Carmen Cristina Wolf
Estas líneas que ofrezco a continuación son una reflexión en torno a la visión poética que se revela en la obra del venezolano Rafael Cadenas.

Distinguidos miembros de la Academia Venezolana de la Lengua:

Es un honor dirigirme a ustedes con la finalidad de manifestarles mi profunda gratitud por abrirme las puertas de la Academia Venezolana de la Lengua. En especial a su presidente, don Horacio Biord Castillo, por la delicadeza de haberme propuesto como Miembro Correspondiente por el Estado Miranda, el lugar donde nací y en el cual he vivido siempre.

Tengo muy presente que ustedes preservan el tesoro más preciado de la humanidad —el Lenguaje— que desde tiempo inmemorial nos ha permitido nombrar las cosas y expresar nuestras ideas. Los seres humanos no tenemos otro apoyo ni otro refugio más que el lenguaje y el amor. Nos vamos haciendo, crecemos y nos construimos a través de lo que pensamos, decimos y creamos. Y el pensamiento es lenguaje, Es un magnífico reto damos a la tarea de cultivar nuestro propio lenguaje, es decir, nuestro mundo. Ahondar en el ser del lenguaje nos permite encontrar caminos y avizorar horizontes para encarar el peor de los males de este mundo: la pérdida de sentido de nuestra propia existencia.

La vocación de nombrar

Hablar sobre la importancia del lenguaje es como constatar que el Sol sale todos los días, pero con frecuencia es necesario insistir sobre lo evidente. Leer, escribir, es algo tan común que se pierde la percepción del carácter extraordinario del lenguaje. Octavio Paz escribió que cuando las palabras se desvirtúan y sus significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también se vuelve inseguro, Por eso es tan importante reflexionar sobre el lenguaje, sobre los idiomas y su evolución.

Es esencial la labor de investigación y preservación del lenguaje que ustedes realizan, señores Miembros de la Academia. De allí la gratitud que les debemos.

Uno de los libros más interesantes que me acompañan en el viaje por estos rumbos, es la Ontología del Lenguaje de Rafael Echeverría (Dolmen ediciones). Parece una exageración, pero identificar y ahondar en los actos lingüísticos básicos, tales como decir sí o no, las declaraciones, afirmaciones, juicios, ofrecimientos, peticiones y promesas, en fin, todo lo que expresamos y callamos a cada instante, puede ser vital para entender un poco más nuestro universo personal y desplazarnos del desconcierto a la comprensión.

No hay palabras inocentes que caigan en saco roto. Toda frase construye un mundo de significados y genera acciones constructivas, éticas o perversas. Uno de los secretos del buen empleo de la teoría de la argumentación es saber guardar silencio cuando es menester. Es preferible hablar menos y reflexionar más sobre lo que pensamos y decimos. Este ejercicio puede convertirse en un juego inteligente, en un arte placentero. Ya la vida está muy enredada últimamente y las relaciones entre los pueblos mejoran o se deterioran en gran parte por las declaraciones de sus gobernantes y jefes de las comunidades.

El desarrollo o la decadencia de los pueblos se refleja en la riqueza o en la pobreza de su lenguaje, porque el lenguaje implica nuestra visión del mundo. Somos de acuerdo con como pensamos y hablamos. Todo fenómeno social es siempre un fenómeno lingüístico. Nosotros cortamos en pedazos el mundo, lo organizamos, lo conceptualizamos. Por ejemplo, cuando se habla de esencia y substancia, del ser y el ente, estas palabras están impregnadas de una visión que propusieron los griegos. Cuando nombramos los vocablos alma y cuerpo, estamos dejando sentado que existe una clara delimitación entre dos componentes del ser humano, uno visible, tangible, transitorio, el otro intangible e inmortal. Otra manera de entender la naturaleza humana, diría que no existe esta división entre alma y cuerpo, simplemente son estados distintos de energía y de conciencia. Solo mencionar estas palabras representa la adopción de un sistema de pensamiento religioso o filosófico.

Un líder que posea un lenguaje constreñido a una ideología excluyente y pretenda ignorar las otras visiones del mundo, empobrece al pueblo, porque pretenderá encasillar a la sociedad en su visión, despreciando la riqueza y diversidad de otras formas de ver la vida y condena  al resto de los ciudadanos que no piensan como él.

