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El desenlace, sin lugar a dudas, es uno de los mejores de toda la saga

Si la palabra secuela despierta suspicacia por parte de los espectadores, el término spin-off causa pavor. Si algo nos ha enseñado Hollywood en los últimos años es que cualquier película que haya sido exitosa en taquilla tiene todas las posibilidades de transformarse en una mina de oro de fácil explotación. Precuelas, secuelas, remakes, reboots, spin-off, todo vale a la hora de engordar las arcas de la industria, así vaya en detrimento de un largometraje de culto que sirva como materia prima para crear clones desdibujados del mismo. A pesar de los prejuicios y contra todo pronóstico, el 2016 ha sido el año de los buenos spin-off, películas como Fantastic Beast and Where to Find Them, 10 Lane Cloverfield y Finding Dory demostraron que vale la pena darle un voto de confianza a estos universos expandidos. Paradójicamente, puede que en este tipo de historias radique una fuente de originalidad que se abra paso entre tantas secuelas y remakes; películas que, al estar al margen del canon del que se desprenden, le permiten a sus realizadores tomar riesgos. La perfecta muestra de este punto es Rogue One: A Star Wars Story, un largometraje que viene a cerrar con broche de oro este 2016 y que trasciende su categoría de spin-off para ubicarse como uno de los momentos más altos dentro dentro de la saga de Star Wars.

Ubicada cronológicamente antes de Star Wars: Episode IV- A New Hope, Rogue One: A Star Wars Story es el primer spin-off de esta saga en la gran pantalla. La película se centra en la travesía de Jyn Erso (Felicity Jones) una aguerrida joven que es capturada por un grupo de rebeldes que se oponen al imperio galáctico y que desean usarla como mediadora entre ellos y el extremista Saw Guerrera (Forest Whitaker) para unir fuerzas. En el proceso, Jyn será acompañada por un grupo particular de mercenarios que la apoyaran en su lucha: el veterano Cassian Andor (Diego Luna), el androide K-2SO (Alan Tudyk), el monje guerrero Chirrut Imwe (Donnie Yen), el mortífero Baze Malbus (Wen Jiang) y el piloto renegado Bodhi Rook (Riz Ahmed). Juntos se enfrentarán al poder destructivo del imperio encarnado por el terrible Orson Krennic (Ben Mendelsohn), un ambicioso militar que obligó al padre de Jyn, Galen Erso (Mads Mikkelsen), a crear la mortífera Estrella de la Muerte (un arma capaz de destruir planetas y que pondría en jaque a la resistencia). Con todas posibilidades en su contra, Jyn y sus compañeros emprenden una misión suicida para infiltrarse en territorio enemigo y robar los planos de La Estrella de la Muerte para salvar la resistencia.

Lo primero que sorprende a los fans de Star Wars de Rogue One: A Star Wars Story es que comienza de golpe, sin el clásico prólogo en letras amarillas subiendo por la pantalla y perdiéndose en el espacio acompañado por la música épica de John Williams. Esta es la primera decisión que toma su director, Gareth Edwards, para decirle al público: esto no es Star Wars, esto es una historia diferente. De allí en adelante, la película comienza a distanciarse muchísimo de sus predecesoras. La dirección de fotografía de Greig Fraser se impone con una iluminación oscura, pesada y gris (que recuerda por momentos a sus obras previas como Foxcatcher, Zero Dark Thirty y Killing Them Softly), dándole a la historia una atmósfera lúgubre muy lejana a los colores y la vida que siempre ha caracterizado a la saga —hasta en sus capítulos más oscuros. La cámara en mano de Edwards y el montaje de las secuencias de acción generan un feeling de estar viendo una película bélica y no una de aventuras. De hecho, se puede afirmar que Rogue One: A Star Wars Story, es la primera entrada de la saga en mostrar sin cortapisas la crueldad de la lucha entre imperio y rebeldes. Hay escenas que parecen recrear footage de una zona de conflicto en el Medio Oriente, otras emulan el desembarco de Normandia, hay momentos de destrucción y muerte donde la violencia y la belleza se funden en una poética que te deja sin aliento (algo parecido al efecto que tienen largometrajes como Jarhead, Fury, Apocalypse Now o Platoon). De las 8 películas que conforman el universo de Star Wars, Edwards hizo de Rogue One: A Star Wars Story, la más cinematográfica de todas.

