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La locura que se atribuye al boxeador dio licencia para no representar hechos de violencia doméstica.

En 1990 Mohsen Makhmalbaf realizó The Nights of Zayandeh-Rood (Shabhaye Zahandeh-Rood), que llegó a exhibirse una vez en Irán, el país del director, en el Festival de Fajr. A la versión original, de 100 minutos de duración, la censura le cortó 37 minutos que se perdieron para siempre. En el film de 63 minutos que quedó hay partes a las que le fue eliminado el sonido para que no puedan escucharse los diálogos, e incluso así fue prohibido por considerar que atacaba los ‘principios’ de la Revolución Islámica.

Pero cuando la censura vence, algunas veces es porque no se tiene la voluntad, el coraje y la tenacidad necesarios para luchar contra ella, y no es el caso de los cineastas iraníes. Makhmalbaf logró que alguien se robara los negativos de The Nights of Zayandeh-Rood y se los hiciera llegar. En el exilio, donde se halla desde 2005, luego de la elección como presidente de Mahmud Ahmadineyad, emprendió la tarea de restaurar lo que quedó de la película, en Londres. En septiembre inauguró la sección Venice Classics del Festival de Venecia.

The Nights of Zayandeh-Rood es una obra filmada con la rapidez y sencillez que imponen la necesidad urgente de hacer un llamado de alerta a los iraníes sobre el destino de su país, a 11 años del triunfo de la Revolución Islámica que derrocó al Sha. Makhbalbaf había sido un activista de la lucha contra la monarquía y lo sentenciaron a muerte por terrorista, por acuchillar a un policía.

La protagonista de este drama romántico es una mujer que duda entre dos pretendientes. Pero el personaje más importante es su padre, un profesor de antropología en cuyas clases en la universidad, cerca del final del reinado de Mohammad Reza Pahlevi, plantea a sus estudiantes el problema del autoritarismo y la violencia en la cultura iraní. Considera que, si en el país existe una monarquía, esa es la causa, y que cualquier régimen diferente que se instaure tendrá características similares, a menos que la gente cambie.

Luego de ser amenazado por la policía secreta, al profesor le hacen un atentado. Un carro los atropella a él y a su esposa, y ella muere porque nadie se detiene a darles atención al pasar y verlos heridos en medio de la calle. En consecuencia,  decide recluirse en su casa, por considerar inútiles todos sus esfuerzos por hacer que los iraníes entiendan que son los responsables de la situación de su país. Con el triunfo revolucionario le permiten volver a dar clases, aunque su descontento con el régimen del ayatolá Jomeini comienza a manifestarse cuando los islamitas desmontan los carteles de mujeres sin velo y los arrojan a un río.

Lo más oscuro de la película es la larga serie de personas que intentan suicidarse. Las atiende la hija, quien es psicóloga, en el hospital en el que trabaja. Al comienzo se trata de hombres que tratan de matarse para llamar la atención, principalmente por problemas amorosos. Durante la Revolución llega un oficial del Ejército, a quien sus tropas se llevan después junto con la historia médica, para que no queden pruebas de que fue atendido en ese lugar. Luego del triunfo de Jomeini, los intentos de suicidio son de mujeres, ahora vestidas de negro. En el salón de clases han pasado a ocupar los pupitres del fondo.

En un país muy distante

En las últimas semanas se han estrenado dos películas nacionales en Venezuela: Un tiro en la espalda y El Inca. Cualquiera que las vea tendrá la impresión de que han sido hechas en un país cuya situación es normal, no en el de mayor inflación del mundo, escasez generalizada y un gobierno que ha anulado las atribuciones de la Asamblea Nacional, dos tercios de cuyos diputados son de la oposición, sin pagar el costo político de Fujimori cuando disolvió el Congreso en Perú. También hay quienes consideran que Irán es una democracia.

Pero no es normal que ahora llegue a los cines Un tiro en la espalda, filmada por Alfredo Lugo en 1997. La manera tosca como fue terminada es expresión de una urgencia por estrenar que, a diferencia de la de Makhmalbaf, no parece ser la de hacer llegar un mensaje de hace dos décadas, sino la de cerrar el capítulo para poder volver a concursar en el CNAC. Se nota claramente en la manera como suena a TV extranjera doblada al español.

