Bronislaw Geremek
Geremek era historiador, experto en temas medievales, llegó a ser uno de los académicos polacos más importantes de su tiempo.

El final de la II Guerra Mundial no significó ni que el horror hubiera terminado en Europa del Este, ni que la democracia hubiera llegado para quedarse, ni en Europa, ni en el resto de Occidente. Pasó muy poco tiempo antes de que cayera sobre el bloque de países, supuestamente liberado por el Ejército Rojo, lo que Winston Churchill bautizó como el Telón de Acero.

Muchos no lo vieron porque pensaron que el comunismo era la antítesis del totalitarismo nazi. Bronislaw Geremek —un historiador polaco que llegaría a ser una de las figuras más influyentes del proceso de democratización europeo de finales del siglo XX— fue uno de ellos. Después de haber sobrevivido a la guerra, primero en un ghetto y luego en la clandestinidad en 1950, decidió unirse al partido comunista polaco. Sus ilusiones se astillaron cuando en 1968 la Unión Soviética invadió Checoslovaquia y frenó la Primavera de Praga. Uno de los motivos de la ruptura con el comunismo fue el uso de las tropas polacas en la invasión soviética.

A partir de entonces Bronislaw Geremek renunció al partido comunista y se convirtió en una de las principales voces de oposición. Por supuesto, no sin sufrir las consecuencias.

Geremek era historiador, experto en temas medievales, llegó a ser uno de los académicos polacos más importantes de su tiempo. Fue profesor de la Sorbona y del College de France en París y también del prestigioso College de Europe. Su carrera política comenzó casi al azar. En 1980 cuando surgió Solidaridad, el primer sindicato independiente de Polonia comunista, Geremek fue hasta la ciudad de Gdansk a entregar a su líder Lech Walesa una carta de apoyo firmada por un grupo de intelectuales.

A partir de ese momento Geremek se convirtió en asesor de Walesa y lo acompañó en su lucha hasta el final. Ambos fueron arrestados por el régimen comunista bajo el cargo de ser espías de la CIA y pasaron varios meses en la cárcel. Cuando en 1989 Solidaridad logró ganar las elecciones, Geremek fue una de las figuras claves de la negociación política que permitió la transición hacia la democracia.

La ONU, Geremek y los derechos humanos

Aunque Geremek no llegó a formar gobierno continuó jugando un rol muy activo en la política polaca, sobre todo en política exterior. Llegó a ser canciller y luchó porque Polonia lograra entrar a la OTAN. La OTAN, legado de Truman, es una organización de seguridad y defensa, creada después de la II Guerra Mundial para proteger a los debilitados países aliados de la amenaza expansionista y totalitaria del comunismo soviético.

Las posturas de Geremek, siempre orientadas a la lucha por las libertades individuales y los derechos humanos, le costaron un ascenso definitivo en su carrera política. Geremek fue uno de los principales promotores de lo que hoy se conoce como la Responsabilidad de Protege, aprobado por la ONU, y que no es otra cosa que la base legal para la intervención humanitaria en países que violan sistemáticamente los derechos humanos de sus ciudadanos.

Hasta 1945 el derecho internacional —buscando estabilidad entre las naciones— había defendido a ultranza tres principios jurídicos fundamentales: el de soberanía, el de no injerencia en los asuntos de otros estados y la prohibición del uso de las fuerzas armadas en territorio extranjero. Bajo esa premisa se creó la Organización de las Naciones Unidas, con el objetivo que de la comunidad internacional se cuidara e impidiera que las tragedias del siglo XX se repitieran.

Lo que hizo la ONU fue asumir que la única tragedia había venido de Alemania e ignorar por completo el horror de la Unión Soviética, cuyo totalitarismo cobró millones de vidas. La ideología comunista se expandió a Asia y allí también consumó tragedias humanas que hoy van a sumar a los capítulos más oscuros de la historia de la humanidad.

La historia ha sido parcializada, casi ciega, sobre todo marcada por una intelectualidad que ha preferido obviar los horrores en favor de esa ideología. Nos olvidamos de que la historia la escriben los vencedores y que Stalin también ganó la II Guerra Mundial, y por ende escribió la historia del comunismo a su manera. Muchos lo subestimaron y es un error que se padece todavía hoy en día. Por eso tanto énfasis en la no injerencia, porque al final lo que buscaban estos bloques era que los dejaran violar los derechos humanos en paz. Truman lo entendió e impulsó la OTAN.

Sin embargo, hubo estadistas como Geremek que comenzaron a defender la tesis que las naciones tenían no solo el derecho, sino el deber de intervenir en aquellos países cuyos pueblos eran sometidos a condiciones totalitarias, donde el Estado de derecho estaba suprimido y donde se normalizaba la violación continua y sistemática de los derechos fundamentales.