¿No es sorprendente que las grandes transformaciones de la sociedad se inicien con palabras? El poeta alemán Hölderlin escribió: “Al hombre se le ha dado el más peligroso de todos los bienes, el lenguaje, para que atestigüe lo que es”. El lenguaje está al servicio del albedrío del ser humano, para manifestar lo mejor de nosotros mismos y también para generar confusión y sufrimiento.

Hace mucho tiempo que en Venezuela los maestros dejaron de estudiar teoría de la argumentación. La nueva lingüística reivindica la Retórica, expresarse con eficacia y con ética. Retórica no consiste en adornar las frases con vocablos extraños, no es un simple artificio literario y mucho menos pretender engañar a los otros mediante la persuasión. La retórica es una disciplina indispensable para transformar a la sociedad. Así como un cuchillo se utiliza para partir el pan y mondar una naranja, también puede ser empleado para herir. Es por eso que saber retórica debe ir indisolublemente unido a la ética. Es un daño irreparable privar a los maestros de su arma principal: la teoría de la argumentación, el arte de la expresión persuasiva.

¿Cómo vamos a inflamar los corazones de los jóvenes de valores éticos, de ideales, cómo vamos  a convencerlos de tener fe en ellos mismos y deseo de hacer las cosas bien, si los maestros no conocen el arte de convencer porque carecen de los recursos de la retórica? La debilidad de nuestra nación se inicia en las aulas de clase.

Aproximación al poema. La seducción del ritmo

El lenguaje cobra su mayor fuerza expresiva cuando está sustentado en el ritmo. El universo está inmerso en el ritmo. El ritmo rige el crecimiento de todo cuanto existe, de los hombres y de los imperios, de las cosechas y de las instituciones. El ritmo nos atrae porque desde el vientre materno vivimos en los latidos del corazón de nuestra madre. Al nacer nos mecen y nos cantan tonadas que repiten sus estribillos una y otra vez: “Aserrín, aserrán, los maderos de San Juan (…) los de rique, alfeñique, los de roque, alfondoque, riqui, rique, riqui ran (…)”.

El ritmo produce el placer de la espera, el placer de la realización y del recuerdo.  El poeta siente el ritmo de sus pensamientos, de los sucesos, de los sentimientos.  Se ha hablado mucho del ritmo interior del poema. Ese ritmo interior tiene que revelarse en intensidades, acentos, entonaciones, pausas, ritmo.

Todo lo que pensamos y sentimos, lo imaginario y lo real, puede ser transformado en poema. Una vez escrito, el poema es propiedad de quien lo haga suyo, no de quien lo escribió. Berkeley decía que el sabor de la manzana no está en la manzana, sino en el encuentro de la manzana con el paladar, así el ser del poema está en el  encuentro entre el poema y el ser humano que lo lee o lo escucha. El poema solo existe a medias cuando no es leído. Y cuando el poeta dice que a él no le importa si lo leen o no, me permito dudar de su sinceridad, porque no hay nada más gratificante que encontrar a alguien conmovido con un verso escrito por nosotros.

Sin pretender buscar imposibles definiciones, recuerdo a Octavio Paz cuando dice que el poema es una obra única, insustituible, es una unidad autosuficiente que empieza y termina en sí misma. Pedro Salinas decía que la poesía es encontrar la esencia de la realidad. Antonio Machado escribió que era la palabra esencial y Leopold Sedar escribió que la poesía trata de expresar el misterio. La poesía no tiene valor de cambio ni utilidad tangible. No es fácil poner a las palabras a decir lo que el poeta quiere que digan. Él libera las palabras de la conversación y vuelve a reunirlas en su condición de amigas, gracias a las frases: sonido-silencio, sonido-silencio y así.

Un poema que es un verdadero poema nos acelera el pulso. Puede hacernos sentir asombro, admiración, ternura, rabia, espanto, alegría, dolor, nostalgia. Pero jamás nos dejará indiferentes. El poema es una confesión de fe: el poeta puede o no creer en Dios, puede amar la vida o aborrecerla, creer que el ser humano es bueno, o malo, o ambas cosas, no creer absolutamente en nada. Aun así, el poema es una confesión de fe.

Se aprende a escribir y es el fruto de una larga paciencia y de un intenso trabajo. Dice García Lorca: “Si es que soy poeta por la gracia de Dios, o del demonio, también lo es que lo soy gracias a la técnica y al esfuerzo”.

