Uniforrmes militares
Uniformado que se cree y le han hecho creer que forma parte de una casta. Una casta exclusiva, intocable, única y gloriosa.

Especial para Ideas de Babel. Antes de empezar, quiero decir que me iluminan el país y su historia ¡sobre todo su historia por venir! Me mueven las vivencias de estos días recientes en nuestro terruño; las imágenes vistas frente a mis ojos; las que han visto otros —allegados o lejanos— seres humanos, las venidas por las redes sociales y otras vías similares. Me estimulan mi compañera; mis hijos; mis colegas artistas de distintas disciplinas y los del teatro, en particular; mis alumnos, niños y jóvenes, sobre todo; mi nieto nuevo y único; el presente y el futuro de todos y cada uno. Me ayudan unas relecturas de Marx ¡Groucho Marx! Que con su agudeza y su humor viene a prestarme algunas notas que van en cursiva.

Con su orgullo ahí —superficiales, vacuos y vanos, histéricos y ansiosos— nadie con uniforme piensa por sí mismo, ¡pero eso no les exime de sus transgresiones! Pareciera que parte de su entrenamiento incluyera: NO PENSAR. Son uniformados, como su pensamiento, aunque sea una contradicción hablar de ‘su pensamiento’. Como es contradictorio hablar acerca de la inteligencia, la justicia militar o de la música militar… La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música. En todo caso, tienen un pensamiento uniforme. De una sola forma. Sumisa o indócil, esclava o esclavizadora, según sea su rango y su cargo. Suelen ser mandones o malmandados. Groucho Marx llega de nuevo en mi auxilio: Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se deje usted engañar, es realmente un idiota…

Paran, engatusan, entrampan, detienen, bajean, abusan, datean, mandan, obedecen, arman ollas, trafican, obedecen, mandan, espían, embrollan, hieren, matan, torturan, ponen peines, castran, obedecen, mandan, negocian, hacen cambalaches, se involucran, venden al país, expropian, mandan, obedecen, extorsionan, espían; sapean y zapean; arman trampas, boicotean, se las dan de serios; se cabronean entre ellos, se taparean; escoñetan, blasfeman, difaman, engañan, hieren y matan, trafican, afilan, adulan; si no la ganan, la empatan; emparejan por lo bajo; acumulan lo robado, especulan, saquean, expropian, gritan, insultan, amedrentan pero ya no asustan; no hablan, gritan; perrean, se hacen los sordos, les encanta el reggaetón y ver sábado sensacional; consumen comida chatarra y otros productos tóxicos de la cultura chatarra en general; se las dan de duros y rememoran al hombre salvaje; comen carne opíparamente en parrilladas fabulosas, son carnívoros, xenófobos, homofóbicos, misóginos; cuatreros, asaltadores de camino y hasta caníbales; no tienen sentido común, procuran desgracias, facilitan tragedias, detienen, hieren, mandan, obedecen, matan, matan y matan y NO PIENSAN: Estas son ocupaciones de un uniformado.

Uniformado que se cree y le han hecho creer que forma parte de una casta. Una casta exclusiva, intocable, única y gloriosa. Habitante de una cúpula aséptica, esterilizada, limpia y pura: indescifrable, encriptada, incorruptible, encristalizada…   ¡Ja;   ja-já;    ja-ja-já!    Me río de Janeiro.

Su formación por filas y líneas, sus dinámicas, sus ‘ideas’ han venido a contribuir en la configuración de un sistema de relaciones tipificado como línea de mando, vertical e impositiva, identificada falsamente como comunicación cuando de lo que se trata es de transmisión apenas, pero que se replica ad aeternum entre los uniformados mismos y en el corpus civil. El de mayor rango manda sobre los subalternos. El capataz manda a los peones. El profesor dicta a sus alumnos. El papá ordena a la mamá y a los hijos o la mamá los manda a todos. El jefe dictamina sobre los empleados. El amante establece sobre la barragana de turno o esta lo manda al cimborrio. El bachiller rige sobre los demás alumnos de menor grado, los menores. Los medios conducen a sus audiencias. La capital impone sobre la provincia. Los países del mal llamado primer mundo mandan sobre los peores llamados países del tercer mundo. En fin, retóricos ejercicios de participación y protagonismo, falsas gimnasias de democracia. El aparato de mandar de los uniformados se ha extendido como la verdolaga ¡Qué verde era mi valle! El aparato de dictar de los uniformados se ha expandido como un monstruo come gente.