Habiendo padecido tanto el nazismo como el comunismo sabía que hay ciertas condiciones de opresión en las que los pueblos no pueden solos. Y en que la única salvación es la intervención humanitaria y esto incluye la intervención militar humanitaria, la cual tiene fundamento en una interpretación amplia del Título VII de la Carta de las Naciones Unidas.

La lucha ha sido ardua, pero en el año 2005 en una cumbre global, los miembros de las Naciones Unidas acordaron el principio de Responsabilidad de proteger, o R2P, que tiene como objetivo proteger a los pueblos de genocidio, crímenes de guerra, limpieza étnica y delitos de lesa humanidad, y exhorta a los países miembros de las Naciones Unidas a no permitir que esto ocurra en su territorio, pero también que los demás miembros intervengan usando estrategias diplomáticas y humanitarias para prevenir y detener estas situaciones dentro del territorio de cualquier estado miembro.

El reto que tiene la humanidad es cómo defender a los pueblos desarmados frente a las atrocidades a las que los somete un grupo.

El caso Venezuela

La respuesta a estas pregunta no siempre es fácil y es lo que muchos ponen en duda hoy en Venezuela. ¿Cómo intervenir? ¿Quién puede intervenir? ¿Y por qué? El problema es complejo y polémico, sobre todo cuando quien impulsa la intervención es un gobierno como el de Donald Trump, cuyos nexos con Rusia y su posición frente a los derechos humanos de los inmigrantes ha generado tanta polémica.

Venezuela se encuentra hoy en el medio de una lucha ideológica, que al final no ganará nadie, como nadie la ganó después de la II Guerra Mundial. La propaganda extremista tanto de quienes apoyan a Maduro, como de quienes buscan una victoria política para el populismo de extrema derecha, está luchando por apropiarse de la narrativa venezolana.

Como tantas veces ha sucedido en la historia de la humanidad, el riesgo no está solo en qué la narrativa política gane y qué efectos pueda tener esto a nivel geopolítico e histórico, sino que los grandes perdedores sean los propios venezolanos. Sobre todo si no se logra recuperar el Estado de derecho y se vuelve a construir una estructura que permita restablecer la salvaguarda de los derechos humanos. En pocas palabras: los gobiernos nunca pierden, pierde la gente.

La Venezuela de hoy es una violación sistemática y continua de los derechos humanos. Venezuela, desde la llegada de Hugo Chávez, es un estado en el que la propaganda se subordinó a la política. Por eso el famoso “legado del comandante” se ve en consignas, en ideas sin sustento, pero no en instituciones, ni siquiera en infraestructura. Es la clásica aplicación del modelo totalitario.

En Venezuela desde hace mucho tiempo no hay leyes que regulen la vida pública, que limiten la autoridad, pero tampoco se respetan las más básicas, los derechos fundamentales que le permiten a un individuo tener el control de su vida. Por eso es imposible elegir nada, absolutamente nada relacionado con lo que deben ser las posibilidades de elección de un individuo: desde cosas trascendentales como un presidente hasta lo más trivial como una marca de shampoo.

El problema de Venezuela es uno de esos que puede definir el curso de la humanidad. Por eso para tantos grupos extremistas resulta hoy un bastión, un punto de honor. Algunos de esos extremistas son nada más y nada menos que organizaciones como Hamas y Hezbollah. Otros son partidos de la izquierda tradicional que, aunque no quieren copiar Venezuela, no quieren tampoco que se pierda, pues significaría una derrota moral que podría costarles importantes cuotas de poder en sus propios países.

En los últimos días de su vida Geremek, quien vivió las dos caras de la misma moneda totalitaria, fue un defensor acérrimo de las intervenciones humanitarias, del apoyo por parte del mundo democrático a los pueblos sometidos. Una intervención humanitaria no implica guerra e invasión, sino la asistencia necesaria en casos de emergencia, de muerte violenta, en situaciones de guerra o condiciones similares en que el colapso total de las garantías y de derechos humanos causan una tragedia tan grande como la que enfrenta Venezuela hoy.

Nadie tiene la última palabra y el reto para la humanidad es cómo reaccionar frente a estos hechos. La pasividad, la neutralidad, de acción y de palabra no será jamás la respuesta y ya ha probado en el pasado que permite que avance el opresor. Esto ya no es política, ni ideología, sino derechos humanos, que no son un regalo, ni una concesión sino que, como dijo Geremek, debería ser la misión del consejo de seguridad de la ONU.

El problema está en que las sociedades libres no son fáciles de controlar por los grupos ideológicos extremos. Esa es la tragedia de la humanidad, que los gobiernos luchan juntos mientras los ciudadanos morimos gritando a oídos sordos.

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Clara Machado
Bloggera, promotora de lectura, baila sola y nunca deja de soñar

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