Exposición de David Hockney
Un visitante delante de los cuadros «A Bigger Splash» (1967) y «A Lawn Being Sprinkled» (1967)

Muchos dicen, y seguramente es cierto, que la pintura no es el arte estelar del tiempo presente. Pero esa apreciación no funciona con David Hockney, que en julio cumplirá 80 años y cuyo segundo apellido en Inglaterra es «el mayor artista británico vivo», coletilla que nunca falta.

La antológica en la Tate Britain de tres décadas de su obra, que incluye 250 trabajos y permanecerá hasta el 29 de mayo, se ha convertido en la que más entradas ha despachado en menos tiempo en la historia del museo: 20.000 en venta anticipada, a un precio de 23 euros al cambio. Será a buen seguro la exposición más vista en Londres desde la que en 2015 homenajeó al modisto Alexander McQueen en el V&A Museum. Hasta el mismísimo Gandalf, el gran actor sir Ian McKellen, que andaba la semana pasada por la Tate Britain, intentó colarse de rondón en calidad de ilustre y le indicaron que mejor se pasase por taquilla.

David Hockney
David Hockney- Reuters
La muestra con que los ingleses vuelve a honrar a su tesoro nacional se titula simplemente «Hockney» y después viajará al Metropolitan de Nueva York y el Centro Pompidou de París, que han colaborado en la organización. El comisario explica que el pintor inglés aspira a que los visitantes «salgan con sensación de alegría» tras recorrer el amplísimo repaso por su obra. Eso es fácil, porque Hockney gusta a todo el mundo: es asequible, colorista, divertido e indoloro. ¿Quién va a resistirse a las celebérrimas piscinas pop de sus años sesenta, cuando el joven gay provinciano de Bradford, salido de un hogar de clase baja en el rudo y frío centro de Inglaterra, se instaló en California y descubrió un mundo lleno de luz y hedonismo? En la exposición no falta su cuadro más conocido, «A bigger splash», de 1967, el chapuzón piscinero más famoso de la historia del arte.

Diez millones de euros

No solo el público, los mercados también quieren cada vez más al hijo de un objetor de conciencia que se negó a combatir en la II Guerra Mundial y de un ama de casa vegetariana y muy religiosa. El año pasado, Hockney batió su récord: en una puja se pagaron diez millones de euros por uno de los paisajes de los bosques de Woldgate, que también están en la Tate Britain. Al artista de la visera blanca se le calcula un patrimonio personal de 60 millones de dólares.

El pintor posee además un gran encanto personal, con su buen humor, la franqueza con que reconoció desde siempre sus gustos sexuales, sus reconocibles gafas de concha y su curioso dandismo (a medio camino entre el Gran Gatsby y un vendedor de helados en la Inglaterra costera de los años 20). Con 79 años, derrocha energía. Sigue trabajando cada día, algo que aprendió del anciano Picasso, y continúa experimentando con nuevos soportes y temas (fue pionero en 2010 en dibujar con el iPad, obras que se pueden ver en la última de las doce salas).

Hollywood

La muestra de Londres da a conocer también dos nuevos paisajes del jardín de su casa en las colinas de Hollywood, que compró en 1979. «Creo que el mundo es un lugar estimulante y hermoso», sostiene el pintor, que espera que su trabajo pueda enseñar a las personas a descubrir que en sus vidas cotidianas están rodeadas de imágenes placenteras, que podrían disfrutar solo con detenerse a mirarlas.

«A closer winter tunnel, February - March 2006»
«A closer winter tunnel, February – March 2006»
Hockey sigue nadando media hora cada día. Pero el rey de la jovialidad ha superado disgustos y problemas de salud. Dejó de beber en 1990, cuando sufrió una angina de pecho, pero lleva 60 años fumando. En 2012 pasó por un pequeño ictus y además está tan sordo como Goya, lo que ha ido aislando socialmente a quien siempre fue un gran cultivador de la amistad y la conversación.

Hoy Hockney vive de nuevo en California, tras el dramático fin de los ocho años que pasó a principios de siglo en el pueblo costero de Bridlington, en el Este de Inglaterra. En marzo de 2013, su asistente Dominic Elliot, un jugador de rugby de 23 años, murió intoxicado en su estudio al beber un líquido limpiador tras una bacanal de drogas y alcohol. A ello se unieron los problemas de salud del pintor y un tema de apariencia menor, pero que le afectó mucho. Un gran árbol que había reflejado de manera recurrente en sus cuadros fue talado por unos vándalos y rociado con pintura roja. Hockney interpretó aquello como el paradigma de la decadencia moral de su país. La triple crisis lo llevó de vuelta al sol.

Primeras obras

La antológica plantea un pequeño problema para el artista: lo del principio es mucho mejor que lo del final. La primera sala muestra la audacia de un jovencísimo Hockney, estudiante en 1961 en el Royal College of Art, coqueteando con la abstracción y permitiéndose humoradas como una alegoría de ciertas prácticas homosexuales insinuadas con dos botes de dentífrico Colgate. Luego llegan el agua y la luz de California y sus sensacionales retratos de parejas. Pero el final, a pesar del afán innovadordel artista, que experimenta con la fotografía, con las Polaroid, con el vídeo, con la imagen fragmentada, con las tabletas y móviles, ya no está a la altura de su etapa de rey sol. Los paisajes de su madurez, demasiado chillones y poco sugerentes, sufren comparados con su pasado.

Pero parafraseando lo dicho por el propio Hockney, sin duda se trata de «un bonito show». No nos pongamos finos.

*Publicado originalmente en www.abc.es

http://www.abc.es/cultura/arte/abci-locos-colores-hockney-201702130120_noticia.html

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