El ojo queda imantado irremediablemente ante la belleza del trazo y de la composición alada y a la vez maciza del Hipódromo de La Rinconada. Su seductora estética modernista se yergue intacta desafiando horas aciagas y las tensiones inéditas de diseño. Aún hoy sigue produciendo asombro la audacia de techos volados que parece sostenerse solos, que flotan, y cuya pendiente se alza al cielo como las aletas de las gorras poderosas. Aún cuando salta a la vista la precariedad del mantenimiento, asà como un rimero de problemas extras que son espejo de las circunstancias que vive la ciudad y el paÃs, la obra concentra tenaz la magnificencia caracterÃstica desde la fecha de su inauguración, el 5 de julio de 1959, ya estrenada la democracia. Quien quiera puede apostarlo.
Como una victoria de la arquitectura, no impasible a los dolores sino terca la obra en su armoniosa estructura, asombran los volúmenes aerodinámicos de graderÃas y techos que parecen mantenerse suspendidos en el cielo gracias a la perspicacia de unos cálculos imposibles. Embelesa el conjunto ingrávido y cohesionado con vocación de eternidad y la intrepidez que exudan las lÃneas puras y que parecen imponerse irreales en el aire. Persevera el célebre esplendor de vértigo del Hipódromo La Rinconada. En el paisajismo de las exultantes áreas verdes y en los miradores colgados en el espacio, junto a las nubes, donde los canales de radio y televisión de entonces hacÃan emocionadas transmisiones.
Pieza linajuda del arquitecto Arthur Froehlich, ejecutada por los ingenieros Henry M. Layne y Tung-Yen Lin, y sumergida en espacios paisajÃsticos según el trazo del trÃo devoto de la belleza verde, Burle Marx, Fernando Tábora y John Stoddardt, el celebérrimo templo del entretenimiento es pieza modélica de la modernidad y referente paradigmático para el estudiante, el curioso, el creador, el amante de la belleza y medio mundo. ImpÃo el mantenimiento de que es objeto, el desdén por preservarlo empaña el diseño salpicándolo de tabiques y rejas indeseables, prótesis insólitas que todavÃa permanecen en pie desde cuando se destinó como albergue para personas con carencias urgentes de techo. Ya desocupado, o casi, todavÃa conserva trazas del uso improvisado que se le dio, rezagos de buhonerÃa y el performance reprochable de hombres merodeando jovencitas que caminan por los pasillos como si quisieran ser tasadas. Como se le mire, el Hipódromo produce hipo.
Y deja boquiabierta a la manada urbana que lo contempla. El colosal trabajo provoca comentarios de admiración y sorpresa al nutrido grupo de participantes en esta ruta urbana diseñada por CCS-City-450, ese cofradÃa devota que se gestó con el aniversario de Caracas y se constituyó en movimiento que no caduca, y que cerró filas a favor de la ciudad en y por el espacio público. Por cierto, los caracadictos de este sábado no son los únicos que históricamente se han babeado por La Rinconada. La obra fue inspirador diseño y deliberado modelo de los hipódromos de Belmont Park (Estados Unidos), Ascot (Gran Bretaña) y Longchamps (Francia).
Todo comenzó —la idea de construir un nuevo hipódromo en la ciudad de Caracas— en 1952; para entonces el elegante Hipódromo de El ParaÃso habÃa sido rebasado en su capacidad. La hacienda ubicada en los terrenos donde se alzarÃa el nuevo recinto hÃpico habrÃa sido expropiada en 1953 por el estado venezolano, que habÃa pagado por ella un poco más de 200 millones de bolÃvares; y en 1954 comienzan las obras cuya inversión significarán un desembolso de 4 mil quinientos dólares. No se detuvo en miramientos el arquitecto estadounidense Arthur Froehlich, autor del hipódromo de Aqueduct en Nueva York. Hace con libertad la deslumbrante maqueta que impacta sin remedio y para cuya realización cuanta con los ingenieros que en la época echan mano también de una enjundiosa imaginación y ya entonces suman admiradores en el mundo por la irreverencia de sus ejecuciones. Los majestuosos murales fueron diseñados por el arquitecto italiano Giuseppe Pizzo.
