Se trata de un balance personal en la distancia indefinida de los sueños y las realidades de una generación, al amparo de tres décadas de vida política, literaria y amorosa. La primera novela del periodista venezolano Sebastián de la Nuez se remonta a los tempranos años setenta del siglo pasado para evocar una antigua ilusión con nombre de mujer y para rescatar del olvido algunos personajes ceñeros de las ideas y las letras en el país. Leer esta novela de Sebastián es como volver a ver un viejo documental sobre nuestras vidas. Por sus páginas pasan personajes de ficción que recuerdan personajes reales y personajes reales que parecen de ficción. Caracas, París, Madrid y hasta Rumania funcionan como trasfondo de una historia de amor imposible entre Rosalía, la hija de un poeta malagueño venido al exilio con las voces de Machado y Lorca a cuestas, y Samuel, un periodista que fue joven y soñó con la revolución cuando la revolución tenía el prestigio romántico de lo imposible pero anhelado. Sí, novela de una generación, muy bien escrita, con la emoción palpitando y la razón sollozando. Pero debió titularse Samuel pues el edificio dramático se construye a partir de él. Rosalía, el personaje femenino que motiva tantas esperanzas y frustraciones, se convierte en el pretexto para abordar ciertos temas perdidos en el territorio fangoso de la nostalgia.

La novela está dedicada a Carlos Moros, viejo y querido amigo, periodista y escritor desaparecido en la tragedia de Tacoa. Pero no es una mera dedicatoria. Carlos reaparece como personaje de la bohemia caraqueña y como referencia de la honestidad intelectual. Allí está hablando en la barra de La Bajada, su bar favorito en la avenida Solano, cuando Sabana Grande era el epicentro de la intelectualidad de izquierda. Es una evocación muy marcada, muy certera, que invoca una forma de ser, una actitud, un reto. De la misma forma, De la Nuez alimenta episodios vividos por Samuel en el Tic Tac y El Gato Pescador, locales emblemáticos de esa época, al lado de fantasmas que no dejan de frecuentarnos: Orlando Araujo, Adriano González León, Eugenio Montejo, Miyó Vestrini, entre muchos otros que ya no están. O de personajes reales que sí se encuentran aún con nosotros y devienen en representaciones literarias. Surge entonces esa mezcla de realidad y ficción, de literatura y periodismo, de vida y sueño.

Detrás del personaje de Rosalía surge el de Abengoa, su padre que se incorpora a la vida intelectual venezolana como un referente ético, por una parte, y profesional, por la otra. Adquiere importancia en la medida en que se convierte en el contrapeso de una generación más joven. Como también surgen los personajes de Dubois y de Mireille y de la fauna izquierdista europea. Pero más allá de todos, Samuel desafíe el uso de la primera persona del singular para narrar sus desventuras y sus ansias, con esa mezcla de ficción  y realidad o más bien de una realidad ficcionada a partir de la imprecisa memoria que sólo reconstruye lo que quiere recordar.

Rosalía conforma la ruta de un amor imposible, como ya es costumbre en la narrativa contemporánea venezolana, para construir una metáfora de otras ilusiones en el campo colectivo, social, político e ideológico. Adquiere los rasgos de un ajuste de cuentas personal a través del cual se nivelan los recuerdos un tanto lejanos y las reflexiones de hoy acerca de una trayectoria vital. De la Nuez la escribe con la fluidez de un periodista veterano que no suelta su tema personal y sus vivencias. Que va al encuentro de lo que no puede escapar.

ROSALÍA, de Sebastián de la Nuez. Sello Alfaguara, Colección de Autores Venezolanos, Editorial Santillana, Caracas, 2010.

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