Kaufman nos ofrece una hermosa película con sus temas predilectos.

El sábado 26 de septiembre se llevó a cabo el foro Cine Psicoanálisis en la plataforma digital del Trasnocho Cultural, bajo la conducción de Carlos Rasquin, miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas. La película seleccionada fue Pienso en el final (I’m Thinking of Ending Things), del director norteamericano Charlie Kaufman. En esa oportunidad, la psicoanalista Sodely Páez expuso su ponencia que reproducimos a continuación.

Agradezco en primer lugar la invitación de Carlos Rasquin para participar como comentarista de este apasionante thriller psicológico. Una bella y fascinante película estructurada como una caja china, un rompecabezas de piezas infinitas, que suscita múltiples lecturas y sensaciones en el espectador. Contada en forma de relato onírico, surrealista, Kaufman nos sacude como suele hacer con la ruptura de la linealidad narrativa, introduciéndonos en una experiencia estética y artística en la que el juego de temporalidades, superposiciones de planos, lugares, voces y personajes cobran preminencia. Trataré de dar entonces forma a mis ideas respecto del film penetrando en lo latente de su contenido y esperando que estas (las ideas) sean mías y no como lo sospecha Jake desde el principio, «siempre las ideas son de otros».

El tiempo, el envejecimiento, la memoria, la identidad, la muerte, conforman las premisas e interrogantes fundamentales en torno de las cuales se pasean y circulan reflexiones y diálogos. La excusa es un viaje de regreso, a la casa, al pasado, al inconsciente mas remoto. Un viaje arquetípico esta vez sin héroes ni fanfarrias.

Una voz de mujer nos introduce en la trama, en su casa-cabeza, en la idea fija de pensar en el final de las cosas como algo que se le ha instalado y sobre lo cual no tiene control, no desaparece; algo que prevalece aun cuando ese hombre llamado Jake se pregunte si «son originales las ideas no expresadas o se implantan como ideas ya formadas?» para luego concluir: «no puedes fingir lo que piensas».

Primera pregunta e insinuación acerca de lo propio del ser en relación con la alteridad, al otro desde el cual somos constituidos. ¿Dónde está el límite? ¿Cómo saberlo? ¿Cuál es la verdad? En un momento Lucy, la de la voz del inicio, manifiesta «ya no sé quién soy, dónde termino yo y empieza Jake». Bajo la desmentida de Jake, una foto en la pared de la casa de los padres nos muestra una Lucy niña marcando la confusión-fusión-escisión.

Las palabras pesan, pueden comunicar. aclarar, confundir, esconder, engañar. En su necesidad de ser y saberse, resulta a ratos exasperante la imprescindible e impostergable literalidad de Jake, su viscosidad, su necesidad de abarcar y corregirlo todo, (genus -genius), su obsesiva búsqueda de exactitud y precisión en las palabras utilizadas, la certeza que de contención a un mundo interno habitado por el miedo y amenazado por el desmoronamiento y la fragmentación, como lo comunica en un mensaje telefónico a Lucy. Una Lucy que es nombrada así a partir de un poema terrible de Wordsworth: Insinuaciones de inmortalidad. Palabras sueltas como cosas liberadas de la cadena de significantes, cadena como significante que se repite a lo largo de la película, «para asegurar las ruedas», para asegurar la cordura, las ruedas de la vida psíquica o como símbolo del atrapamiento al discurso psicotizante de los padres. Diálogos entre ellos que nos recuerdan la teoría de la ‘Confusión de lenguas entre los adultos y el niño’ de Ferenczi, psicoanalista contemporáneo de Freud.