Concebido, pues, sin escatimar esfuerzos ni recursos, se considerará como uno de los circuitos más importantes para los amantes de las carreras de caballos, en tiempos de desfiles en honor al César, aunque fuera inaugurado luego del fin de la dictadura; las obras tienen vida propia. Lo cierto es que las reseñas que hace la prensa nacional e internacional se deshacen en elogios. SerÃa tomada como una joya de la hÃpica mundial. Diseño innovador y exquisito, también serÃa funcional y espacioso.
La Rinconada tiene tres tribunas, con capacidad cada una, respectivamente, para 8000, 1500 y 3000 personas sentadas, y una pista de 1800 metros —en realidad dos, una de carreras y otra de entrenamiento—, además, claro, de áreas de esparcimiento como bares, cafetines y hermosos salones donde hubo comedores bosquejados con elegancia. Súmense las zonas de servicio, taquillas, estacionamiento para 9000 vehÃculos, miradores y, mención aparte, el paisajismo paradisÃaco, con sus espejos de agua y un gran parque. Añádanse al inventario, el paddock, las caballerizas y el hospital veterinario.
El recorrido visual y por las instalaciones tiene lugar mientras hay carreras, ya no televisadas, ya no en la agenda dominical del paÃs. VÃtores internos, también la mirada es paneo al entorno. En la parroquia El Valle, que contiene el CÃrculo Militar, el Museo de Artes Visuales Alejandro Otero y la Estación Caracas Libertador Simón BolÃvar del Ferrocarril Ezequiel Zamora, también está cerca el Poliedro de Caracas, y aparece en las memorias el recuerdo de los últimos años cuando también, en áreas de La Rinconada, tuvieron lugar muvhos conciertos, evoca el casi centenar de ruteros que hace el viaje en Metro hasta la estación más cercana para reconocer esta pieza singular del puzzle de nuestras pertenencias.
Al cabo de varios cortes en las redondeces de las lomas hasta aplanarlas, luego de no pocas demoliciones de construcciones que pudieron haberse reverenciado como patrimonio y de una seguidilla de embaulamientos de los arroyos que bajan del Avila, ahora en mudo secreto, Caracas adquirió un entramado de vértigo, con el trazo de autopistas y obras suculentas a mediados del siglo pasado. Ahora mismo, sin embargo, parece en pausa, luego de hacerse de ganada fama de ciudad en eterna construcción, fama de la que hablaba Cabrujas, pese a las excepciones que provocan ceños fruncidos y pena en Chacao y Las Mercedes.
Inventariarla. Reconocerla. Amarla. Corresponde seguirle la pista a la faz de la ciudad que aguarda por un merecido rescate. Conectividad en su topografÃa y arquitectura heterodoxa. No otra refundación, más bien, aceptación. La gente que desea ciudad, todos y los de CCS-City-450, a la cabeza los arquitectos MarÃa Isabel Peña, Aliz Mena y Franco Micucci, rastrean la modernidad y sus autores, el zaguán y el patio interior donde quede, la arquitectura y la historia, la memoria y el sentido de pertenencia. Enorme grano de arena el que aportan: los recorridos que no cesan, anuncian más. Doce rutas cuya narrativa, secuencia, y puntos de atención vuelven a ser diseñados a partir de esa suculenta fuente de inspiración que es la GuÃa de Caracas del valle al mar, biblia de nuestra arquitectura.
Caminar, callejear contra todo pronóstico, no dejar sola a Caracas. Toca reivindicar al flaneur, mientras ahora mismo, en la Sala de Exposiciones Carlos Raúl Villanueva, pueden verse los diez videos que sintetizan las propuestas de los ganadores del concurso CCS-City-450 convocado para oÃr ocurrencias de solución en el espacio público caraqueño. Hacerlo más amable. Revitalizarlo con la belleza. La buena noticia es que no solo serán patrocinadas las ideas cimeras, las que obtuvieron los tres primeros lugares: las diez ganadoras de este certamen en el que participó un centenar de proyectos para la intervención en distintos puntos de la ciudad serán ejecutadas, en su totalidad, para felicidad de Caracas por parte de los promotores de esta iniciativa. Aunque desmelenada, Caracas no para. Caminarla, un gran paso para que no se detenga.