Andrés Barrios 1
Agudo cronista urbano, Andrés Barrios camina mucho, ve, oye, huele y toca la mugre pero sabe hacerlo por entre el estiércol sin contaminarse.

Exactamente hace catorce años, octubre de 2010, a las 10 pm, Hugo Chàvez  encadena, insulta al director de El Nacional, Miguel  Henrique Otero, y se dirige a Pedro León Zapata «Â¿Cuánto te pagan para que hagas esas caricaturas?”. Era su furia desatada contra la de ese día donde apareció un sable declarando: “A mí, la sociedad civil me gusta firme y a discreción”. Zapata lo desnudó desde el principio pues era y sería por siempre un dictador. Al acusarlo de tarifado sin cerebro, ejecutor de órdenes a cambio de dinero, el comandante se delató. Su raíz mental y la de sus alumnos radica puntualmente en la compra de conciencias. No conciben ni permiten la existencia de los insobornables: personas, países, pueblos, sistemas de gobierno, cuyo basamento es la libertad espiritual que se manifiesta en la de pensamiento, expresión y acción. Eso no estaba en la naturaleza resentida del soldado con bajo nivel de instrucción elemental, mediana formación castrense, rendimiento mediocre en la cantina del cuartel y muy al fondo, graves carencias emocionales en su biografía familiar.

El resto es historia hasta hoy. No pueden sorprender los despidos de Rayma y Weil. Es demasiado larga la lista mundial de talentosos creadores perseguidos, presos, asesinados, a lo largo de este siglo en la Unión Soviética de ayer y la actual que llaman Rusia, en todo el mapamundi regido por autócratas y tiranos, cuya psicopatía les impide disfrutar el placer de la crítica con risa porque jamás la han ejercido en momentos de reflexión ya que no piensan, sólo dan órdenes. ¿Cuántas fotos y documentales existen de Mao, Hitler, Stalin, Bin Laden, riendo con ganas? Hugo Chávez sí usaba la risa muy a menudo para celebrar sus propios chistes muy vulgares y como respuesta de su inmenso ego a los muchos que le jalaban y respondìan con aplausos a cada una de sus dictados. Su Aló Presidente semanal archiva esos episodios degradantes.

En la vida diaria, sin uniformes militares, abunda este ejemplar incapaz de perdonar al prójimo, familia o  buen amigo que por generosa protección les señala algún error. De inmediato le brota el represor común y corriente llamado fascista ordinario que rehuye la discusión civilizada y reacciona enfermizo con un “No, la  equivocación es tuya y no podemos seguir siendo panas porque pensamos diferente”.

El humorismo  es delictivo y temible para los cobardes cuya valentía radica en el poder de las armas blancas y de guerra o cualquier otro medio represivo, pero entran en peligroso pánico cuando presienten que esa libre creatividad deja al descubierto su verdadero yo más que miedoso, primitivo, criminal, acomplejado por infinitas sinrazones, impedido de intercambiar ideas, gustos, conceptos, emociones y sentimientos. Tienen su legión de cómplices que se hacen los locos y justifican esa conducta con el  trajinado “no soy político”,“no me interesa la asquerosa  política”. Cuando quieren escapar o luchar, ya es tarde.

Sonetos y AquellosPero aún es posible soltar carcajadas y sonreír por encima del dolor leyendo los Sonetos y Aquellos, de Andrés Barrios (Libros del Fuego, 2014), un venezolano entrañable, músico integral, clarinetista de alta calidad, nadie lo supera  en su  interpretación de El Musiquito, melódico poema de Aldemaro Romero. Alegre juglar, improvisador de ingenio criollo, es un bromista constante dentro y fuera del escenario como uno del trío músico mediante Los Hermanos Naturales. Actor, dibujante, pintor original y tenaz como su hermano Jesús  Barrios. Esa capacidad para divertir al mismo tiempo que hace crítica social desde estos versos retrata su humilde condición de transeúnte que conoce a fondo la calle, su  gente y secreciones de las más íntimas y desagradables que cubren las aceras. Testimonia con sensible picardía el deterioro de la que fue ‘sucursal del cielo’ y se convirtió en la capital del basurero.

Agudo cronista urbano que camina mucho, ve, oye, huele y toca la mugre pero sabe hacerlo por entre el estiércol sin contaminarse.

Es precisamente la bendita función del humorismo. Vive y sobrevive a pesar de los sucios gendarmes que odian a quienes saben otorgar el enorme poder sanador de la risa. A veces el humorista tiene que bajar su volumen pero sigue prendido y premonitorio. Siempre muy cerquita de la verdad.

SONETOS Y AQUELLOS, de Andrés Barrios, Libros del Fuego, Caracas, 2014.

 

About The Author

Deja una respuesta