Pablo Antillano 1
Nos dejó el recuerdo de su gentileza como compañero y su culto a la amistad.

Sabíamos que se iba a ir pero de todas formas nos dolió de manera implacable. Esperábamos su partida pero no queríamos que llegara ese día. Se nos quedó la palabra en la boca, como una promesa fallida.

La primera vez que supe de él fue en 1970,  a lo lejos, en las páginas de una revista innovadora, de vida intensa, que se llamó Reventón. Fue un verdadero reventón que alteró las reglas del periodismo venezolano con el trabajo de un puñado de comunicadores de nuevo cuño: Pablo Antillano, Richard Izarra, Raúl Fuentes, José Luis Garrido y otros que hoy no recuerdo. Era tiempos del primer gobierno de Rafael Caldera. Tiempos de pacificación pero también de fuertes rencillas en la vida militar venezolana. Tiempos de elegir el exilio en aquel Chile de la Unidad Popular, en vez de la prisión.

Luego el retorno se impuso y —con sus exigencias— la reincorporación a la vida periodística venezolana en la época del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, llamado por muchos el inicio de la Venezuela saudita. Fundó revistas como Escena, Buen vivir y Libros al Día, para después trabajar en diarios como El Nacional, 2001 y otros medios impresos. Hizo muchas cosas en la vida este hombre que hizo del bar un templo dedicado a la amistad.

En el campo profesional, el legado más importante de Pablo fue el haber impulsado el reconocimiento de la labor cultural en el periodismo venezolano, con debates, críticas y hasta enfrentamientos, pero siempre productivo.

En el campo personal, nos dejó el recuerdo de su gentileza como compañero y su culto a la amistad.

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