Hace garabatos y miriñaques ¡Rulea y firulea! y salta alegre cuando se le quiere y quiere.
Es acróbata, maromero, gracioso y anda por la vida sostenido asÃ. ¡El carajo hasta baila! ¡¡Y baila tap!! Joropo, reggae y break dance y pela los dientes y canta ¡Y siempre cae parao! Es arrecho, es un arrecho radiante. Un optimista escéptico, dijo alguien alguna vez. Canta hasta nanas con la boca cerrada,  siempre con esa mirada risueña que te atraviesa el alma. Nunca espera nada de nadie.
Lleva tiempo viviendo debajo de un camión de frutas y hasta se volvió vegetariano.
Hay que verlo. Cuando el camión llega, Pipo se baja de un brinco en sus tres patas bien puestas y fuertes. Y cuando el frutero termina su jornada, de un solo salto va y se encarama.
A todo el mundo se acerca, a todo el mundo complace, a todo mundo cariña. Conjuga la ternura en ese verbo que inventó.
Cuando lo vi la última vez, ya le habÃan amputado ¡pero es que estaba muy mal!
Y es que el frutero no le cuidó como él sà lo hizo ¡Qué señor tan mal agradecido! Hay gente asÃ.
Siempre contaba mocho, con números partidos. Era cosa como instintiva. ConseguÃa para todos y al momento de repartir se quedaba de último. Le gustaba asÃ, aunque no fuera verdad aquello de que le tocarÃa la mejor parte. Era generoso, pues.
Un dÃa desapareció y por todas partes le buscamos y le buscamos y nada ¡y mira que andaba mal, muy mal! No aparecÃa ese carajo. Armamos una campaña. Recorrimos todos sus lugares habituales, pusimos carteles, publicamos en la compu, pintamos grafitis, preguntamos por todas partes, preguntamos y preguntamos. Nada.
Nada de nada.
Como era tiempo de elecciones, la gente creÃa que se trataba de una jodedera y que andábamos haciendo maniobras electorales por un nuevo candidato inventado y llegado al final de la contienda en la última curva ¡Partida de mequetrefes insensibles! Siempre pensando en polÃtica o en la papa.
¡Pero sà era una joya, un carnal, otro mamÃfero de la aldea global con sus derechos y su vaina y esas maricondas que dicen los defensores de los derechos y la ecologÃa y otros discursos de esmalte y cascarón como los que se aprenden en la escuela! ¿¡Cómo no Ãbamos a buscarlo tanto!?
Escuela era él. Él era escuela. Escuela de la vida, sÃ, y qué escuela ¡sabÃa más que pescado relleno!
Y hasta escribÃa y echaba colores y rayaba hojas enteras hasta con dibujos bonitos y…
Y tengo que decirlo….
Esto mismo no lo he escrito yo… lo escribió él y fue lo único que encontramos en nuestra pesquisa, entre garabatos y miriñaques.