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Unidad venezolana
Más que una unidad abstracta es necesario establecer alianzas políticas y sociales concretas, con programas de solidaridad con la gente, con objetivos definidos y transparentes.

La unidad se ha convertido en el dogma de la oposición. Antes fue el dogma de la izquierda venezolana y —como es historia— nunca triunfó. Hoy tampoco lo hace con las fuerzas democráticas frente al chavismo. Los dogmas responden más al pensamiento religioso que al pragmatismo de la política.

En el bando contrario hay unidad, también dogmática, pero respaldados por sus intereses oportunistas. Y el poder económico y militar, que no tenemos nosotros.

Lo primero que hay que reconocer es que la unidad de la oposición no es posible en la diversidad de la Venezuela de hoy. Sobre todo si hay organizaciones en decadencia inevitable como Acción Democrática, un partido histórico que ha languidecido bajo al dirección oportunista de Henry Ramos Allup, quien ha saboteado la unidad abiertamente, o con cascarones políticos como Un Nuevo Tiempo, que no representa a nadie, salvo al señor Barboza y a Rosales. Ya ustedes saben. Un poco más allá se encuentran Primero Justicia y Voluntad Popular, diezmados y perseguidos, que no han tomado la decisión política de superar sus diferencias ni de establecer sus perfiles ideológicos. ¿Qué son PJ y VP? Que alguien me diga. Copei no existe y no hay que argumentar mucho. En aquel rincón está la Causa R, con un Andrés Velásquez y un Alfredo Ramos aislados. Y María Corina se encuentra más sola que nunca. El panorama es desolador, producto de la suma de errores de las fuerzas de oposición.

Quienes apostaron por las elecciones fueron derrotados. Quienes propiciaron una rebelión militar fueron derrotados. Quienes lanzaron sus fuerzas a la calle fueron derrotados. Pero no he escuchado a sus representantes reconocer la derrota y mucho menos hacer una autocrítica. El silencio es revelador. Eso tenemos que reconocerlo. Somos un club de derrotados. ¿Por qué?

Porque las fuerzas de oposición no se han articulado con las exigencias de la población, con su luchas y sus carencias. No tienen activismo en el movimiento sindical o gremial o estudiantil o vecinal. No están presentes en ninguna de las expresiones organizadas de la sociedad civil. Han pretendido que los ciudadanos las sigan pero no han estado dispuestas a seguir a los ciudadanos. Esto es una verdad inocultable.

Debo confesar que la única líder política a quien le he escuchado públicamente una autocrítica es Gaby Arellano, militante de Voluntad Popular. Con humildad y franqueza. Con inteligencia. Y sigue luchando. Por eso se ganó mi respeto y estoy dispuesto a apoyarla en sus iniciativas.

Pongo el ejemplo de Arellano porque la unidad posible es con gente como ella y no con quienes tienen agendas ocultas. Más que una unidad abstracta es necesario establecer alianzas políticas y sociales concretas, con programas de solidaridad con la gente, con objetivos definidos y transparentes, como planteó Gerver Torres en un artículo reciente.

Rechazo el dogma de la unidad y acepto el concepto de la unidad posible. Es decir, la verdadera.

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