En este medio rural y familiar donde todo muere y se desgasta, según confiesa la madre, Jake se apropia de las ideas de otros, de completos diálogos y disertaciones en un desesperado intento por escapar del confinamiento especular. No lo consigue . Las palabras son un virus que lo corroen todo, no dan salida a otra cosa.  Lucy, su alter ego, nos advierte: «no soy una chica de metáforas». No es posible un más allá. Es así como, además de palabras, Jake termina robándose identidades y oficios para subsistir en una «sociedad fría y alienante, que miente, como que Dios tiene un plan para ti, que después de la tormenta viene la calma (como ha dicho su padre antes), que rechaza a los viejos y a la vez ofrece falsas esperanza». Esta conmovedora declaración, a modo de denuncia, es hecha en una escena altamente dramática y crucial para la comprensión del sufrimiento psíquico de Jake. Se trata ahora del viaje de regreso de casa de los padres «a la que nunca había que volver». Una escena estremecedora e inquietante. En ella, nuevamente en un robo de identidad, vemos instantes previos a una Lucy, cigarrillo en mano, en la voz de Pauline Kael, la controvertida critica de cine cuyo libro, junto con otros que vimos en el cuarto de Jake, forma parte de su colección de citas y referencias. Escuchamos textualmente a Kael en su crítica a la película de John Cassavets Una mujer bajo influencia, que trata del derrumbe esquizofrénico de Mabel, su protagonista, con la que Jake dice sentirse identificado. Lucy, mientras Jake se descontrola y llora en su arrebato, se golpea la mano o la cabeza, no lo veo claro, contra la ventana del carro hasta sangrar y le grita «Callate Mabel, siéntate Mabel.» Jake es Mabel. No recuerda detalles de la cena con los padres porque —según Jake— había tomado mucho vino. «Estaba bajo su influencia,» asociación por contigüidad que da cuenta de las rupturas metonímicas en el curso de su pensamiento. Lo mismo sucede cuando confunde «good Thing por good sign… sign no es la palabra correcta», para describir lo bien que se llevaron Lucy y sus padres. El discurso cinematográfico utilizado por Kaufman en este film destaca lo verbal; hay una estética en el decir que en su Inter juego con lo visual nos atrapa y subyuga, nos involucra e interpela. Imposible quedar inmunes, somos afectados de muchas y muy sensibles maneras en las que también somos invitados a ocupar el lugar de los distintos personajes y sus matices.

La musica que acompaña la película —de Jay Walder— también refleja las vidas alternativas de Jake y sus referencias literarias, artísticas y cinematográficas. Es el musical de Oklahoma, «por razones obvias», reminiscencias de Debussy, Stravinsky, Ravel. Al compas de la banda sonora, un flujo de pensamientos en cascada se desliza de principio a fin en un personaje que no encuentra su verdad, que se pega a un gesto, a una palabra que le de existencia y contención. Ahora es el turno de Oscar Wilde: «la mayoria de la gente es otra gente, sus vidas una imitacion».

Jake, Lucy Ivonne, Louisa, Ames, uno que es todos o todas. Una mujer, personaje, protagonista y pre-texto a la vez, un dispositivo para la narración. Un artilugio, una construcción imaginaria de Jake que pone en escena, de manera dramática, » Yo es otro». Una mujer que cambia tanto de nombre como de profesión y vestidos, (aunque curiosamente la sinopsis de la promo nos la presenta como una joven estudiante universitaria de física cuántica), un encuentro amoroso que cambia de posiciones, escenarios y subtramas. Nada es lo que parece y el juego de las miradas y sus trampas se revela como ganador. Un hombre que mira (espía) desde lo alto de una ventana, cuando Lucy va al encuentro de su novio para emprender el viaje de visita a sus padres, Lucy que mira amorosa desde abajo. Otra vez el hombre, esta vez más joven. (Jake observándose desde fuera de sí?). ¿Cuál es el objeto instalado en esa mirada que acosa y persigue? Todos miran a través de un cristal: la madre cuando llegan a visitarlos, Lucy cuando nos mira directamente y en complicidad cuando recita el poema que supuestamente está escribiendo Perro de hueso ( de Eva H. D) y alguna otra vez mas.

Jake, sin embargo, dice sentirse invisible. Sufre la ausencia de una mirada amorosa que lo confirme. Nosotros sabemos de su importancia para la constitución del sí mismo y la cohesión del yo. En el film, el padre jamás lo mira, mira a Lucy, se vincula con ella, con esa parte escindida de Jake. La madre lo mira con lástima, a veces con desprecio. Se queja de sus «malditos juguetes», lamenta su «lentitud intelectual…. tal vez no tuvo el talento de otros estudiantes… es una lotería genética». Solo un pin por indulgencia fue su logro escolar, en una infancia sin amigos, en ese «sitio de torturas» que fue su escuela. Poco a poco van apareciendo datos y pistas que dan cuenta de un entorno no solo rural sino psicótico y perverso. «Odio esa mirada pervertida», dice Jake en un momento y esa «madre dulce y fría» como la Payaso Reina de Tulsey Town.