Lugo se destacó en la década de los años setenta con películas que no seguían la fórmula del Nuevo Cine Venezolano. Eran intentos de hacer un cine comercial de inspiración surrealista, con un tratamiento imaginativo de los géneros. Los tracaleros (1977), por ejemplo, es uno de esos filmes injustamente olvidados del cine nacional. Pero de eso solo quedan disparates superficiales en Un tiro en la espalda. La historia de los SS que no envejecen nunca, involucrados en todos los intentos de Estados Unidos de acabar con gobiernos de izquierda en todo el mundo, ya no es cómica sino ridícula. Lo más suave que puede decirse es que está demasiado lejos de la sutileza con la que la fuga de un ancianato se convierte en represión militar generalizada en La hora del tigre (1985).

El Inca, dirigida por Ignacio Castillo Cottin, es una biopic de Edwin Valero, boxeador venezolano que se hizo célebre por tres cosas: 1) ganó dos títulos mundiales, con 27 triunfos sin derrotas, todos ellos por KO, 18 consecutivos en el primer asalto; 2) confesó el asesinato de su esposa, a la que presuntamente golpeaba, y se suicidó cuando estaba bajo arresto; 3) lucía en el pecho un inmenso tatuaje de Hugo Chávez y la bandera nacional. Es un hecho, además, que tenía problemas cerebrales por un accidente de motocicleta. Por esa razón nunca le dieron licencia para boxear en Estados Unidos, salvo en Texas.

Lo más interesante era lógicamente lo que la gente no vio transmitido por televisión: los KO que se sospecha que Valero propinaba en el hogar. Sin embargo, El Inca es problemática por lo que a eso respecta. La locura que se atribuye al boxeador dio licencia para no representar hechos de violencia doméstica –adoptando el punto de vista de quien no tiene conciencia de lo que hizo–. La concepción clásica hollywoodense del personaje, que ‘explica’ la manera de comportarse de Valero por relación lineal con causas simples, como la paranoia que manifiesta desde el comienzo de la película, y el accidente y las adicciones que la agravan, también impiden la profundización en el asunto.

Con un protagonista así, de nada vale recurrir a la representación incierta, por lo que respecta a la falta de clara distinción entre lo real y la alucinación, ni a falsas complicaciones, como el flash back dentro de otro flash back con el que comienza la película. Todo es decepcionantemente simple y mecánico. Lo remata la manera superficial y sexista como fueron dibujados los personajes femeninos, con una esposa caracterizada por una manía de comprar zapatos de tacón y una amante que actúa frente a ella como mala malísima de telenovela.

Es una lástima por lo que respecta al trabajo de Alexander Leterni, quien compuso un ‘Inca’ Valero que desborda el guion. También es lamentable el miedo que todavía se siente por el fantasma de Hugo Chávez. No hace falta ser como Leonardo Favio, cuando rodó Gatica, el Mono (1993), sobre un boxeador que admiraba a Juan Domingo Perón, para darse cuenta de que el público ha de tener curiosidad por conocer la historia del tatuaje en el pecho de Valero. Pero la autocensura se impuso: de eso no se habla en esta película. Así como en política se acuñó la frase “no somos suizos” para describir a los venezolanos, del cine nacional quizás debería comenzar a decirse “no somos iraníes”.

UN TIRO EN LA ESPALDA, Venezuela, 1997-2016. Dirección y guion: Alfredo Lugo. Producción: Paolo Merlín. Fotografía: José A. Panti. Montaje: Javier Beltrán. Dirección de arte: Carlos Medina. Música: Juan Carlos Núñez, Gabriel Guerra. Elenco: Mauricio Rentería, Margarita Hernández, Marian Valero. Distribución: Amazonia Films.

EL INCA, Venezuela, 2016. Dirección: Ignacio Castillo Cottin. Guion: Ignacio Castillo Cottin, Ada Hernández. Producción: Nathalie Sar-Shalom. Fotografía: Alexandra Henao. Montaje: Maikel Jiménez. Dirección de arte: Roger Vargas. Sonido: Karen Cruces, Mauricio López. Música: Erik Álvarez. Elenco: Alexander Leterni, Scarlett Jaimes, Miguel Ferrari, Leonidas Urbina, Daniela Bueno. Distribución: Cines Unidos.

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