Dicen unos manuales: los uniformados pertenecen a cuerpos organizados que están a la disposición de las autoridades civiles para velar por el orden público así como para proteger la seguridad personal y los bienes de los integrantes de una comunidad, de un país. Lo demás —que ha venido con la historia y sus protagonistas o, más bien, sus antagonistas uniformados— ha venido por la vía de la expropiación velada o pública de bienes tangibles e intangibles, a voz en cuello a plena luz del día o entre gallos y media noche, de a poquito y como las termitas hasta socavar al mundo civil y erigirse los uniformados en los nuevos amos de las llaves para abrir cualquier puerta y, si no, entrar por las ventanas ciudadanas a la fuerza. Se creen perfectos, pero no lo son y lo saben. Usufructúan —guapetones y jacarandosamente escandalosos— una historia de próceres antiguos en el desgaste sucesivo de su propia disciplina, su propia institucionalidad, su propio honor, y hasta la propia dignidad de sus propios cuerpos armados. Acatar y hacer acatar es su ley pasada y actual, y lo hacen a la fuerza. Van calzados. Han querido siempre y todavía insisten en que solo exista entre la ciudadanía, entre los civiles también, un pensamiento uniformado, uniforme, único, como el de ellos. ¡Y hay quien les adula y se les arrima! ¡Quien les hace la corte y les cede terreno!

Es imposible olvidar la cantidad de contrabandos de los que hemos sabido. La cantidad de complicidades alrededor. La cantidad de extorsiones habidas en manos de uniformados. La cantidad de complicidades alrededor. La cantidad de torceduras históricas que le han provocado a nuestra sociedad civil. Y la cantidad de complicidades alrededor. La cantidad de alcabalas donde hemos sido injustamente sometidos a su licencia de uniformado…. Gracias a ellos la humanidad, partiendo de la nada y con su solo esfuerzo, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de miseria.

Cuántas veces hemos escuchado en algún restaurante de lujo las voces socarronas de uniformados al cerrar un pacto y estrecharse las manos, luego de tres botellas de whisky 21 años:

—¡¿OK, mi socio?!

—Ok, mi partner!

Practican la burocracia con grasa, jalando siempre la sardina para su lado y haciéndola propia, la suya y la del plato del otro. Entendiendo por burocracia el arte de convertir lo fácil en difícil por medio de lo inútil y con efecto cascada, con efecto dominó.

Caer en el juego de los uniformados ungidos históricamente ha sido un error histórico. Nuestro error histórico como nación. Uno de nuestros más grandes errores históricos. No son héroes. Al menos no son héroes trágicos. Son héroes de medio pelo, de medio palo, de a medio, en el medio. Medio. No. No lo son. No son héroes. No. Nunca salieron de los inicios de la ortografía cuando se aprendía escribiendo: O / O / O / O palito  O palito  O  palito O palito… Para ellos: La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.

En tiempos de encuentros, construcción y desate como los que estamos viviendo en esta hora nacional y mundial, nos toca deslastrarnos, desatarnos de una buena vez y para siempre de atavismos como este. Desatarnos de la cosa uniformada, del ‘manto glorioso del uniformado’ como lo entienden y lo han entendido ellos históricamente y como nosotros también lo hemos aceptado, con nuestro silencio y nuestra sumisión, con nuestra añeja aceptación en un solo y repetido salto atrás.

Los uniformados no deberían existir, como ya ocurre en países como Costa Rica donde anualmente celebran el Día de la abolición del ejército. En nuestra sociedad, los uniformados son como una apéndice, un juanete, un mal aliento, como una amalgama que se cae de la muela o como el hueco que deja para abrirse al dolor que llegará más temprano que tarde porque: por más años que corra una mentira, la verdad la alcanzará en un solo segundo…

La próxima vez que los vea, recuérdeme no saludarlos.

¡Viva Andrés Bello! ¡Viva Vargas! ¡Viva Teresa de la Parra! ¡Viva Teresa Carreño! ¡Viva Bolívar! ¡Viva Miranda!… pobrecitas esas señoras y esos señores…

 Fragmento del libro Papito, peldona tú, pero no me gustan los unifolmes, de pronta circulación.

About The Author

Deja una respuesta