“He arado en el mar y he sembrado en el viento”.

El viernes 24 de julio, su fecha natal (n 1783), regresó el Libertador. Ingresó por una trocha en disfraz de guardia nacional bolivariano revolucionario. En su oculto bolsillo un teléfono celular recién comprado en oferta y en su espalda una rota mochila con ropaje para cambios.

Desde la madrugada reclutas ya cabos rasos, flacos y sucios, intercambian papeles, paqueticos y monedas con paisanos cansados casi descalzos que arrastran niños y sacos para entrar y salir de su país. A uno de los armados le murmura: —Vale, soy nuevo, ¿cómo está la cosa por estos lares?

—Pana, sed, hambre, calor, jodidos, uno se amaña, del rancho me zamparon pa’l cuartel desde los quince, allá es más pior.

Se aleja lentamente hacia una caseta de vigilancia:

—Vengo  de la frontera mandado por el mayor de la comandancia que está de guardia en la zona, voy para la capital.

Y el peón portero dice:

—Ajá, primero cuádrate carajo, dame tu nombre para el oficial jefe de aquí, pero está borracho, mejor pasa de una vez y dame alguito.

Conmovido penetra al suelo patrio y manda un mensaje: “Por la ignorancia y el engaño nos han dominado, más que por la fuerza”.

Un motivo sentimental lo lleva primero a la Universidad Central que  fundó en el local de un antiguo convento al centro de Caracas, Google da la nueva dirección. Admira las obras de arte que adornan su entrada en espacios libres y  techados, lo deslumbra el Aula Magna, en blue jean y franela asiste a reuniones de alumnos y su dirigencia, profesores, empleados. Se entera del acoso y ataques físicos oficialistas a sus aulas, archivos, oficinas y otras dependencias saqueadas durante lustros. Están a punto de cierre por falta de sueldos actualizados, becas estudiantiles, laboratorios y etcétera. De allí se traslada a otra que titulan Universidad Bolivariana y se enfurece al comprobar que esa autodenominada Academia, junto con otras, usurpan su apellido para métodos, programas y leyes militaristas que borran casi por completo la historia política civilista venezolana desde su origen hasta la llegada del paracaidista Hugo Chávez. Colérico envía dos whatsapp : “Es insoportable el espíritu militar en el mundo civil” y “Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción”.

Ataviado con uniforme y medallas de coronel, simula que es mensajero en misión de la empoderada cúpula castrense. Así participa en reuniones de tenientes y otros grados bajos y medios, desde tropa hasta varios de los 2.000 generales pasando por Ejército, Armada, Aviación y milicianos, esclavos del generalato reinante en Fuerte Tiuna y Miraflores. Asombrado percibe miedoso disgusto y descontento en la mayoría de esos cuadros por continuos espionaje, amenaza, secuestro, tortura, desaparición forzada, ejecución extrajudicial y asesinato que padecen por igual sus colegas de todos los rangos junto con el resto de la sociedad, incluidos sus familiares, al menor intento de expresar quejas, dudas y sobre todo mucho dolor contenido porque se les obliga a la represión ilegal de inocentes paisanos mediante arrestos, prisión, maltrato sádico y crimen contra cada protesta estudiantil, gremial y de carácter netamente popular. Tuitea: “La primera de todas las fuerzas es la opinión pública”, “Maldito el soldado que dispara contra su pueblo”.

Sigue ahora en rol de supervisor del sistema judicial y comprueba que el país  ahora es Cubazuela, otra vez colonia de un imperio porque su máximo tribunal delincuencial togado redacta leyes y sentencias violatorias de la Constitución Nacional, dictadas por el supremo poder isleño a través de un cable submarino.

Omite su visita al Capitolio porque supo que a sus miembros legítimos electos en sufragio correcto , ya sin Poder Legislativo real, les prohíben ocupar sus curules en ese recinto, otros siguen exiliados y clandestinos, quedan allí sobornadas fichas que repletan por centenares un inventado Congreso ilegal. Debilitado ya por las evidencias escribe: ”Los legisladores necesitan una escuela de moral”.”Las buenas costumbres y no la fuerza son las columnas de las leyes y el ejercicio de la justicia es el de la libertad”.

Teme a la cárcel criminal, prefiere los conocidos expulsión o destierro y por Facebook declara: “Compatriotas, las armas les darán la independencia, las leyes les darán la libertad. Cuando la tiranía se hace ley, la rebelión es un derecho. La  unidad lo hace todo y debemos conservar ese principio”.

Se abotona la camisa prestada en la Santa Marta colombiana, cerca de un basural tira al río Guaire su equipaje incluido el aparato digital exclamando: “He arado en el mar y he sembrado en el viento”.

Alguien que buscaba restos de alimento en los despojos jura que lo vio y escuchó su grito: “Esta gente no me quiere”.

alifrei@hotmail.com

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