En los últimos días se ha comentado mucho la situación de desconcierto que se creó cuando —a principios de los años ochenta— el poeta venezolano Esdras Parra visitó —después de varios años sin verse— al narrador cubano Guillermo Cabrera Infante en su casa de Londres. Este último descubrió con asombro que su amigo se había convertido en una honorable señora, después de haberse practicado una operación de cambio de sexo. Esta anécdota constituye el punto de partida dramático de Al pie del Támesis, el más reciente texto teatral de Mario Vargas Llosa —estrenado en Caracas según el agudo montaje de Héctor Manrique y con las conmovedoras actuaciones de Carlota Sosa e Iván Tamayo— que se revela como una pieza compleja, reveladora y, sobre todo, extremadamente emotiva. El nervio central de la pieza no reside en la condición transexual de uno de sus dos personajes sino en la profunda disfunción emocional del otro. De hecho, sin esta falencia afectiva el personaje transexual no tendría sentido en la construcción del tejido dramático. El encuentro en el hotel Savoy de Londres, al pie del Támesis, entre Pirulo Saavedra, ahora conocido como Raquel Saavedra, y Pinchas Bellatín, amigos que tienen tres décadas sin verse, impulsa un poderoso descalabro emocional que se mueve entre la realidad y la imaginación. En el fondo, más allá de los anecdótico, subyace la necesidad del perdón y la nostálgica memoria de un amor secreto.

Aunque Al pie del Támesis se percibe inicialmente como una obra lineal, justo en la mitad adquiere un rumbo distinto que combina situaciones y tiempos diversos y propone al espectador una visión heterogénea y prolija sobre la vida interior de un ser humano que arrastra un recuerdo y una culpa desde su adolescencia. El exitoso hombre de negocios Pinchas Bellatín es un prisionero de sí mismo y de su pasado. La imagen de Pirulo Saavedra no lo ha abandonado ni un sólo día —como le confiesa a Raquel Saavedra— pues la lleva amarrada a un dolor íntimo. Sobre todo, cuando regresa a su memoria aquel día lejano cuando Pirulo quiso besarlo en la boca y él respondió con violencia. Observar a Raquel le permite reconstruir —y tratar de justificar— la situación que lo atormenta. Pero la mente es indómita. Los hechos vuelven a su cauce real aunque la imaginación intente escabullirse entre fisuras.

Vargas Llosa regresa a ciertos ambientes y personajes de su narrativa temprana, especialmente los de su volumen de relatos Los cachorros y su novela La ciudad y los perros. Personajes juveniles en una socidad de clases poco permeable que enfrentan sus contradicciones en situaciones extremas. Pero en este caso los observa desde una óptica retrospectiva que dramatiza aún más el conflicto. Prioriza el personaje de Pinchas sobre el de Raquel —no podía ser distinto— en términos de una personalidad compleja que se revela desde la simpleza y linealidad de su condición de workoholic que se ha casado —y divorciado— tres veces sin encontrar satisfacción en la sexualidad femenina. Tal vez por ello su mirada sobre Raquel es inicialmente la del rechazo —no hay que olvidar que Raquel era antes Pirulo, quien quiso besarlo— que poco a poco deviene en admiración y en amor. A Raquel puede besarla, algo impensable con Pirulo. Ella encarna los fantasmas de su pasado en su propio ajuste de cuentas. Dicho de otra forma: Pinchas es el personaje principal mientras Raquel es el personaje liberador. Hasta cierto punto.

La puesta en escena de Manrique es limpia y elaborada a la vez. Hay que anotar que este montaje es distinto al que en Lima estrenó en marzo pasado el director Luis Peirano con las actuaciones de Alberto Isola y Bertha Pancorvo, según ha confesado el propio escritor peruano. El trabajo caraqueño recurre a cierta forma de humor que no intenta generar la risa fácil sino exigir una actitud del público menos convencional. Lo de la transexualidad nunca deja de ser anecdótico, nunca adquiere un espacio dominante. En cambio, el intenso diálogo entre Raquel y Pinchas es incesante, intranquilo, incontrolable.  Conforma el caudal dramático de la pieza. La acción transcurre en una suite del hotel Savoy, casi en tiempo real. La iluminación se ajusta a la evolución emocional de Pinchas y a las revelaciones de Raquel. La realización maneja el juego de lo real y lo imaginario como dicotomía entre conciencia y emociones.

Interpretar a Raquel y Pinchas debió haber sido un reto importante para Carlota Sosa e Iván Tamayo. dos actores venezolanos que no han cedido a las exigencias del teatro fácil. Al representar a personajes complejos, alejados de los estereotipos, conforman un dueto que se desdobla de manera reveladora. En el caso de Sosa el asunto se manifiesta de manera doble porque interpretando a Raquel también interpreta a Pirulo, los cuales son dos personajes en uno. Pirulo es aquel muchacho que sin ser homosexual se siente mujer en el cuerpo de un hombre y manifiesta la necesidad de besar a su amigo. Raquel es, en cambio, una mujer con pasado masculino que ha tenido el coraje de afrontar su vida y de ir a saldar sus cuentas con Pinchas. Los espectadores observamos a Raquel y  nos relacionamos emocionalmente con ella, pero también sentimos la presencia de Pirulo y su terrible soledad. En el caso de Tamayo la situación es aparentemente más sencilla, incluso porque aparece encerrada en el clásico esquematismo masculino, pero a medida que el personaje se desarrolla el actor logra comunicar la ansiedad de una vida no resuelta que necesita la presencia de aquel amigo a quien tres décadas atras agredió de forma cruel. Cuando apreciamos el trabajo de ambos intérpretes entendemos el sentido real y no cursi de esa frase que reza: el amor no tiene fronteras. Sólo tiene verdades y mentiras.

Afortunadamente el Grupo Actoral 80, fundado hace 25 años por Juan Carlos Gené, sigue ofreciendo teatro de calidad. Poco a poco, a lo largo de un cuarto de siglo, se ha convertido en una suerte de marca de profesionalismo. Criterio, talento, esfuerzo y perseverancia lo hacen posible. Es una vieja fórmula irrebatible.

AL PIE DEL TÁMESIS, de Mario Vargas Llosa. Dirección: Héctor Manrique. Producción: Grupo Actoral 80. Producción general  Carolina Rincón. Iluminación: José Jiménez. Vestuario: Eva Ivanyi. Elenco: Carlota Sosa e Iván Tamayo. En el Teatro Trasnocho. Los viernes y sábado a las 10 de la noche y los domingos a las 8 p.m. Bs. F 40.

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