Simón Bolívar 1Un reciente libro de D. Eduardo Lozano Torres actualiza el tema de las abundantes conquistas de El Libertador y los hijos que tuvo, añadiendo una dimensión humana relevante para entender al personaje y sus hechos

A la historiadora venezolana Inés Quintero

Bogotá, junio de 2014. Si algo caracteriza la biografía de Simón Bolívar, El Libertador (1783-1830), es el copioso número de amantes que tuvo. El tema no es relevante sólo para entender mejor al héroe, sino para encontrar una debilidad que interfirió con su acción política, ya que nunca quiso tener una relación estable que le ayudase a moderar sus pasiones. Su relación con una mujer ya casada, como fue Manuela Sáenz de Thorne (1797-1856), trajo bastante desprestigio a su persona en los difíciles años finales de 1825-1830, incluso en un tiempo mucho más indulgente en materia sexual de lo que creemos, como fue la América Colonial y recién independizada.

Parece haber una tendencia reciente a detractar a Bolívar, seguramente impulsada por el abuso que ha hecho de su figura el chavismo, intentando legitimar otra dictadura venezolana (Bolívar ya fue invocado por todos los autócratas venezolanos: Guzmán Blanco, Gómez y Pérez Jiménez). No me inscribo en esa tendencia. Difícilmente se hallará en la historia otro personaje con tanta perseverancia, capacidad de sacrificio, grandeza de miras y liderazgo. Confieso que en momentos de abatimiento mi mejor antídoto es una biografía de Bolívar, quien tuvo una enorme capacidad de recuperación para sus desgracias personales y militares (fue huérfano antes de los diez años, viudo a los veinte, perdió a su hermano en un naufragio, fue derrotado por Boves y vio perecer a la mitad de la población de su amada Caracas, fue exiliado político en Jamaica y Haití, perdió Puerto Cabello y no pudo reconquistar su ciudad natal entre 1814 y 1821). Su Paso de los Andes será siempre una de las mayores campañas militares de la historia universal. Su desapego material sigue siendo inusual entre los líderes políticos y militares latinoamericanos. Además, su visión panamericana fue anticipada a su tiempo. Es un personaje notable y no en vano es el único latinoamericano entre los personajes del milenio pasado que eligió la revista Life. De la mano de Bolívar, América del Sur entró en los manuales de Historia Universal de modo glorioso por un efímero lapso y nunca más ha entrado por motivos semejantes a la crónica de grandes hechos gloriosos, sino para reseñar la pobreza de la región, su desigualdad extrema del ingreso, su violencia endémica, sus guerras civiles, sus magnicidios, su corrupción política y su inestabilidad.

Esto no exime a Bolívar de sombras. Su gestión final entre 1825 y 1830, como dictador, dejó un precedente infortunado que aún padecen estas repúblicas: la autocracia, en forma de caudillismo y con tintes militares (Venezuela lo ha sufrido especialmente, entre sus naciones libertadas, y no en vano él mismo dijo que Venezuela era un cuartel). No fue un militar con formación académica y no manejó por tanto el concepto de economía de fuerza, conduciendo acciones sangrientas y precipitadas en varias ocasiones —la Expedición de los Cayos, los combates de La Puerta, Bomboná— en las cuales afortunadamente subalternos talentosos como Rondón, Sucre, Anzoátegui, Córdova y Ribas le ayudaron a evitar o revertir el desastre. Su iracundia costó errores terribles, como el Decreto de Guerra a Muerte en 1813, la entrega de Miranda a los españoles en 1812 y el fusilamiento de Piar en 1817. Fue un gran megalómano, considerándose superior a cualquier rival, lo cual sin duda le ayudó en su gesta bélica, pero fue un obstáculo terrible tras sellarse la Independencia. Ahora bien, varios de sus fallos fundamentales no provienen de una acción deliberada, sino de una condición clínica. Entre ellos entra un placer compulsivo por las mujeres que le llevó a romper normas sociales, elegir compañeras incapaces de ofrecerle guía para su acción política y ganar enemigos políticos por el simple motivo de haberlos convertido en cornudos.