Lucy es colorida y luminosa al comienzo de la película pero tanto el título como la tormenta de nieve preanuncian lo que vendrá luego en la visita a los padres de Jake. Sigue la cascada y la tormenta de ideas. a todo lo largo del film, es casi un soliloquio sobre un fondo opaco, blanco y melancólico. La cámara nos hace descender desde un papel tapiz florido y vibrante hasta la soledad de una casa oscura y un columpio roto, como objetos e ilusiones, abandonados, detenidos en el tiempo. Nos muestra una casa que alberga recuerdos borrosos, siniestros al estilo de un Horror Film pero no en el modo tradicional, aunque sí hay un sótano —¡siempre un sótano!— como representación simbólica de lo siniestro, arcaico y tenebroso. Los rayones y marcas en la puerta habían sido hechas mostly por Jimmy, el perro, dejando una intriga sin resolver. El film nos contagia de angustia, tristeza y desolación a un ritmo escalofriante.

Es la historia de un hombre viejo, conserje de una escuela, que se pasea por sus complicados, confusos y tal vez falsos recuerdos horas antes de suicidarse exponiéndose a la misma hipotermia que mató a los corderos congelados que vemos al comienzo. Un hombre castrado por la explícita prohibición sexual y posible abuso de un padre perverso al que —en palabras de Lucy— «no supo decirle que no… pero  no era un monstruo… no lo golpeaba». Que lo vio como «maricón» siempr, una Lucy, como una Nancy lo es Billy Crystal. La alusión a la homosexualidad esta presente desde el comienzo del viaje, en palabras de Bette Davis. «envejecer no es para maricas» y como patología en el DSM antes de 1973: son «pamplinas freudianas» culpar a las madres de las patologías de sus hijos, nos dice Lucy, «no es que la homosexualidad sea una patología», agrega Jake … «una madre que ha perdido su gracia y a quien el universo le susurra no sé que clase de secretos».

Kaufman nos ofrece una hermosa película con sus temas predilectos. Por supuesto abreva de otros cineastas y les rinde tributo a David Lynch, Andrei Tarkovsky, Robert Zemeckis, Ron Howard, Wes Anderson, Terrence Melick. Se regodea en la literatura con Ralph Waldo Emerson, David Foster Wallace, William Wordsworth, Eva H.D, Wilde, Anna Kavan. Se nutre de filósofos como Guy Debord, de la crítica de cine, de la pintura (son preciosas sus alegorías a Edward Hopper, Ralph Albert Blakelock, al Gótico Americano de Grant Wood) y el resultado es una pieza artística, revolucionaria e insoslayable.

Aunque la suya es una muy fiel interpretación del libro de Iain Reid, Kaufman nos regala un mundo de desenlaces posibles. En su película, Lucy, al final, busca a Jake en el colegio. No lo encuentra. Quiere integrarse a él, al final de su vida, no lo consigue. Se despide tiernamente del Jake viejo, el joven ha muerto en el baile romántico erótico asesinado por este. Es casi un parricidio. Mientras el Jake viejo agoniza en la camioneta bajo la nevada, lo vemos paralelamente seguir desnudo a un cerdo lleno de gusanos. Entra luego como el Jake joven, ya canoso, vestido de gala, a un anfiteatro donde recibe finalmente un premio a su inteligencia. Ante un público teatral, como títeres, da su discurso de aceptación. Muere triunfante. Es John Nash de A beautiful mind. Al fondo suena una música que cruje con la aguja de los antiguos discos de vinil y canta el tema A lonely room, de Oklahoma, por supuesto!!!. El pasado ha quedado triturado. Así como los recuerdos y las cosas.

PIENSO EN EL FINAL (I’m Thinking of Ending Things), EEUU, 2020. Dirección y guion: Charlie Kaufman, sobre la novela de Iain Reid. Fotografía: Łukasz Żal. Montaje: Robert Frazen. Música: Jay Wadley. Elenco: Jesse Plemons. Jessie Buckley. Toi Colleette y David Thewlis, entre otros.

Disponible en Netflix.

 

 

 

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