Maratonistas
El ser humano puede contra los retos más inimaginables, cuando aplica la resiliencia y la fe en sus posibilidades.

Esta es la maravillosa historia de un hombre con un gran espíritu y que en la ciudad de Barcelona, concretamente el 9 de agosto de 1992, hace casi 25 años, logró una de las mayores hazañas en la historia del olimpismo, aun cuando haya sido poco publicitada.

Este hombre responde al nombre de Pyambuugiin Tuul, de origen mongol. Se dedicaba a la construcción y en su tiempo libre disfrutaba corriendo. No obstante, un día de 1978, con 19 años, mientras estaba en su trabajo, una explosión lo acabó dejando ciego. Lo operaron en dos ocasiones, pero fueron infructuosas y Tuul perdió cualquier esperanza de volver a ver. A pesar de este duro golpe, el mongol siguió con su vida, casándose y procreando dos hijas, pero teniendo que dejar de lado una de sus grandes pasiones, la de correr.

Doce años más tarde, en 1990, el New York Achilles Track Club se enteró de su historia y lo invitó a participar en el prestigioso maratón de esa ciudad. Tuul, quien entonces tenía 31 años, no se amilanó ante el reto y con la ayuda de un guía y sufriendo muchísimo consiguió terminar la prueba en la metrópolis neoyorquina en unas cinco horas.

A partir de ese momento recuperó las ganas de correr y el mencionado club, que fue fundado en 1983 con el propósito de ayudar a atletas discapacitados a participar en pruebas de atletismo, le pagó un trasplante de córnea que le permitió recuperar la visión de su ojo derecho después de muchos años en la más absoluta penumbra. Fue entonces cuando pudo ver las caras de su esposa y de sus dos niñas, quienes para ese entonces contaban con 6 y 8 años.

Habiendo conseguido recuperar la visión, la voluntad de Tuul ya no tenía techo. Ese mismo año, en 1991, participó en el Maratón de Boston y al año siguiente fue el único representante de su país que acudió a los Juegos Olímpicos celebrados ese verano en la encantadora ciudad de Barcelona.

El maratón fue la última prueba del calendario de esos juegos y en ella participaron 112 corredores, siendo nuestro protagonista uno de ellos, quien no conforme con la gesta de participar había prometido acabarla.

Su día comenzó mal, puesto que se le cayeron y rompieron sus lentes de montura, por lo que tuvo que remendarlos con cinta adhesiva, esperando que nada más le saliera mal. Durante la carrera sufrió lo indecible, dado que la misma se disputó en pleno verano barcelonés en una noche muy caliente, y se fue dando cuenta que muchos atletas abandonaban, siendo 28 de ellos, pero mantuvo la fe inquebrantable en sí mismo para terminar la prueba y, con ello, cumplir la palabra empeñada.

Lo hizo en 4 horas, 4 minutos y 42 segundos, casi dos horas después del ganador de la prueba, el surcoreano Young-Cho Hwang (2h 13:23) y 56 minutos por detrás del anterior corredor, Hussein Haleen de Maldivas, quien colapsó en la línea de meta y tuvo que ser llevado con urgencia a la clínica más cercana. Incluso, las puertas del Estadio Olímpico de Montjuic ya se encontraban cerradas porque en él se estaba efectuando la ceremonia de clausura, razón por la que habilitaron una pista de calentamiento anexa al estadio. Cuando llegó fue aplaudido por los pocos periodistas que se congregaban allí (no más de seis), por los cuatro árbitros que lo cronometraban y por los conductores de la ambulancia que velaban por su estado, pero pensó que había concluido la prueba, razón por la cual se quitó su dorsal y uno de los jueces creyó que trataba de hacer publicidad del Achilles Track Club, razón por la cual le dijo, en repetidas ocasiones, que era un caradura.

Cuando concluyó la prueba, un periodista le preguntó por qué había corrido tan despacio, a lo que respondió: “No, no he corrido despacio. Al fin y al cabo he logrado el récord olímpico de Mongolia en maratón”. Acto seguido, otro periodista le inquirió si había sido el día más feliz de su vida. Su respuesta fue absolutamente remarcable: “Hasta hace seis meses, estaba totalmente ciego. Me entrenaba gracias a la ayuda de unos amigos que corrían conmigo. Me operé y después de 20 años pude ver de nuevo. Por eso, hoy no es el día más feliz de mi vida. El mejor día de mi vida fue cuando recuperé la vista y vi a mi mujer y mis dos hijas por primera vez. Y eran hermosas”.

Este gran atleta asiático terminó declarando que dicho maratón fue una prueba de las posibilidades del hombre y, en mi opinión, ese fue su gran legado, demostrando que el ser humano puede contra los retos más inimaginables, cuando aplica la resiliencia y la fe en sus posibilidades.

@ReneSolla

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