuaces, el país ha recordado la infausta fecha del 4 de febrero de 1992. Ese día, hace 28 años, un grupo de felones militares  intentó de forma infructuosa un golpe de estado contra un gobierno legítimamente constituido y en pleno ejercicio de sus facultades institucionales.

Ese aciago día, a pesar de haber sido derrotados, las visiones de irracionalidad, improvisación,  ineficiencia y corrupción de este grupo de aventureros se abatieron sobre Venezuela y ejercieron un efecto devastador en los valores fundamentales sobre la democracia, el respeto mutuo, la tolerancia y la libertad de actuar que representaban el ideario de nuestro pueblo y que regían la convivencia social en nuestro país. Desde esos días, sin ningún éxito, los aventureros, cuya única motivación para la sedición era la toma del poder y lucrar del erario público, han tratado de construir una reláfica épica que llene de falsa gloria y limpie de vilezas los episodios de violencia, sevicia y cobardía que han  enseñoreado su artero e inexplicable proceder desde aquel entonces. Desde esos tiempos hasta nuestros días, los centenares de muertes que ha ocasionado esa sangrienta e inútil aventura siguen impunes. Los familiares de los caídos siguen esperando por justicia y castigo para los victimarios de sus deudos.

La Venezuela de hoy, después de tantos años de mandato de los golpistas, no ha progresado. Los males sociales se han acrecentado a pesar de los ingentes recursos políticos y financieros de los que ha dispuesto este fracasado régimen. El odio, la división y la exclusión es el legado social que nos deja. Igualmente, una economía colapsada, las arcas del tesoro vacías, agotadas las reservas internacionales, carencia de  realizaciones, la destrucción del aparato industrial público y privado, la quiebra de Pdvsa y con ello el de la industria petrolera nacional, un enorme déficit fiscal y una difícilmente pagable deuda externa, escasez, desabastecimiento, inflación, desempleo son, entre otros, los indicadores que representan y miden el descomunal fracaso de la gestión de los golpistas de 1992. Se ha acentuado la inseguridad jurídica, se ha hipertrofiado el tamaño del Estado, la economía venezolana ha perdido  la capacidad generadora de empleos de otrora; ha convertido a los jóvenes venezolanos en cazadores de canonjías en lugar de formarlos para contribuir a la ampliación de la producción y mejorar la prestación de los servicios. Presos políticos, exiliados, refugiados, perseguidos, familias destrozadas, la ilegitimidad; la usurpación de funciones y la sistemática violación de la Carta Magna son otros de los pasivos que acumula en su contra el periodo del régimen chavista-madurista. La incertidumbre respecto al futuro atenaza y angustia a los venezolanos.

Las diversas encuestas de opinión señalan que la tendencia hacia la abstención electoral muestra cifras nunca antes alcanzadas y evidencian que la mayoría de los ciudadanos venezolanos no apoyan a este régimen, rechazan a Maduro, no creen en los cantos de sirena oportunistas, ni tampoco en la honestidad y transparencia de las instituciones electorales.

La inutilidad de la costosa felonía de ayer ha quedado patéticamente demostrada. ¿Para  qué ​y por qué tantas muertes, persecuciones, dolor y desolación si no sabían —ni tampoco han aprendido— conducir y manejar el poder que en reiteradas oportunidades les ha conferido un pueblo engañado? La perseverancia y destreza política que se requieren para acometer la ineludible tarea de reconstruir la Nación no están del lado de los que mal gobiernan. ¿Para qué someter a este doloroso sacrificio a los venezolanos? ¿Qué más podemos esperar de un régimen como este? Entonces, ¿hasta cuándo vamos a soportar esta infame dictadura causante de todos los males que sufre el país?

 

 

 

 

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