La locura de Ezra Pound
El libro de Swift indaga lo ocurrido tras la paredes de St. Elizabeth Hospital, a veces cita sus poemas o analiza brevemente sus obras, pero siempre en función del tema que le interesa: la culpabilidad o locura de Ezra Pound cuando apoyó el esfuerzo militar de las potencias del eje.

Daniel Swift, joven investigador en Columbia University acaba de publicar The Bughouse. The poetry, politics and madness of Ezra Pound (2017) y desde su inicio el libro nos sitúa en la discusión en torno a la locura o lucidez del poeta durante la guerra. El juicio que se le abrió en 1946 tenía como fin determinar si era responsable de sus actos, pues de serlo, sería condenado a muerte por traición.

Comenzando el mes de mayo de 1945, por ejemplo, estando ya preso, le declaró a un periodista norteamericano en Génova, que Hitler era un mártir, Mussolini un personaje muy humano, aunque imperfecto, y Stalin una de las mejores cabezas en el negocio (de la política). Pero un mes después, un psiquiatra del Ejército norteamericano examinó a Pound y manifestó por escrito que no existían evidencias de psicosis, neurosis o psicopatía, sino más bien las muestras de una inteligencia superior y de un carácter afable y cooperativo. ¿Cuál era la verdad? Pound transmitió en la radio italiana discursos contra los Estados Unidos casi hasta el final de la guerra y fue juzgado in absentia en 1943 por el delito de traición. La historia es conocida, el poeta salvó su vida y terminó de escribir sus Cantos, una de las obras poéticas más importantes de la literatura universal, que seguiremos leyendo mientras el ser humano respire y tenga conciencia. De haberlo ejecutado, obviamente, no la hubiera terminado. Puro subjuntivo. El libro de Swift indaga lo ocurrido tras la paredes de St. Elizabeth Hospital, a veces cita sus poemas o analiza brevemente sus obras, pero siempre en función del tema que le interesa: la culpabilidad o locura de Ezra Pound cuando apoyó el esfuerzo militar de las potencias del eje, el bando integrado por el imperio del Japón, Italia y Alemania que luchó contra los Aliados durante la II Guerra Mundial.

El 20 de enero de 1946 Pound tuvo una de sus últimas sesiones con el Dr Jerome Kavka, médico psiquiatra en St Elizabeths Hospital en Washington D.C., la institución para enfermos mentales, la mayoría violentos, donde il miglior fabbro permanecía recluido. Previamente, Pound le escribió a James Laughlin, director editorial de New Direction, para que le hicieran llegar a su médico sus libros, que recibió y leyó. Kavka, que era judío, muy inteligente y contaba con apenas 24 años de edad, ha debido quedar impactado. Estaba elaborando un expediente, se dio cuenta, sobre la mente de uno de los grandes poetas de Occidente. Ya no era el médico quien le pedía a Pound recuerdos de su infancia, la historia de una familia que bien hubiera podido simbolizar la experiencia norteamericana: pioneros, colonos e inmigrantes. «Damn it all», le dijo al doctor: «if I was a novelist or could write history, I would write the entire American history from this family circle!» Ahora era Pound quien interrogaba a Kavka: ¿quiénes son sus padres, de dónde vienen? Le faltó preguntar si eran judíos, a lo cual tendría que haber respondido el médico en afirmativo. Sus padres eran primera generación de inmigrantes judíos polacos. ¿Cómo podemos reaccionar nosotros frente al antisemitismo de Pound? Igual que con el de Wagner: apreciando la fuerza creativa de sus obras y tratando de pasar por alto, a veces sin lograrlo, esa enfermedad mental, pues eso es el antisemitismo, además de un compuesto heterogéneo y tóxico de cuatro pecados capitales. ¿Merecía la horca por eso? ¿Y cuántos científicos nazis, después de trabajar activamente por la destrucción del hemisferio occidental, fueron a parar a las mejores universidades norteamericanas?

The Bughouse. The poetry, politics and madness of Ezra PoundLos tribunales norteamericanos querían precisarlo, categorizarlo de manera definitiva, cocinarlo y reducirlo, imponerle una identidad canónica, cuando Pound defendió justamente un principio poético donde relatos históricos se funden con lo subjetivo. St Elizabeth recibió una misión muy clara: practicar pruebas psiquiátricas a fin de determinar la racionalidad de la percepción del escritor. El Dr. Kavka no pudo hacerlo, admitió sus reservas, sus limitaciones personales. Wilhelm Furtwängler, uno de los grandes directores sinfónicos del siglo XX, vivió una situación parecida, cuando fue sometido a groseros interrogatorios por un abogado norteamericano al terminar la II Guerra Mundial, a fin de sentenciar su culpabilidad por dirigir orquestas en Berlín bajo el visto bueno del alto mando nazi. ¿Puede el arte vivir al margen de la responsabilidad moral, escapa a sus exigencias? Es una buena pregunta, pero ni los manicomios o los tribunales son lugares adecuados para responderla.

La poesía de Pound explora la relación de la historia humana con sus documentos, con sus libros y papeles, con el testimonio escrito de su verdad, si es que existe. Y si tenemos dudas, como casi siempre ocurre, en aceptar una versión por encima de otras; si vacilamos al dar por sentada una forma particular de entender el chismorreo universal que llamamos historia, ¿nos vamos a molestar porque un escritor joven decide leer a su manera la crónica de la hospitalización forzada del poeta? La obra literaria es acción creativa, la amistad misma es fruto de una decisión parecida y el amor, aún más. La literatura es una pasión y como tal, su análisis debe tomar en cuenta esa naturaleza. Quizás al no ser un trabajo estrictamente académico se le ha criticado a Swift el suyo, siendo más bien el diario de alguien que visita muchos años después a St. Elizabeth Hospital y recuerda al poeta que admira, tratando de imaginarse cómo vivió y qué rol jugaron sus amistades. El hospital donde recluyeron a Pound era una institución federal, Pound fue institucionalizado y ahora se pretende —perdonen la redundancia— institucionalizar literariamente cualquier aproximación no convencional que explore la institucionalización del poeta. Los hospitales psiquiátricos son un zoológico y los críticos literarios tienen su propia jaula. Los críticos de los críticos son los más peligrosos de todos.

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