Si el gobierno interino no emprende acciones concretas durante estos cuatro meses donde todavía mantiene su mayor fuerza, la estructura que se montó y ha dado frutos irá languideciendo.

Para quienes creían que en la historia de las naciones no podría pasar nada nuevo, nada extraordinario, he aquí nuestra Venezuela. Pocos previeron el lío en que nos metimos los venezolanos en 1998, cuando un grupo apreciable de compatriotas votó por un fracasado militar golpista o se abstuvo para castigar a AD y Copei. Ahora vivimos aterrados y alucinados en este ‘viaje mágico y misterioso’ (al estilo Beatles) en que estamos metidos.

Al elucubrar sobre cuál será el mejor camino para despertar de esta pesadilla se termina más confundido —y algunos más radicalizados— que cuando se empezó. Lo que nos queda es aferrarnos a la unidad como un canto tántrico que nos sacará de esta tragedia. Pero al revisar nuestra historia encontramos que esta unidad ha sido más la excepción que la norma. Desde nuestra independencia hasta nuestros días, ella es más un desiderátum que una realidad. Quizás nos acostumbramos a los 40 años de democracia donde las divisiones, que hubo muchas, no pusieron en juego lo construido sino hasta el final, cuando ya no era posible echarse para atrás.

La necesaria unidad solo se conseguirá si se construye alrededor de una estrategia clara, vendible y sostenible, así como un fuerte liderazgo que pueda adaptarse a los cambios, que en política son frecuentes.

La verdad es que desde hace algún tiempo solo hay tres opciones sobre la mesa para enfrentar al régimen: la intervención extranjera, la lucha electoral y movilización política interna y la presión internacional. Y como van las cosas, ellas que deberían ser complementarias, se están volviendo contradictorias.

El proceso que nos lleva a las elecciones del 6 de diciembre pudiera ser un punto de partida para movilizar y organizar a esa inmensa mayoría que quiere a Maduro y su combo fuera del poder, pero todos sabemos que meterse en esto no permitirá  a las fuerzas democráticas mantener el control del Asamblea Nacional (AN) a menos que se retrase la fecha, se cambie el CNE, se abra el juego a todos los partidos y líderes políticos y se acepte una observación y no un mísero ‘acompañamiento’ europeo, como ha pedido el régimen. Si eso en buena medida pasa sería un logro importante pero quizás no suficiente para mantener el control de la AN, que es posible pero no probable, pues el régimen ha hecho muchos cambios en el sistema electoral y de representación que dificulta al máximo un triunfo decisivo de la oposición; para no hablar de la pandemia y el modo de supervivencia en que estamos los venezolanos. Lo que sería posible es comenzar a crear las condiciones para una próxima elección, digamos, una elección presidencial o incluso un revocatorio en 2021. Algunos dirán: un revocatorio a un gobierno ilegítimo es un sinsentido y tienen razón, ¿pero qué es legítimo ahora y más allá del 6D?

Pero este es un gambito muy peligroso pues conquistar condiciones electorales a futuro frente a un gobierno que  ha anulado todas las conquistas de la oposición no es una buena apuesta. En cuanto a ir unas elecciones parlamentarias incluso con mejores condiciones sabiendo que es muy difícil obtener el triunfo es de suyo jugar a la disolución del gobierno interino (GI). Y más que eso, al debilitamiento de la coalición internacional que ha permitido importantes avances en la presión sobre el régimen a través sanciones y estas son las únicas amenazas que se han cumplido y que tiene al régimen preocupado.

Pero ya Henrique Capriles se lanzó a la palestra electoral y si llega al final —un si condicional, pues puede que sensatamente se retire si ve que nada de lo prometido o deseado se cumple—, repito si llega al final, el daño a la coalición internacional será grave a juzgar por el hecho de que, a pesar de que casi 60 países no reconocen a Maduro como presidente y no reconocerían el resultado de las elecciones del 6 de diciembre, solo la mitad de ellos firmó la última declaración para exigir un gobierno de transición en el país e incluso “unas elecciones presidenciales libres y justas, lo más pronto posible”.

Al darse las elecciones parlamentarias del 6D, al menos esa treintena liderada por EEUU mantendrá el reconocimiento al Gobierno Interino pero ya sin la base de ser el gobierno de la única institución legítima de Venezuela: la AN elegida en 2015.

Quedan cuatro meses para que lo que vaya a pasar pase y en ese período el gobierno de Guaidó debe prepararse para lo peor y luchar por avanzar lo más que se pueda.

Un paso clave ya dado ha sido el buscar un acuerdo con la DEA norteamericana que se dirige a atacar al pranato, al régimen delincuencial, en donde más le duele, en el origen de la savia que lo mantiene sobreviviendo: los narco dólares. A esto deberían seguir  acuerdos parecidos con otros países y con otras agencias de EEUU como el FBI para perseguir a los corruptos, el Departamento de Seguridad Nacional —del que depende el control del contrabando— para perseguir a los que exportan ilegalmente el oro y otros metales preciosos desecando el medio ambiente (Faja del Orinoco) e incluso con el Pentágono para una cooperación militar.

Si el gobierno interino no emprende acciones concretas, como las mencionadas, durante estos cuatro meses donde todavía mantiene su mayor fuerza, la estructura que se montó y ha dado frutos irá languideciendo.

En política hay que aprovechar el momento y estos cuatro meses serán claves. ¿Qué pasará?  Es difícil saberlo en este mundo mágico, pero promover acciones contundentes es mejor que esperar a ver que pasa.

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