Jonatan Alzuru y Rafael Castillo Zapata
Jonatan Alzuro y Rafael Castillo Zapata en sus corredores de diálogos. Foto de Fabiola Ferrero.

El libro Rizomas del cuerpo: Rafael Castillo Zapata de Jonathan Alzuru se presenta en la plaza Altamira este sábado 23 de abril a las 2 de la tarde en el Salón Obelisco, en el marco del 8° Festival de la Lectura Chacao 2016. Presentan Erick Del Bufalo y bid & co. Editor.

Que este año el Concurso Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana —ganado, vale decir, por el escritor y artista plástico Roberto Echeto— arribe a la décimo quinta edición le otorga reconocimiento oficial e indiscutible a la versátil, antojadiza, coral, inasible, plural, líquida condición de la escritura transgenérica de estos tiempos. La compu aún no acepta el término, pero está, es. Y queda claro que más que tendencia, se trata de un reacomodo ambicioso, sin límites, típico de la mirada hiperkinética con que observamos a todos lados en tiempos en que la especificidad, el foco, la atención es diversa y matizada, global y abarcadora, conectora y performántica.

En estos tiempos en que las palabras se cosen y se cuecen desde la abundancia de fragmentación —decoramos con todos los estilos, la moda es vintage, étnica, ecológica y al gusto, la arquitectura de la heterogeneidad asume en el laboratorio cotidiano el hilar los parches— la escritura toma como propios referentes íntimos e imágenes de lo que no hemos visto o quizá sí, en las redes o en la televisión. Como cuando se alude al barroco desde el joropo, y allí detenidos, solo por un instante, en un compás, se vuela al jazz. La movida es intensa y empuja sobre la línea recta, las influencias son atronadoras en la elástica y permeable escena, los límites se deshacen en bordes porosos y flexibles como el bambú. Catalogar es asunto de cierta relatividad, las gavetas permanecen abiertas y la ropa interior se desliza sedosa.

Se reagrupan las formas, se reajustan. Y así, con esa libertad  que no es oscilación sino vitalidad se escriben novelas en tono poético como Las horas claras de Jacqueline Goldberg, poesía horizontal en fragmentos de corrido, párrafos de impacto, como lo hace Claudia Noguera Penso en Caracas mortal, y se hacen diarios que son novelas y que el autor llama representación teatral, en tono autobiográfico y multifocal, desde un yo acaso escindido pero desde la versatilidad de los roles pero no enfermo o divorciado o disociado; es un yo con los ojos de una mosca, incisivos y múltiples como Los rizomas del cuerpo de Jonatan Alzuru, escritor cuya audacia verbal, franca, hemorrágica, íntima produce literatura que se cuela por hombrillos de pensamiento, por esquina del debate íntimo en pugnaz soliloquio, por corredores viales de diálogos con Rafael Castillo Zapata, tan reales como posiblemente imaginados, por narraciones de tiempos simultáneos de pasado y presente en salto y brinco. Este libro es delta y da cuenta del circunloquio que tiene lugar, sesera adentro, en la mente aceitada del filósofo que es profesor que ha vivido junto al mar y en el valle de las esperanzas de luto.

Polemista a fuego lento que argumenta imantado por la aparente sedosidad de la sensatez, pensador que debate seducido por la justicia y el delicado equilibrio de la ecuanimidad, catedrático a quien se le ubica generalmente en el centro, más bien en el meollo, Jonatan Alzuru, lector ávido a quien han marcado los conceptos, tratados, fabulaciones, apotegmas y el verbo luminoso y señero de Aristóteles, Platón, Séneca, Marco Aurelio, Cicerón, Borges, Juan Rulfo, Thomas Mann, Franz Kafka, Nietzsche, Michel Maffesoli, un buen día quedó atrapado en los diarios de Rafael Castillo Zapata. No es para menos. El embeleso no le ocurrió solo a él. Pero solo a él —que se sepa— esos textos de navegación personal, profunda, roedora, lo estremecieron al punto que los convirtió en catapulta y caldo para cultivar. Alzuru, autor prolijo que teje libros de distintos géneros —compila, escribe ensayos, ficciona— también en uno solo mezcla todos los géneros: el diario, la crónica, la biografía, el género epistolar y demás fantasías noveladas. En Oscura lucidez, como dice Miguel Márquez, en el prólogo, hace «Jonatan Alzuru una lectura devota, apasionada, culta, filosófica, lúdica, auténtica, inteligente, rigurosa, metafórica, endiabladamente personal», sobre el autor de El dios de la intemperie, léase Armando Rojas Guardia, obsesión de cuya zambullida regresa para escribir este libro que ronda la franja polimorfa «que está entre la filosofía, la poesía, el relato, la autobiografía, la fábula, la mitología, la crítica». La experiencia de lectura de la obra de Armando Rojas sería «un terremoto que ha marcado de múltiples formas mi vida cotidiana», añadirá, Alzuru. «Por ejemplo, mi mirada de Nietzsche en relación con Jesús de Nazareth o la percepción del paciente psiquiátrico».

