La película es ante todo indefinible, y ese es su encanto.

Las primeras imágenes preludian lo que vendrá. Desde el sótano de una calle en Seúl, una familia (padre, madre, dos hijos adolescentes) organiza su pobre rutina, mientras el mundo exterior, algo más afortunado pero no mucho, desgrana su basura sobre ellos.

Solo viven de desechos: pueden robar la señal de Internet, o vacilar entre protegerse de la fumigación que entra por accidente o, al contrario, abrirse a ella para beneficiarse de sus efectos. Y rezar para que el borrachito del barrio no les orine encima. Son los parásitos del sistema, no en el sentido peyorativo, sino meramente funcional. Se alimentan del detritus del mundo contemporáneo, y eso los define. En esta primera fase, son inocuos y hasta complementarios del sistema. Tienen una actividad económica mínima (pero necesaria a fin de cuentas): trabajan doblando empaques de pizza para un delivery que los explota y desprecia. Y, como los parásitos poseen una resiliencia extrema y una voluntad de subsistir a cualquier costo, ganando terreno si fuera posible. Esencialmente porque extraen su fuerza de la sociedad que los nutre, sin siquiera ser consciente de su existencia.

Este equilibrio indiferente se altera cuando, desde la superficie, surge la posibilidad de un empleo semiformal en casa de unos ricos. Es una llamada del otro mundo que permite al hijo comenzar a trabajar como profesor de inglés de uno de los hijos de un matrimonio pudiente y de perversa simetría con la familia del subsuelo. Esta simetría será el telón de fondo del libreto. Para cada rico hay un pobre, para la madre crédula hay una contraparte engatusadora, para la suciedad de abajo está el inmaculado diseño del apartamento de los ricos que apenas notan alguna disfuncionalidad en el mal olor. Lo que ocurre, en los hechos, es una progresiva invasión de un área ilusoriamente armónica tanto visual como socialmente, por otro grupo que a los efectos prácticos funciona como un agente patógeno. (Anotemos al pasar la inteligencia del libreto para con el título de la película. Al mismo aluden todas las acciones y una sátira anterior de Bong Joon-ho, llamada El huésped, en 2006).

Una vez que, mediante intrigas y mentiras, la vida de los ricos ha sido tomada por la otra familia, las cosas siguen igual, hasta que deciden abandonar la casa por un fin de semana y la primera de las crisis se precipita. Porque esa invasión está lejos de ser inocente. Hay desplazados que vuelven por lo suyo y esa propiedad no está en la superficie, sino que hunde sus raíces en otro subsuelo, que a la vez remite a la muy justificada paranoia coreana. No conviene revelar los desenlaces.

Parásito, con o sin plural, es un filme de maléfica inteligencia, una bacteria diseminada en la parte emergente y exitosa del cuerpo social coreano, a la vez una llamada de atención y un regocijante ejercicio de sabiduría narrativa, que teje muy hábilmente las entrelíneas de una cosmovisión social jaqueada a la vez por la prosperidad, la desigualdad y el miedo al holocausto nuclear. Porque logra establecer vínculos comunicantes entre el mundo de arriba, el de una sociedad funcional, que exhibe su confort y el mundo soterrado, de los que apenas sobreviven, pero además el mundo de las catacumbas reales que el permanente estado de alerta ha generado. Ese submundo es algo más que (necesarios) refugios en caso de ataque nuclear. Es un refugio para aquellos que el mundo de la superficie no acepta y que se han replegado al escalón de abajo.

La película es ante todo indefinible, y ese es su encanto. Como comedia negra no apunta a la carcajada, para la crítica social es demasiado abstracta y sus personajes no superan la peripecia individual. Lo que queda entonces es el plano metafórico. La sociedad y los parásitos que la habitan, en medio del desprecio y que solo tienen a su favor la inquebrantable voluntad de sobrevivir. Con una condición innegociable para cualquier parásito. Si el cuerpo que los alberga pereciera, ellos perecerían con él. Los personajes son interdependientes. Los ricos necesitan a sus nuevos visitantes para que le solucionen aquellos problemas con los cuales ellos no quieren lidiar. Es más, lo que los lleva a abrirles la puerta y contratarlos es el miedo (a la inseguridad, a la enfermedad o a la ignorancia) y su vehículo es la ingenuidad. Los invasores, por su lado, solo ven en sus jefes oportunidades, no necesariamente de progreso. Son depredadores conscientes de la necesidad de no alterar, sino en provecho propio el statu quo. El todo configura un filme de un pesimismo extremo que se ve con un interés teñido de amargura.

Parásito (Parasite).Corea del Sur. 2019. Director: Bong Joon-ho. Con Kang-ho Song, Sun-kyun Lee, Yeo-jeong Jo.

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