Ricardo Ramirez Requena Librero
Ricardo Ramirez Requena en la desaparecida Librería Alejandría II del CC Paseo Las Mercedes.

O por el de Og Mandino o por el penúltimo de Paulo Coelho, da lo mismo: todo es válido en el universo de una librería, como dice Ricardo Ramírez Requena. RRR ya se dejó de eso pero es mentira porque nadie, en verdad, que haya sido librero lo dejará de ser en el futuro.

A lo mejor no se ha dado cuenta pero Ricardo Ramírez Requena es ese tipo de personas con las que uno habla y se le ensancha el alma, como dice Maruja Torres de Terenci Moix. Ricardo es un librero venezolano. Ya no está en esos menesteres, pero es un librero. Habló de un sueño en Las palabras de El Buscón:

Sueño con una librería en donde cada libro venga con el trago que le corresponde. Por ejemplo, la Divina Comedia con un buen Chianti. O los cuentos de Garmendia con un cubalibre.

Juega en el mismo bando generacional que Chela Yáñez Vicentini —aun cuando él sea mayor—, Lenny Rojas, Rómulo Castellanos, Rodnei Casares, Alberto Morreo, Gregorio Chacón y Erickson Bautista (este último se formó en Lugar Común). Quizás ninguno de ellos está absolutamente consciente de que ha tenido la dicha de ejercer el mejor trabajo del mundo. Lo que ha pasado es que de allí pasan a otra cosa: no como lo que sucedió con libreros de otras generaciones, que se adhirieron al oficio para siempre: el portugués Sergio Alves Moreira, el canario Raúl Bethencourt, el uruguayo Walter Rodríguez… Se hicieron con su propia librería y persistieron. Estos no. Estos van y vienen o se trasmutan dentro del campo editorial.

En Las palabras de El Buscón hablaba Ricardo de su disfrute al empeñarse en conseguirle a un cliente el título que llevaba buscando por años; pero podía ser algo más que un título. Podía llegarle un joven que le revelara sus inquietudes ante la vida o una señora ya de cierta edad que desease avivar nostalgias. Dar con el libro preciso, descubrirlo y descubrírselo al cliente desconocido, podía ser producto de una gran intuición o de una feliz casualidad, no importaba. La cosa era el descubrimiento preciso.

RRR tuvo suerte: en El Buscón lo asesoraban gratuitamente el coleccionista y bibliólogo Felipe Márquez Brandt y el historiador Manuel Caballero. Márquez Brandt le enseñó sobre primeras y segundas ediciones, sembró en Ricardo algo parecido a un gusanito de interés: no era solo la obra y el autor, sino quién hizo la portada, quién fue el impresor, quién el editor. Entró en un mundo de personas que iban por allí, dignas de admiración: John Lange, Álvaro Sotillo, Isaac Chocrón. También se aprende con el mero roce. Fotógrafos, cineastas, intelectuales conocidos de Katyna Henríquez —musa de El Buscón— desde la época de Monteávila en el lobby del Teatro Teresa Carreño. La relación fue fértil, cercana, enriquecedora. El poeta Rafael Cadenas le prestó unos libros para su tesis y al final se los regaló. Alejandro Rossi, Juan Villoro, las hermanas Pardo: así mismo, en ese orden y con esa mescolanza, recuerda Ricardo a quienes pasaron por allí o fueron referencia en El Buscón. Era, dice, como ser fanático del béisbol y tener a Luis Aparicio enfrente todo el tiempo, mira, en el año 1947 ganaron las Medias Blancas, ¿no? Ejerció un oficio con una tradición de más de doscientos años. El librero no tiene, apunta, el reconocimiento profesional de un editor o un impresor, pero siempre ves a su alrededor esa aura romántica: ¿no termina por crearse una suerte de mito? ¿No se parece la condición de librero a la del profesor universitario, tan respetado, a quien se le suele ver como un valiente que anda en una suerte de apostolado, alguien dispuesto a sacrificar una cantidad de cosas por el bien de la nación?

Y a Ricardo eso le parece terrible, profundamente falso. Evidencia desprecio. Dice:

Eso ocurre un poco con el librero. Llega alguien y dice cómo me gustaría trabajar aquí, tener una librería… Bueno, pero tener una librería no significa que vas a estar todo el día sentado en una caja leyendo los diarios de Virginia Woolf.

Aprendió que la primera labor de un librero es cargar cajas llenas de libros. Muchas cajas. Es armar y desarmar estantes. Es un trabajo físico enorme. Uno tiene una idea, esa idea romántica. La gente va a una librería pensando «me voy a encontrar con un individuo misterioso y, si caigo en suerte, me revelará cosas extraordinarias». Dice Ricardo que esa figura del librero existe todavía pero el último que la encarnó en la realidad caraqueña fue Sergio Alves.

Llegabas donde Sergio y era un huraño. Ibas a coger un libro y de repente te decía «eso no está a la venta». Te veía y quizás concluía que no eras digno de comprarlo. Esa idea de librero ha desaparecido de entre nosotros, no sé si es bueno o malo que desaparezca pero creo que debe ser alguien accesible, disponible para la gente, con sentido común. Es decir, debe vender. Debe entender que existen diferentes gustos alrededor del mundo del libro. No es solo el individuo que lee las elegías de Rilke sino gente buscando las recetas de SaschaFitness.

Es cierto: si alguien viene a buscar las recetas de SaschaFitness no lo puedes mirar con desprecio. Hay devotos de la novela negra o de la novela histórica. No puedes despreciar a alguien porque a ti solo te guste la poesía.

Ese librero tradicional o antiguo, huraño, un poco estropeado, ha quedado atrás. Ahora debe saber sobre la mancha, el papel, el nivel estético de un libro. Un librero no es un bibliotecario. En un país donde un gran sistema de bibliotecas fue abandonado a su suerte, y en donde nunca ha habido devotos de la biblioteca, el librero ha asumido un poco esa faceta como personaje bibliotecario.

Ricardo Ramirez Requena.

Ciertas preguntas

¿Tendrán sentido las librerías en el futuro? Parece que sí, aunque no tanto como las cadenas de supermercados Ahorra Más, en España, o Excelsior Gamma en Venezuela (con todo y la emergencia humanitaria que atraviesa el país). ¿Tiene sentido escribir sobre libreros que han dejado de serlo porque el mercado laboral los llamó a menesteres más saludables, económicamente hablando? Probablemente sí sabe, cada uno de los entrevistados para este blog, que han ejercido el oficio más bello del mundo. Pero no lo claman a los cuatro vientos; se lo callan, para no tener tanta competencia si acaso se les ocurre volver, después de andar por otros campos laborales, a encerrarse en uno de estos espacios que tienen —si son realmente lo que dicen ser— algo de negocio y algo de sagrado, sitios a los cuales uno va muchas veces a buscar lo que no sabe que está buscando.

Publicado originalmente en http://www.hableconmigo.com.

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