Leyendo los diarios de Rafael Castillo Zapata, catalejo de un viajero, pluma de un escritor que escribe y escribe que escribe, la mirada sobre lo cotidiano, desnudeces de la piel y del alma, tratados sobre el afán de vivir, no conmueven menos a Jonatan Alzuru. Escribe entonces Rizomas del cuerpo, Rafael Castillo Zapata y descubre allí sin demasiados camuflajes los accidentes del respirar, el vómito del fracasar, el mareo de amar, la sensibilidad del ser. Recrea circunstancias yuxtapuestas y oníricas, e inventa mundos íntimos, dolorosos y extraños, que dan cuenta, en la urdimbre, de su vocación de tejedor. De la forma como enlaza discursos, planos, tiempos, emociones, cartas y epopeyas quedan evidenciados su dotes de casamentero.

Es la suya una sesera fumante y bien lubricada que conviene en conciliar. Doctor en Ciencias Sociales, licenciado en Filosofía, el exdirector del Centro de Investigaciones Postdoctorales de la UCV, exdirector de Revista Latinoamericana (Relea) y director de la Revista Iberoamericana Encrucijadas: Diálogos y Perspectivas —el órgano de divulgación académica de la primera Red Iberoamericana Venezolana, adscrita a la Asociación Universitaria Iberoamericana de Postgrados— acaba de sostener un debate público con el poeta Harry Almela sobre el compromiso y la libertad, sobre el reconocer la obra de un artista independientemente de sus ideales o ideologías, sobre Ramón Palomares, recientemente fallecido, y quien fuera un chavista convencido. Fue una discusión intensa, de altura, exquisita —palabra que usa mucho Alzuru— y quedó clara su pasión por la democracia y su no fanatismo.

Solo es fanático de la música —le gustan la salsa brava, el merengue, el tango, el guaguancó, el jazz Latino, el rock sinfónico— este maestro de la fusión —si no ¿cómo se las ingenia para enlazar lo cotidiano, la cadera, el cigarrillo, la espiritualidad, el crucifijo en el pecho?, eso que somos en esencia por estos lares. Y jura que en cualquier caso, vaya, se guía por lo que dice Séneca: «ÃƒÆ’ĉۡste es el punto esencial: decir lo que pensamos; hacer que el lenguaje sea concorde con la conducta». Quizá por eso, vía twitter, mandó este mensaje a García, más específicamente a la MUD: «La clave no está en cuál de las posibles soluciones a esta crisis es mejor que otra; sino en el grado de articulación de todos».

Escritor que escribe «para dar cuenta de mis investigaciones a propósito de la agenda de problemas de la cultura contemporánea», pero también, o quizás sobre todo, «porque es un ejercicio de auto comprensión en mis relaciones con la otredad», cree, por último, que no es este oficio un hobby. Cerrando los cuarenta, entre colaboraciones, clases y talleres, Alzuru prepara su próxima novela: ya saben, viene más. Quien escribió ficción por primera vez a los 20 —el tema del cuento era teológico, comparaba la fe del creyente con la fe en la razón— hizo sus pinitos como narrador escribiendo la historia de un punto, que sin tener ancho, largo o profundidad, sin embargo, en reunión, configuraba, la línea.

Ay, la línea. Político que ha sido, que no se piense, pues, que el centro —ese espacio que algunos toman por ambiguo y donde puede asomarse este conferencista de voz ronquísima— es un territorio tibio, cómodo o acomodaticio. Si existe, si puede acotarse esa opción en la realidad doctrinaria, filosófica o estratégica, el centro sería la búsqueda del equilibrio, el lugar de encuentro de las mejores ideas posibles —las signadas por las inefables y aburridoras etiquetas de derecha e izquierda, y sus ultras— pero no un cuadro de exposición acabado y con luz cenital encima, porque es imposible y poco recomendable enmarcar el pensamiento vivo, encuadrarlo, acorralarlo. El medio no es miedo a la organización, tampoco es guabina, es una viva fluctuación. Es la más realista forma de ser.

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