Venom
El pobre Venom, por ejemplo, se tiene que conformar con ser dos ojos y muchos dientes, habitar un cuerpo que a veces es de una buena persona y otras veces no tanto y, cuando le falta el soporte humano, ser una masa gelatinosa y oscura que pena por un vehículo.

La del cine y el cómic fue, históricamente, una relación disfuncional. El séptimo arte envidiaba al segundo su libertad, que le permitía lanzarse, sin red de seguridad alguna, al campo de lo imaginario, postulando superhombres que respetaban todas las leyes, menos la de la gravedad.

El cómic, por su parte, podía hacer que sus seres mitológicos volaran, pero era incapaz de liberarlos del soporte del dibujo –en papel primero y en pantalla de cine o televisión después– lo que los relegaba al papel secundario de seres cuyo acceso al mundo sensible siempre estaría en entredicho.

Eran, como el amor y el interés, fuerzas que buscaban una armonía inalcanzable, porque, en lo esencial, y como sus protagonistas, vivían en mundos fantásticos e incompatibles, ambos prisioneros de su génesis. El cine, hijo movedizo de la fotografía; el cómic, híbrido mundano, bohemio e ilegítimo de la literatura y las artes plásticas. Por eso los superhéroes llegaron a la pantalla siempre con dificultad. Superman nunca pudo terminar de volar convincentemente y Batman no pasó de una serie ingeniosa para los más pequeños. La fuerza de la gravedad operaba además en el campo de las advertencias imaginarias. Los dos actores que encarnaron a Superman (George Reeves y Christopher Reeve) murieron de forma trágica, con 45 años de diferencia, y el Batman de la serie que se transmitió de 1966 a 1968, Adam West, nunca obtuvo otro papel significativo en el cine. Su pana Robin tampoco. Ningún otro superhéroe intentó el salto del dibujo al mundo de los mortales.

Pero el cine cambió y el mundo también. Y con ellos el poder de la imagen que, de ser un territorio reducido a las pantallas de cine y TV, o al aún poderoso papel, saltó a las computadoras, de ahí a las tabletas y luego a los teléfonos. En paralelo, la realidad sensible e inmutable del mundo cotidiano, de la que el cine era a la vez reflejo y esclavo, empezó a ser manipulada. Ya no mecánicamente, como en los artesanales y rudimentarios efectos especiales de los tiempos idos, sino internamente, moldeándose según los caprichos de la trama, de los libretistas y del territorio imaginario que se abría apuntando al infinito. Los avances de la informática habían finalmente descifrado y abierto las compuertas que comunicaban dos mundos que hasta entonces se habían visto las caras de lejos, envidiándose y deseándose sin poder realmente hablarse más que por señas.

La economía, que nunca duerme, siguió en paralelo este camino. Las dos editoriales de tiras cómicas, DC Cómics (fundada en 1934) y Marvel (fundada en 1939), fueron prestamente adquiridas; la primera, por Warner Brothers (1989, como parte de la fusión con TIME), y la segunda, por Walt Disney en 2009, con lo cual el amplio portafolio de superhéroes y villanos logró la visa para su sueño de celuloide. Primero pasó la realeza (Batman, Superman), luego la clase media (el Hombre Araña, ese esforzado estudiante de pobres orígenes) y luego, ya más desordenadamente, todos los que quedaban (Linterna Verde, la Mujer Maravilla). El problema es que hay más demanda y más pantalla que superhéroes y el peligro de la saturación siempre está presente. La solución es la renovación de los más veteranos, pero también el reciclaje de nuevos héroes, antes relegados al papel de villanos laterales. El problema está en los superpoderes, que, copados los más obvios por los primeros llegados, tienen también que ser renovados. El pobre Venom, por ejemplo, se tiene que conformar con ser dos ojos y muchos dientes, habitar un cuerpo que a veces es de una buena persona y otras veces no tanto y, cuando le falta el soporte humano, ser una masa gelatinosa y oscura que pena por un vehículo. La línea argumental no deja de ser ingeniosa, disparando con igual puntería al mundo contemporáneo y la sociedad de consumo, y los nuevos plutócratas tecnológicos que están desplazando de la crónica de espectáculos a las estrellas de cine. El interés está en la forma en que Hollywood ve las oportunidades imaginarias que este mundo nuevo ofrece. Los perversos ya no son aquellos villanos naturales a lo Lex Luthor, sino los capitalistas salvajísimos que no se detendrán ante nada por hacer estallar el mundo en el cual vivimos hasta ahora para reemplazarlo por uno nuevo, más maleable, hecho a su imagen y semejanza. Un mundo en el cual las criaturas fantásticas que las tiras cómicas crearon hace más de un siglo, respondan a sus designios. Para desventura de nosotros, pobres espectadores mortales, condenados a padecerlas junto con sus maestros.

VENOM. EEUU, 2018. Director: Ruben Fleischer. Con Tom Hardy, Michelle Williams, Riz Ahmed.

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