El escritor caraqueño explora los rincones de la ciudad y sus personajes.

Son once textos que deambulan con libertad, de una página a otra, de una vida a la siguiente, bajo la mirada atenta de un autor que les otorga unidad a partir de una visión amorosa y sensual sobre un hombre sin nombre, una mujer que siempre se llama Isabel, una Caracas perdida en sus propios entrepliegues y un puñado de seres que moran la avenida Baralt, las calles de Sabana Grande o la Crema Paraíso de Santa Mónica y otros sitios más de una ciudad hostigada. Recientemente volví a leer Todas las ciudades son Isabel, de José Tomás Angola, lo cual me permitió reubicar cada una de sus historias —o sus pulsaciones— en un contexto más preciso y más personal, a la vez. Allí están la ciudad, el amor, la sexualidad, la ternura y hasta la inocencia de un hombre que lleva tazas de café como quien conduce misivas confesionales.

Hace siete años descubrí el relato que abre este primer libro de narrativa de Angola. Se titula Plano amoroso de ciudad y fue el ganador del 62° Concurso de Cuentos de El Nacional en 2005. Esta historia breve, amplia y desbordante marcó un nuevo rumbo en la producción creadora de este poeta, dramaturgo y ensayista caraqueño que además escribe telenovelas y dicta cursos sobre varias herramientas de la escritura. Cuando lo volví a leer —en la edición de la Editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar de hace dos años— reencontré en sus líneas el espíritu integrador de historias perdidas, personajes erráticos, rincones cotidianos y sobre todo amor, erotismo y nostalgia para hablar de una ciudad que con toda certeza es una mujer, o mejor dicho, muchas mujeres que terminan llamándose Isabel.

Esta fémina citadina de José Tomás Angola (Caracas, 1967) se revela en todo el conjunto de relatos a través de una mirada masculina anónima pero muy presente. Sus visiones atraviesan las historias íntimas a manera de confesiones, siempre en primera persona. A veces adquieren la forma de literatura epistolar, otras devienen en diálogos directos, pero siempre mantienen el tono de la experiencia personal. No hay distanciamiento frente a lo narrado. Más bien percibo cierta ingenuidad provinciana trocada en necesidad de contar, de compartir, de recapitular lo vivido en la ciudad. Al autor le interesan más los personajes y sus emociones que la propia trama. De hecho, todos los cuentos —más bien prefiero llamarlos textos, por su heterogeneidad y extensión— parten de una situación dada y evaden la continuidad dramática, para decirlo de una manera teatral. La visión que domina el conjunto es la de un hombre que mira, recuerda y cuenta. Tal vez por eso las dimensiones varíen tanto. Pero lo cierto es que el libro se halla dominado por una fuerza determinante. «Todo lo escrito son historias de amor», puntualiza Angola. Más bien lo sentencia.

Todas las ciudades son Isabel constituye una suerte de arcadia, inaccesible pero deseada. Un mesonero  persigue el sueño escurridizo de una mujer y al mismo tiempo rinde tributo a la figura de un viejo siciliano, venido a estas tierras en pos de El Dorado para terminar asentado en una esquina del alma urbana de Sabana Grande con rostro de cafetín. Las miradas fluyen como un guayoyo o un marrón, fugaces y repetidas, como la cotidianidad. De cierta forma prevalece en los relatos el recuerdo de una Caracas ida, ausente, ajena, cuyas referencias son de hace veinte o treinta años. En el libro no se encuentra la ciudad de los malls de hoy ni de las ferias de comida con sus franquicias similares en todas partes. Es probable que el volúmen de textos responda a las experiencias personales de Angola y tal vez por ello se construya con ese tono íntimo, intransferible y particular de un hombre que cabalga la medianía de sus cuarenta años. Me intriga su próxima propuesta narrativa.

TODAS LAS CIUDADES SON ISABEL, de José Tomás Angola Heredia. Editorial Equinoccio, Colección Papiros, Universidad Simón Bolívar, Caracas, 2010.

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