En tal sentido es afortunado el libro de D. Eduardo Lozano Torres, Bolívar, un empedernido mujeriego (Bogotá, Editorial Códice, 2014), donde se repasa la cronología de amantes de Bolívar y los hijos que dejó regados por toda Sudamérica y posiblemente Francia. Bolívar tuvo mujeres en todo su recorrido geográfico, que se calcula en esta misma obra en ciento cincuenta mil kilómetros a lomo de cabalgaduras, entre idas y vueltas en sus campañas libertadoras. La cronología de Lozano nos da una crónica de mujeres conquistadas de las más diversas nacionalidades, tan sólo considerando las conocidas, sin contar las amantes ocasionales: México, Venezuela, Francia, Colombia, República Dominicana, Haití, Ecuador, Perú, Bolivia y hasta una estadounidense. Si su afán panamericano no triunfó en política, indudablemente sí lo realizó plenamente en la alcoba. Lozano aplica el término Ginecomanía para este afán sexual, siendo notorio que Bolívar rehuía tener compañeras permanentes. Se ha tejido en el imaginario popular (y hasta Chávez dijo haber enamorado a su segunda esposa leyendo cartas de amor bolivarianas) que Bolívar amó a Manuela Sáenz, su compañera esporádica entre 1822 y 1830. Ya el psiquiatra y novelista venezolano Francisco Herrera Luque (1927-1991), el escritor más exitoso en divulgar la historia venezolana, emitía un concepto contrario a esta fantasía romántica, desde 1980 (1):

Manuela Sáenz, su amante, ofende las buenas costumbres cometiendo impudicias y desafueros, tal como fusilar en efigie a Santander en medio de una fiesta. Manuela tiene amantes entre los jóvenes oficiales. ¿Cómo se explica la indiferencia de Bolívar ante los escándalos de la mujer a quien llama hiperbólicamente la Libertadora del Libertador? ¿Será que la ha dejado de amar? Algunos hechos así parecen demostrarlo, o será simplemente que aquel grande amor no existió nunca. Cuando se va al exilio, a seis meses de su muerte, no la llama a su lado. No es esta la conducta de un apasionado amador.”

El problema de la cronología de hechos sexuales y amorosos de Bolívar es que no se explica satisfactoriamente la causa de este afán por aventuras con mujeres, en la cual puso incluso en peligro su causa política y militar al andar con mujeres casadas con personajes importantes y mantenerse ajeno a convencionalismos sociales. Algunos estudiosos apelan a un psicoanálisis freudiano barato arguyendo que era complejo de Edipo y buscaba a la madre fallecida cuando él estaba por cumplir diez años. Otros dicen que era explicable por las costumbres de la época y si bien es cierto que varios de sus compañeros de armas tuvieron hijos extramaritales en un tiempo sin contracepción, se verifica que casi todos ellos formaron hogares, más o menos felices: Sucre, Urdaneta, Páez (si bien dejó a la esposa para vivir con una amante, eso sí, permanente), Santander (que se casó tardíamente) y su gran contemporáneo San Martín, Libertador del Sur, y, no menos importante, su inspirador, Napoleón Bonaparte. Incluso Miranda, otro gran mujeriego, formó hogar en sus años finales.

Muchos olvidan en el estudio de Bolívar los antecedentes de su árbol genealógico: sus tíos maternos Palacios, con los cuales se crió, fueron reacios al matrimonio, incluyendo el tío Esteban a quien tuvo tanto cariño y al tío “malo”, el tutor Carlos Palacios. No menos importante, con los hallazgos documentales de Salvador de Madariaga se comprobó que el padre de Bolívar, Juan Vicente Bolívar y Ponte, no daba tregua a las mujeres que vivían en sus fincas en Aragua y hasta se le siguió proceso eclesiástico por tal motivo (incluyendo acusaciones de adulterar alcohol en sus haciendas), siendo que se casó casi con cincuenta años, seguramente para cumplir protocolos de dejar descendencia legítima. Si bien Bolívar apenas interactuó con su padre (falleció cuando el prócer tenía dos años y medio), “lo que se hereda no se hurta”. Su hermano Juan Vicente Bolívar Palacios tampoco se casó y su hermana María Antonia tuvo varias aventuras extraconyugales, que reseña su biógrafa Inés Quintero. Sería erróneo creer que en la época colonial o el siglo XIX estas conductas eran uso y costumbre, Por el contrario, igual que en nuestros días, siempre hay porcentajes más o menos estables de personas que se tilda de adictas al sexo y reacias a la monogamia o la abstinencia, siendo que no se dan explicaciones científicas sólidas a estas conductas y se las descalifica sin entender que son padecimientos.

