El Universal, martes 28 de enero de 2014
La revolución es construida por hombres, no por mujeres. Por eso, aquélla decide asesinar a la belleza, como ocurre en Venezuela. No porque prive la dignidad del masculino en sí mismo, sino por derivado perverso inducido, y que al final junta con el crimen: el machismo. Para poder existir en la revolución, a la mujer le es reprimido explorar y expandir su femenino; está condenada a ser solo la simulación masculina del hombre, ese celoso y despiadado propietario que encarna a la moral y al Estado patriarcal. Así, el umbral máximo de su realización, ocurre cuando se convierte en primera combatiente del proceso revolucionario. En el capitalismo, el cuerpo de la mujer pasa a ser objeto de mercadeo; en la revolución, sujeto ideológico. En ambos contextos, es devorada por la antropofagia del mal.

En la revolución, pocos ritos exaltan y celebran el cuerpo femenino, a menos que sea en actos donde se juega el prestigio varonil de la revolución: el combate militar y la violencia delincuencial sistemática, cantera fundamental de toda revolución, y que en paradoja macabra, el cuerpo humano termina por ser objetivo de destrucción. Incluso el ballet —en el escenario de la revolución— constituye afectada reminiscencia burguesa por desgastado refinamiento. Al final del espectáculo, quien asombra no es un bailarín o una bailarina, es la desamparada marioneta, colgada de un hilo tenso que la atraviesa y la hiere.

En el siglo XIX, Gustave Flaubert, escribió Madame Bovary; y en el siglo XX, D.H Lawrence, El Amante de Lady Chatterley. Novelas fundadas en historias donde dos mujeres, en épocas distintas, deciden conquistar la libertad a través de senderos ideales del sentir reprimido; aunque en esa magna tarea, ambas arriesgaron reputación y vida. Después, Vladimir Nabokov, abordará el tema pero desde una irresistible Lolita que abate la madurez de un hombre en el ocaso. La ficción es universo donde la mujer puede alcanzar libertad de poder ser. La imaginación hace galopar el corazón de la fantasía, propicia fascinantes ritos, y establece la emoción preñada de aventuras, del amor en magno esplendor. Quien no tiene imaginación, no rompe los diques, no alcanza la inmensidad.

Raiza Andrade 2El libro de Raiza Andrade, titulado Venus (Pubísima y Castísima), persiste en la tradición de aquellos grandes escritores, al devolver a la mujer sus dimensiones íntimas y secretas, divorciándola de ser sujeto para uso y desuso. El cuerpo narrativo de estos relatos es tejido de anécdotas (o ritos de intimidad relatados) con personajes bien delineados y construidos, inmersos en situaciones que recuerdan al teatro y el cine. En algún lugar ocurre la más sentida representación o proyección de lo que más queremos. El hallazgo mayor de la fluida escritura de Raiza Andrade es valorar al personaje desde las partes que lo conforman para el placer y la curiosidad inagotable, edificación que conquista la cima de la plenitud: pubis, boca, pechos, o la subyugante e intensa mirada de una Lolita, o mujer anclada en el objeto más deseado o prohibido. La intriga se gesta en el develamiento, en la tensa e irrefrenable expectación, allanada por la marea de  fluidos. La pasión descubre posturas inimaginables del cuerpo en el lecho y fuera de éste. Posturas que el tiempo no roba a la memoria, pero sí envidia desde alguna playa solitaria. Cada ser se descubre en la manera de sentir, en sus pliegues. Agotada la pasión, algunos se refugian en la nostalgia, por no haber sido más atrevidos. Otros, en la amargura, o, en el consuelo del humor. Con la prosa de su libro, Raiza Andrade revela el progresivo deleite de la mujer que emerge del misterio, pero sin agotarlo.

La palabra crece en el bosque narrativo, construyendo una imagen que subyuga y arrebata. No es la imagen descarnada de resonancias quien habrá de imponerse sobre la palabra viva. Esa estrategia de composición narrativa, particular de Raiza Andrade, convoca y provoca en el lector, otras maneras de imaginar y sentir las historias como personaje encarnado, y espectador que se  espía a través de un espejo mojado. Porque este libro es cuerpo, creado para recorrerlo, acariciarlo y entrar en él en gozosa celebración. Estas piezas literarias tan bien talladas, nos recuerdan Delta de Venus de Anais Nin; y en la convocatoria de ese referente narrativo feliz, Raiza Andrade es discípula predilecta de la más emblemática escritora del erotismo femenino, quien decidió explorar a la mujer sumergiéndose en sí misma, al escribir más de treintaicinco mil páginas, compuestas en diarios, que dejó como testimonio y legado de lo que es capaz de alcanzar la libertad femenina, cuando es ella quien toma el poder.

Venus (Pubísima y Castísima), Ediciones Actual, de la Dirección de Cultura de la ULA, son páginas de imaginación y verdadera inteligencia, sensuales como una  frondosa y ondulante cabellera. Celebramos leyendo con delectación, esta obra magnífica de Raiza Andrade.

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