Infancia significa confiar. Los niños confían en el mundo que los rodea. Creen en lo que les decimos. Pero el tiempo pasa por nosotros y sobrevienen los temores, las dudas. El mundo es contradictorio y las personas también. Somos justos a veces, otras veces somos injustos. Somos generosos y egoístas. Llevados por corrientes encontradas, a través de un río entre luz y sombras que no elegimos. Ello produce un desasosiego y quisiéramos navegar siempre por el lado luminoso de las aguas.

Se puede abordar la existencia de diversas formas, tantas como personas hay en este mundo. Pero en esencia, podría decirse que una manera es el descreimiento de todo, la amargura, el desaliento. Nos convertimos en seres quejumbrosos, perdemos la capacidad de admirar el misterio que es la Vida. La otra consiste en plantarse en este mundo con admiración y asombro, amarlo, imaginarlo diferente, buscar aquello que ES auténtico en nosotros, buscar el Ser que sostiene todo cuanto existe. La poesía son visiones del mundo y un lenguaje que lo transforma. Es un cordel lanzado al caminante para que se siente un rato a dialogar con el poeta y consigo mismo.

El lenguaje es el don más grande que se le ha dado al ser humano. La poesía es un encuentro con el ser más íntimo, es un puente tendido al otro, una invitación al diálogo y a la comunión. Nombrar significa en un primer momento, intentar la representación de  las cosas. Las palabras tienen el poder de recrear los objetos con verdadera eficacia.

La vida de los pueblos y su evolución se refleja y revela en el lenguaje.  Por ello los hombres que han alcanzado cierto grado de sabiduría le dan tanta importancia al lenguaje. En el Libro XIII de los Anales quedó escrito que le preguntaron a Confucio:

“Si el Duque de Wei te llamase para administrar su país, ¿cuál sería tu primera medida? El Maestro dijo: “La reforma del lenguaje. No sabemos donde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro”.

Imaginemos que los vocablos ‘libertad, verdad, justicia, paz’, valores sobre los cuales se asienta nuestra existencia, cambiasen sustancialmente de significado, bien sea por un desgaste en su significación, por el mal uso que se haga de ellos, bien sea porque las ideologías pretendan alterar su esencia para sus propios fines. Los fundamentos de la sociedad se verán afectados en lo más profundo.

Verbigracia, la palabra amor en algunas épocas se agota. Un gobernante que constantemente dice ‘amar’ a su pueblo, y su conducta avergüenza a los gobernados, por estar reñida con la ética y el bien común, producirá en la gente desconfianza e indiferencia. La palabra amor irá siendo cada vez menos utilizada.

El término igualdad ha sido invocado como bandera por los sistemas políticos. Es una aberración pretender que todos los seres humanos seamos iguales. Seríamos copias al carbón unos de otros y perderíamos lo más valioso y sagrado, aquello que es esencial a la naturaleza humana: la libertad. Otra cosa es la igualdad de derechos y deberes, la igualdad de todos los hombres ante la ley y en el respeto a la dignidad. Esto es fundamental.

La segunda parte de este texto deseo dedicarlo a una aproximación a la poesía del venezolano Rafael Cadenas.

Rafael Cadenas: templanza y honestidad en el  lenguaje

“La poesía pertenece a lo más íntimo, lo más sagrado, lo más tembloroso del hombre; no es asunto de frases bonitas (algunas veces es todo lo contrario)”.

Rafael Cadenas, entrevista publicada en El Nacional en 1966.

Rafael CadenasEstas líneas que ofrezco a continuación son una reflexión en torno a la visión poética que se revela en la obra del venezolano Rafael Cadenas. Acercarme a desentrañar algunos rasgos en su poesía es un ejercicio que emprendo con timidez, porque es asomarse a su alma. La lectura de sus poemas, escritos y entrevistas es un solaz para el espíritu. Comienzo haciendo mías estas palabras escritas a Rilke por Lou Andreas-Salomé en 1914:

“(…) empecé a vivir con el poema mismo, pues en los primeros momentos su sentido objetivo me subyugó demasiado como para poder hacerlo. Y ahora lo leo, o mejor, no paro de recitármelo a mí misma. Hay en él como un reino recientemente conquistado, todavía no se distinguen bien sus fronteras, se extiende más allá del espacio que se puede recorrer en él; se lo adivina más amplio (…)”. (Correspondencia, Hesperus 1989).

Así suele suceder con los poemas de Cadenas: pueden algunos de ellos ser como una pluma de ave que penetra  sin ruido en mi ventana, otros rasgan silencios a tambor batiente, mas cada uno conduce a un reino de significaciones y cuando creo haber agotado su sentido surge otro y otro; es una poesía que mueve los cimientos de lo habitual y nos lanza hacia las profundidades del misterio que somos.