El psiquiatra colombiano Mauro Torres (2) ha sido de los pocos que da una explicación a la conducta sexual de Bolívar, considerando el antecedente paterno. Este autor ha planteado la teoría de las compulsiones, según la cual genes mutados (el agente mutagénico es el alcohol) se van heredando por todo el árbol genealógico de las familias, ocasionando una enfermedad, la compulsión, la cual lleva a una búsqueda del placer, el cual se vive con mucha intensidad en las manifestaciones que tenga el paciente (y que pueden incluir más de una). Estas compulsiones, al ocurrir el consumo de lo placentero (sexo, glucosa, alcohol, droga, agresión, compras…) refuerzan la conducta patológica desde los centros adictivos del cerebro. Se trata de un trastorno conductual con la terrible consecuencia de matar al paciente de placer. Torres identifica cerca de cuarenta compulsiones, incluyendo algunas tan terribles como la pedofilia y la violación sexual. El imperio del alcohol explicaría la alteración de las células reproductivas y la perpetuación de estas dolencias. Bolívar habría padecido dos: la iracundia y la vagancia al estudio, comprobadas en cualquier biografía suya que se lea, incluso las noveladas. A éstas se suma otra, que Torres llama donjuanismo y es la relevante para este artículo: la búsqueda compulsiva de mujeres, incluso en circunstancias terribles de destierro, derrota y postergando incluso las responsabilidades del estadista y guerrero (La Expedición de los Cayos, en 1816, se retrasó por estar Bolívar esperando a su amante Josefina Machado para sumarse a la flota y es plausible pensar que el peor error bolivariano —su nadir, como lo llama Madariaga— que fue perder Puerto Cabello en 1812, ocurrió por abandonar su puesto de mando e irse a la mancebía. Torres señala:

Científicamente, sabemos que esto es una compulsión adictiva, de carácter genético, heredada sin duda de su padre, ya que por la rama materna no existen ni rastros de promiscuidad donjuanesca. Si era heredada esta pasión erótica, constituía un padecimiento de Bolívar, algo que él sufría,  así lo gozara a plenitud, como toda compulsión que siempre son enormemente placenteras. Sin embargo, no era culpa de Bolívar el haber heredado estos genes mutados por el alcohol y que se expresaban en él en distintas formas compulsivas —pleiotrópicamente, para usar la expresión griega (donjuanismo, violencia, mitomanía, venganza). Recuérdese: toda compulsión es un padecimiento. Bolívar no era responsable moralmente de esos genes heredados de su padre, ni siquiera éste lo fue. También son determinismos ciegos, en tanto que desconocidos, que no justifican las acusaciones ni las valoraciones éticas.”

Agregando Torres estas consideraciones sobre el daño que hizo tal padecimiento al Bolívar estadista:

Si Bolívar no hubiera padecido esta compulsión donjuanesca habría tenido un centro fijo para su acción, así esta acción fuera la guerra. Con sus dotes nómadas habría sido un guerrero, sin lugar a dudas, pues esta es la estructura mental del guerrero, pero sin la promiscuidad su ser guerrero habría sido más sosegado, más reflexivo, porque habría tenido un punto sedentario íntimo para meditar y recibir —así él no creyera en la mujer como talento— la gota de sabiduría de la esposa, el grano de verdad de la mujer que es distinto a la verdad del hombre, y esto le habría comunicado a su vida de errante guerrero un ritmo menos bárbaro y más civilizado. ¡No tengas miedo Bolívar: habrías sido General y Libertador, pero mucho más respetable si de tu brazo, que sólo sabía manejar la espada, hubiera pendido la mano de una mujer a quien hubieras respetado! Los pueblos mismos te habrían mirado con más respeto y admiración, pues sin esa mujer sedentaria, que hace de contrapeso al nómada, no podías ocultar tu figura de aventurero.”

Al estudiarse a Bolívar y todos los grandes personajes históricos, los biógrafos muchas vecen omiten considerar a fondo el árbol genealógico del personaje y sus antecedentes de hogar familiar durante la infancia. El ambiente es una gran influencia y ya se ha avanzado en entender desde la historia el tiempo en que vivió el personaje, con sus costumbres e instituciones. No obstante, se olvida considerar la salud del biografiado, su cuadro clínico y en especial  la carga genética que revela el árbol genealógico. Si algo es fuerte y desafía a la educación, son los genes. Sólo dos maestros pudieron con Bolívar, Simón Rodríguez y el Marqués de Ustáriz, y fue porque entendieron, a diferencia de Sanz, Andújar y hasta Andrés Bello, el carácter constitutivo de Bolívar, logrando canalizar hacia las grandes causas (como la gloria) y las lecturas (incluso desordenadas) aquel apasionado y voluntarioso carácter. Igualmente fallan nuestros educadores actuales e incluso los padres al desconsiderar que hay trastornos genéticos que hacen a los niños proclives a la vagancia, la violencia, el robo y la promiscuidad, pero que pueden encauzarse mediante la terapia y una educación holística, donde se entiende el cerebro como biológico, histórico y social. Si los genes determinan la conducta, la conducta puede ajustar estos genes (3)

