El desconcierto no abandona a la sociedad venezolana. El sobresalto es costumbre. La angustia y ansiedad forman parte de nuestro vivir. El mandatario ha padecido una enfermedad que viene y va. Una enfermedad grave que destruiría el buen semblante de cualquier mortal. Pero vivimos inmersos en la incertidumbre. La falta de información veraz ha convertido a Venezuela en un país hacedor de rumores. Escuchamos la perorata del caudillo de Miraflores, a Diosdado Cabello y a Nicolás Maduro, cuyas verborreas son el eco de las palabras del Comandante en Jefe; y nos damos cuenta que al pueblo venezolano, crédulo en un pasado, más perspicaz hoy, se le ha cercenado el derecho a conocer cualquier verdad. Pero independientemente de estos hechos, las elecciones regionales están por llegar. Siento al país inerte, apático, resignado. Afligido por tanta fealdad, pobreza, familias divididas, muertes violentas y abuso del poder. El crimen más insidioso de los dictadores y comunistas es el robo de la esperanza. La desidia de un pueblo consumido por un sistema opresor. El ventajismo del caudillo es obvio, y así será por los siglos de los siglos como no entendamos que tenemos que gruñir, mostrar los dientes y lanzar zarpazos si es necesario. Nuestra arma, la más poderosa, la única que tenemos los demócratas, es el voto. No podemos resignarnos, poner la otra mejilla, conformarnos con un país en estado de descomposición.

No quiero conectarme más a las miles de cadenas de rezos, plegarias y afines. No será la Divinidad ni el Todopoderoso quienes nos salven de la debacle. Lo que el hombre hace en esta tierra le corresponde a él resolverlo. Por lo tanto, sigamos en esta lucha por la justicia. La abstención es un error. Votar es el cumplimiento de un deber, el disfrute de un derecho, el orgullo del ciudadano. El 7 de octubre ha traído al peor de los enemigos: el derrotismo de la oposición. Los países en crisis son atraídos por las promesas socialistas. El Socialismo del siglo XXI no es más que la etapa previa que nos conducirá a un comunismo. Es una dictadura, eficaz instrumento de coerción. Entendamos el inútil sacrificio de los pueblos que han creído en la utópica igualdad. El poderío económico centralizado, utilizado como instrumento de poder político, crea una sociedad dependiente del Estado. Nos convierten en esclavos. Es una travesía hacia la servidumbre. Son ellos quienes dirigen nuestros consumos y mutilan la creatividad necesaria en un sistema de libre competencia. Han malversado fondos y succionan hasta la saciedad al Tesoro Nacional y las reservas de nuestro país.

El llamado es a votar este 16 de diciembre. No es fácil quitarle la fuerza de liderazgo al tirano de Miraflores. Tenemos que reconocer que lo sabe hacer muy bien. Al lobo se le ronca en la cueva, pero se le ronca con fuerza. Las irregularidades se tienen que denunciar. Las verdades se muestran, se dicen, se gritan. Encontremos la cordura necesaria para enfrentar tiempos muy difíciles. Una cordura que pareciera estar enterrada en algún fangal. Aprendamos de nuestros errores de una vez por todas o el caudillo podría gobernar para siempre.

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