Falcón y Capriles representan vertientes distintas antes las posibilidad de participar en los comicios parlamentarios.

Entre los opositores al régimen que manifiestan su intención de participar en las elecciones del 6-D hay relevantes diferencias. Hay quienes simplemente se vendieron por un puñado de dólares. Hay colaboracionistas convencidos y derrotados psicológicamente que piensan adaptarse y lograr que el régimen les conceda unos carguitos de diputados, para sobrevivir como políticos profesionales. Así sobrevivieron los dirigentes de los partidos colaboracionistas en la Europa comunista durante la Guerra Fría.

Pero hay también venezolanos, como Capriles, que en buena fe creen que hay que aprovechar cualquier rendija, cualquier espacio que el régimen conceda para continuar la lucha. Además afirman que si fuera a votar ese 80% del electorado que se opone al madurismo, el resultado sería tan abrumador que, aun con fraude, el régimen se desestabilizaría. Mi primera observación es que aunque tuviesen razón, no es realista pensar que sea posible, con estas condiciones y con ese árbitro, lograr que la gran mayoría de la oposición vaya a votar. Y en cuanto a las rendijas y los espacios hay básicamente un error en la caracterización del régimen. Antes de las elecciones parlamentarias del 2015, había un autoritarismo competitivo, el gobierno utilizaba todos los poderes del Estado para obtener y comprar votos e impedir, inhibir, anular y hasta secuestrar votos de la oposición. Sin embargo, al final se contaban más o menos correctamente los sufragios. Es verdad que cuando la oposición ganaba cargos regionales relevantes el régimen les quitaba atribuciones y presupuesto y les nombraba al lado un ‘Protector’, pero la táctica de ocupar espacios tenía cierto valor.

Los partidos de oposición mantenían su organización para poder seguir fortaleciéndose y crecer. Y crecieron tanto que en diciembre del 2015, la oposición democrática ganó las dos terceras partes de la Asamblea Nacional (AN), con lo cual tenía el derecho de nombrar el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), el Consejo Nacional Electoral (CNE) y los demás poderes del Estado. Pero el régimen, a partir de esa fecha, desconoció totalmente la Constitución y asumió arbitrariamente todos los poderes, confiscando y usurpando todas las atribuciones y funciones de la AN. A partir del 2015 el régimen no es un autoritarismo competitivo sino lo que Michael Waltzer llama un totalitarismo fallido. Un régimen que tiene objetivos totalitarios, pero le faltan la capacidad y la eficiencia para concretarlos cabalmente; no tiene, por ejemplo, el control de todo el territorio nacional.

El reciente nombramiento de un árbitro electoral fantoche y el secuestro de los partidos de oposición evidencian aún más la intención del régimen de no entregar el poder, “ni con balas ni con votos”, como dijo textualmente Maduro. Por tanto la táctica de las rendijas y espacios ya no tiene ninguna vigencia, a menos que sea para conseguir unos carguitos para poder sobrevivir, como el Partido Campesino en la fenecida Alemania comunista.

Capriles afirma que su intención es luchar para obtener condiciones electorales aceptables, pero creo que se lucharía mejor manteniendo la unidad y en sintonía con la comunidad internacional democrática, que no considera estas elecciones ni legítimas ni aceptables. Pero los ‘participacionistas’ en buena fe tienen razón cuando dicen que no basta con la posición negativa de no ir a votar en la farsa electoral. Hay que acompañar las sanciones y presiones de la comunidad internacional con una activa estrategia de presión interna de la cual formaría parte el llamado de Guaidó para una consulta a los venezolanos, que no es sólo para consultar, sino para movilizar a la oposición. Hay que complementarla con otras acciones. Por ejemplo, una campaña organizada y coordinada de protestas simultáneas en todo el país, por la escasez de gasolina, gas y el colapso de los servicios públicos.

La pandemia, a corto plazo, ayuda al régimen para el control de la población, pero su ineptitud frente a su crecimiento exponencial podría crear las condiciones para su desestabilización y/o un quiebre interno.

@sadiocaracas

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