Ocurría en Nos habíamos amado tanto, aquel film de Ettore Scola que narra la vida —desde la resistencia antifascista hasta la época del film: 1974— de un grupo de amigos, con sus triunfos, amarguras, sinsabores y alegrías. Sobre el final, Nino Manfredi, uno de los menos afortunados, resume el periplo: » Siempre dijimos que el futuro nos pertenecía, pero el futuro pasó y no nos dimos cuenta». Se me ocurre que ese es el problema del Nuevo Cine Latinoamericano. Sus protagonistas (Solanas, Sanjinés, Littin y tantos otros) dieron lo mejor de sí en contextos de opresión cuando esas películas apuntaban a un mañana venturoso. Y sin duda, si comparamos la América Latina de hace cuarenta años con la de hoy, parecería que el futuro no solo no pasó sino que llegó, esperemos para quedarse, excepción hecha de Cuba, Venezuela y, probablemente, los «tiramealgo» del ALBA.

Pero en todo caso el epíteto de «nuevo» apunta a una ruptura, un corte, un quiebre y el drama es que aquella connotación no se ha dado en los hechos. Me explico. El Nuevo Cine irrumpió como gesto expresivo y productivo, en el entendido de que en una nueva etapa de la conciencia latinoamericana, regada, recordemos por la Revolución Cubana, se imponía no solo una nueva forma de contar, sino además una nueva forma de producir cooperativa, voluntarista, alejada de los patrones de la metrópoli, pero ante todo, pobre. La estética de la pobreza y los manifiestos del tercer cine, dieron que hablar en aquella época

Ahora bien, lo que ocurrió es que todas aquellas películas no tuvieron una continuidad en el tiempo y, pasado el furor del momento (y en el Sur debido a la feroz represión de los sesenta), ese cine se replegó hasta desaparecer y cuando reapareció, al calor de la recuperación democrática, fue siguiendo patrones tradicionales. Dicho de otro modo La historia oficial, Oscar de 1986, no tiene ningún tipo de continuidad con La hora de los hornos. Y lo mismo puede decirse del actual cine chileno respecto a El chacal de Nahueltoro. Hasta la producción del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, ICAIC, desastre económico mediante, sólo sobrevive gracias a las coproducciones. Nota aparte merece la cantidad y calidad de la producción. Países tradicionalmente no productivos —Uruguay, Chile, por citar solo dos y no hablar del Caribe— exhiben hoy una producción sostenida, de probada calidad técnica.

En resumen, pienso que el Nuevo Cine Latinoamericano tiene una indudable importancia histórica pero su excesiva coyunturalidad (y el hiato histórico del los setenta) no le permitió establecer sino puentes muy laxos con la producción de los ochenta en adelante.

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