‘Borgen’ se soporta en dos pilares: el mundo político y el ‘cuarto poder’, es decir, el periodismo libre, incisivo y vigilante de las actuaciones de los políticos y sus entornos.

Dinamarca es el futuro de la humanidad sin necesidad de ir al futuro. Ya las consideraciones sobre el potencial humano no tienen que ver con el tamaño asociado a las naciones. Por el contrario, a mayor tamaño y población, más grandes nudos y problemas. Dinamarca es el mejor ejemplo en que la calidad se impone a la cantidad. En que la política puede maridar el arte con la técnica y hacer de la democracia y sociedad abierta un sistema político viable y exitoso.

Otro dato nada desdeñable: la superficie territorial de Dinamarca es de 42.933 km² abrazados por el frío del Mar del Norte y con una población que no llega a los seis millones de habitantes y con los más altos índices de prosperidad mundial. Paradójicamente, la pequeña Dinamarca a través de sus ancestros más famosos, los vikingos, invadió Inglaterra en el siglo VIII de nuestra era y tiene un inmenso y prácticamente abandonado territorio ‘colonial’ prisionero del hielo y neblina: Groenlandia.

Una serie como Borgen —con sus tres temporadas que diseccionan el comportamiento de la democracia danesa, con sus luchas e intrigas entre los distintos partidos y coaliciones— es toda una clase de historia para conocer su realidad, aunque sólo sea tangencialmente. Lo primero que sorprende es la rectitud y preocupación por el juego limpio a pesar del lodo humano como sustancia. Algo que Maquiavelo remarcó sin sorpresas en El Príncipe: “los hombres son ingratos, inconstantes, falsos y simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de riqueza”, (Cap. XVII). La recomendación cristiana y budista de suprimir al ego para espantar los odios aún sigue siendo un programa minimalista, un asunto de minorías felices, aunque raras.

Borgen se soporta en dos pilares: el mundo político y el ‘cuarto poder’, es decir, el periodismo libre, incisivo y vigilante de las actuaciones de los políticos y sus entornos. Todo esto responde a una sola filosofía: el poder bueno. Dinamarca se enorgullece de poseer los niveles de corrupción más bajos del mundo hoy y esto queda muy bien reflejado en la serie que debería ser vista por todos los políticos latinoamericanos, cuya característica es ser lo opuesto a la pulcritud danesa en el manejo de los fondos públicos, el respeto a las leyes y el compromiso público y servicial hacia los ciudadanos a los que dicen representar.

Como toda serie es excesiva y no es capaz de quedarse con lo esencial. Aunque este defecto no es nada ante sus logros y mensajes pedagógicos que nos muestran la lucha política haciendo prevalecer los argumentos y razones a los abusos de la arbitrariedad. De hecho, en Borgen no hay militares ni siquiera policías, sólo unos anónimos guardaespaldas que hasta tienen aventuras de una noche con la Primer Ministro. Lo que sí abunda es la famosa liberalidad nórdica en asuntos sexuales y enamoramientos furtivos junto a las parejas rotas y de intercambio: la intimidad de los políticos en su vida privada. Algo en que Borgen se detiene más de la cuenta para concluir que la vida del político implica el sacrificio de su vida familiar.

Finalizo esta reseña señalando que Stephen King, en el año 2012, escogió a Borgen como la mejor serie del año de todas las que había visto, incluso, por encima de la laureada Breaking Bad. También Borgen, además de entretenimiento inteligente, es una excelente publicidad para Dinamarca. Y esto es algo legítimo, porque se trata de una publicidad no engañosa. Si algo debemos hacer los países latinoamericanos es parecernos, aunque sea sólo por la mitad, a esta manera de hacer política de los daneses: virtuosa, frugal y discreta.

Disponible en Netflix.

BORGEN, Dinamarca, 2010. Creada por Adam Price. Guion por Adam Price, Jeppe Gjervig Gram y Tobias Lindholm. Dirigido por Søren Kragh-Jacobsen y Rumle Hammerich. Elenco: Sidse Babett Knudsen, Birgitte Hjort Sørensen, Pilou Asbæk, Mikael Birkkjær y Søren Malling.

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