De las actuaciones hay poco que discutir: Felicity Jones se roba la pantalla desde su primer plano en ella; Diego Luna se aleja del papel del bandido encantador que uno pudiese pensar que es; Alan Tudyk con sus frases mordaces se separa de la tradición apolinea de C-3PO dándonos por fin un androide oscuro; Donnie Yen, más allá de regalarnos excelentes escenas de acción, nos muestra ese lado religioso que hay alrededor de la fuerza y que poco hemos visto en pantalla; Wen Jiang nos muestra su rudeza y corazón con pocos diálogos y acciones contundentes; Ben Mendelsohn se gana el odio del público y sobresale de los clásicos ‘tenientes gritones histéricos’ que conseguimos en Star Wars. Tal vez los únicos dos personajes que se sienten un poco flojos son los encarnados por Mads Mikkelsen y Forest Whitaker, pero es más por el escaso tiempo que tienen en pantalla que por sus actuaciones. Del resto, el equipo liderado por Felicity Jones encaja como pocos y cautiva por su complejidad y el mosaico de emociones que nos hace sentir.

Otro de los puntos que llama poderosamente la atención de esta nueva entrega es su guión. Escrito a 4 manos por Chris Weitz (Antz y The Golden Compass) y Tony Gilroy (responsable de la tetralogía de Jason Bourne e historias como The Devil’s Advocate y Michael Clayton), el primero guionista de aventuras y el segundo de thrillers de acción y dramas para adultos. Una dupla que toma decisiones radicales como cambiar la comedia física —típica de la saga— por pequeñas dosis de humor negro a través de diálogos punzantes. Por otro lado, crean personajes oscuros, ásperos y de una gran complejidad moral (muy alejados de los carismáticos Luke, Han, Leia, Obi-Wan, Rey y Finn). Aunque al principio cuesta conectar con ellos, lentamente se van colando y, al final, sus arcos dramáticos trágicos sacuden al espectador hasta el punto de hacerlo llorar (inclusive hasta más que con la perdida del mítico Han Solo en Episodio VII). A diferencia de Star Wars: The Force Awakens, Rogue One: A Star Wars Story no se apalanca en la nostalgia para conectar con el público, de hecho, las referencias al universo de la saga son muy pocas y están sumamente justificadas (alejándose de la salida fácil de transformar esta historia en un apéndice de Star Wars: Episode IV- A New Hope). Decisión valiente y que se aplaude de pie.

Rogue One: A Star Wars Story es mucho más que un simple spin-off, es uno de los capítulos más altos de toda la saga. Toma como punto de partida un simple dialogo de Star Wars: Episode IV- A New Hope y lo transforma en un réquiem heroico de dos horas. Gareth Edwards y su equipo logró algo que parecía imposible: sumar una página importante al canon original de Star Wars. Jamás pensé que una película de 2016 me haría valorar más la historia de un clásico de 1977. Como bien dice el famoso axioma, para entender el presente hay que conocer el pasado… si los fans de Star Wars lo aprendimos con Rogue One: A Star Wars Story y Episode I, II y III, ¿pudiésemos entenderlo con nuestra historia personal y colectiva? Quisiera creer que sí, parafraseando a nuestra querida Jyn Erso, la esperanza es el motor de cualquier lucha.

Lo bueno: los personajes principales, de los más entrañables del universo de Star Wars. El desenlace, sin lugar a dudas, es uno de los mejores de toda la saga. Las pequeñas dosis de humor. Las grandes batallas y la crudeza de las mismas. La aparición épica de Darth Vader.

Lo malo: el primer acto es un poco lento y expositivo. Aunque la aparición de Peter Cushing fue una grata sorpresa, por momentos se nota que es un personaje generado por CGI. A pesar de que la música de Michael Giacchino es muy buena, es imposible no extrañar a John Williams.

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