Las sociedades latinoamericanas se caracterizan por el machismo y la discriminación de la mujer, como parte del modelo de sociedad patriarcal que menciona la filósofa feminista venezolana Gloria Comesaña. No se trata de una consigna. Incluso en estos días las mujeres deben viajar en un vagón específico para su género en la red de transporte bogotana Transmilenio y las violaciones a mujeres siguen estando esencialmente sin denuncia y castigo en toda América Latina, atribuyéndose responsabilidad a la víctima como “provocadora” (al menos no se viola y asesina a pasajeras de trenes, como en India). En sociedades de carga genética complicada como la nuestra, las hazañas sexuales de Bolívar distan de ser edificantes. Cualquier macho que estudie su vida, dado que no puede igualar los triunfos bélicos, intentará al menos lograr los éxitos de decenas de amantes en su haber.

Se ha intentado edulcorar esta vivencia bolivariana relatando el matrimonio efímero de Bolívar, que duró ocho meses, en 1803, del cual enviudó y donde se afirma que quedó tan herido que juró no volver a casarse, cumpliendo su juramento. Esta leyenda no tiene sustento, desde el momento que Bolívar llegó a proponer matrimonio en 1822 a una bella reacia a entregársele, como fue la colombiana Bernardina Ibañez, lo cual está documentado en su correspondencia a Santander (esta dama fue interpretada por la actriz venezolana Rudy Rodríguez en una excelente telenovela colombiana, Las Ibañez; una hija extramarital de doña Bernardina está en lugar destacado del árbol genealógico del ex presidente colombiano Alfonso López Michelsen). Alguien astuto como Bolívar seguramente propagó esa doliente imagen —en plena época del Romanticismo— para andar libre de compromisos. Varios mandatarios venezolanos han visto en Bolívar una justificación a su donjuanismo y misoginia, siendo el caso más elocuente el dictador Juan Vicente Gómez (1857-1935), quien dejó casi un centenar de hijos en varias mujeres y se negó a casarse (al ser reconvenido por esta conducta por un prelado, señaló que si el matrimonio era tan bueno, ¿por qué el Papa no se casaba?).

Un autor venezolano, Carlos Capriles (4), estudió este problema de la vida sexual de los mandatarios venezolanos justamente ante un caso elocuente, el del recientemente fallecido presidente Jaime Lusinchi (presidente entre 1984 y 1989), quien quedó tan prendado de una amante, Blanca Ibañez, que la impuso como primera dama de facto, dejando en desamparo judicial a la esposa legítima, Gladys, y tolerando una red de corrupción terrible liderada por su querida, a quien colocó como “Secretaria Privada”. Los niños que para ese tiempo teníamos 10 años escuchábamos los chistes de Lusinchi e Ibañez en cualquier reunión familiar y social. Siguiendo al autor:

Los hombres parrandeaban y tenían queridas. Pero eso se consideraba incorrecto y debía ocultarse ante los hijos y la sociedad. Todos los jefes de Estado venezolanos, excepto Simón Bolívar, José Antonio Páez, Cipriano Castro, Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi, actuaron bajo esa premisa.” (p. 148)

(1) HERRERA LUQUE, Francisco. “Bolívar de Carne y Hueso” (1980). En Bolívar de carne y hueso, y otros ensayos. Cuarta Edición. Editorial Pomaire, 1991, pp. 17-18.

(2) TORRES, Mauro. Moderna Biografía de Simón Bolívar. Bogotá: ECOE Ediciones, 1999, pp. 82-83.

(3) Aparte de la copioso obra de Torres en esta dirección, referir el reciente libro de Sharom Moalem, Inheritance: How Our Genes Change Our Lives—and Our Lives Change Our Genes, Grand Central Publishing, 2014 (Aún sin traducción al castellano, su título equivale a “Herencia. Como nuestros Genes cambian nuestras Vidas – y nuestras Vidas cambian nuestros Genes.”)

(4) CAPRILES, Carlos. Sexo y Poder. Concubinas reales y presidenciales. En Venezuela, desde Manuelita Sáenz hasta Cecilia Matos, Sexta Edición. Caracas: Consorcio de Ediciones Capriles, septiembre de 1991.

 

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