interrogacionesUn país acosado desde todas partes. Acorralado por el hampa que actúa con casi total impunidad.  Aterrorizado por los secuestros que cada vez son más profesionales, lo cual hace sospechar de la participación de las fuerzas policiales. Desarticulado por las recientes y continuas expropiaciones y «supervisiones» de la propiedad privada que los funcionarios de la nueva Inquisición de la Santa Propiedad Social pretende imponer a la fuerza. Amenazado por una política económica que destruye el aparato productivo, dispara la inflación y cada vez empobrece más a los ciudadanos. Ignorado por una justicia al servicio de los intereses de unos pocos. Hostilizado por la la pretendida hegemonía del pensamiento único que busca implantarse en la educación de nuestros niños. Hostigado por un gobierno que no cree en el diálogo sino en la destrucción. Pero lo peor es que la dirigencia de la oposición —que debería liderar la rebelión frente a este sitio— actúa como si la política fuese un asunto estrictamente electoral y no de la vida pública. Ninguno de los dirigentes —salvo Andrés Velásquez en Guayana, hay que reconocerlo— se ha involucrado en los recientes acontecimientos del país. Han perdido la oportunidad de capitalizar un descontento desbordante. Lo dicho: Venezuela es un país sitiado.

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