interrogaciones.jpgNo es nada nuevo. Siempre se repite. Antes o después. Aquí o allá. El desprecio que se ejerce desde el poder hacia la cultura, primero, y el acoso a quienes la ejercen de manera independiente, después, son rasgos característicos de regímenes totalitarios, así se disfracen de democráticos y populares. A la cultura hay que mantenerla vigilada para que no se descarrile. Pero la actividad creadora no puede ser «cómoda» y siempre se saldrá del carril. Pasó en la época de Stalin y de Franco, de Fidel y de Pinochet. Los disidentes son incómodos. Pero el asunto hoy no está tan lejos. La amenaza de desalojo del Ateneo de Caracas y del Teatro Alberto de Paz y Mateo, dos instituciones indispensables en la trayectoria cultural venezolana, así como la usurpación del Salón Michelena en Carabobo, el veto a Fabiola Colmenares en el Celarg y en la Villa del Cine y hasta la prohibición de actuar a un cantante extranjero y muy popular como Alejandro Sanz parecen manifestación de la arrogancia propia del poder, pero en el fondo son expresiones de un profundo miedo. ¿Por qué el poder autoritario siempre le teme a la cultura? Porque sabe que no puede dominarla. Sobre todo cuando se pierde el miedo. Los ministros de la cultura pasan, los creadores permanecen.

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