A pie descalzo suelo leer a los poetas cuyos versos dejaron de pertenecerles para volverse míos. Cadenas está acostumbrado a ser “elucidado, disecado, menguado, enriquecido, exaltado y maltratado”, haciendo valer las palabras que escribe Paul Valéry sobre sí mismo en el Prólogo al Cementerio Marino. Por esta razón no quiero hablar de ese hombre pausado, de caminar distraído, a quien podemos encontrar en las Librerías El Buscón, Kalathos o Lugar Común. No me atrevería siquiera a asomar algún sesgo de su forma de ser, él que se confiesa aprendiz, siempre joven ante el hallazgo que es la misma vida. Dejo constancia de que a veces saluda con una secreta alegría y en ocasiones parece que mira pero no nos está viendo y hace un esfuerzo para saludar, como si no estuviera allí. Otro día vuelvo a encontrarle sentado en un quicio a la espera de que abran las puertas de algún teatro y nuevamente sonríe enigmático, juvenil, y sus ojos café se vuelven claros como el color de su portafolio de cuero. Me recuerda unas líneas que leí siendo muy joven:

“(…) él había pensado más que otros hombres, poseía en asuntos del espíritu aquella serena objetividad (…) y sabiduría que solo tienen las personas verdaderamente espirituales a las que falta toda ambición y nunca desean brillar, ni convencer a los demás, ni siquiera tener razón (…)”. (El Lobo Estepario, Hermann Hesse).

Me atrevo a agregar que Rafael Cadenas es un personaje distinto para cada uno de los seres humanos que le conoce y permanece siempre a contraluz, en los linderos del misterio, transformado día a día en la medida en que crece su obra. Su lenguaje se enriquece y se amplía la comprensión amorosa hacia el ser humano. Es lo que percibo en su poesía y siento que ninguno de sus poemas es prescindible, cosa poco frecuente en la obra de la mayoría de los escritores.

Su estar en el mundo inspira una gran paz, aunque a veces hay que sobreponerse a esos silencios suyos tan férreos y armarse de valor para osar romperlos. Él es apenas un postigo entreabierto, nada más un vértigo hondo de presencia, tan dado a marcharse y regresar intacto más cercano cuanto más distante. Atravieso las páginas de sus libros y me dejo atrapar por el silencio.

Y en lugar de elucubrar o suponer, prefiero atenerme a sus propias palabras, tomadas del libro Entrevistas (Ediciones La Oruga Luminosa, 2000) y de recortes de prensa. En Últimas Noticias el 26 de junio de 2002, a la pregunta ¿Cuál es su forma expresiva?, él responde: “Escribo poemas en prosa”. Acerca de sus influencias, dice:

“Durante un largo período la influencia principal fue de poetas franceses como Michaux, Rimbaud, Char. Después volví a la forma del verso libre”. (…) “De la India más que su literatura me ha interesado su filosofía clásica, el pensamiento que parte de los Upanishads”.

También me atrevo a adivinar en su obra la lectura atenta de Lao Tsé, Chuang Tzu, Li Po, Rilke, Whitman, Lawrence…

Ante la interrogante sobre si la poesía debe tener un mensaje ideológico o religioso, Cadenas responde:

No. Lo que pasa es que lo que el poeta piensa se trasluce en lo que escribe. Si uno piensa en grande. Figuras como Dante, uno sabe que detrás de su poesía había un pensamiento filosófico, el de Tomás de Aquino. En el caso de Shakespeare se ha señalado sobre todo la influencia de los estoicos, especialmente de Séneca (…) Hay un vínculo entre filosofía y poesía aunque no se deben confundir (…)”.

En el libro Conversaciones, traducción realizada por Cadenas a una selección de  notas  de Walt Whitman (Ediciones Monte Ávila Editores Latinoamericana 1994), se lee este fragmento de Whitman: Bueno, está muy bien la cadencia (…) pero hay algo anterior, más imperativo. Lo primero que se necesita es el pensamiento () Soy muy reflexivo, me tomo mucho trabajo con las palabras () lo que persigo es el contenido, no la música de las palabras”. Encuentro en la poesía de Rafael Cadenas una tendencia cercana. No se pueden leer sus versos de una sola vez, cada cuatro o cinco palabras conviene detenerse y buscar su resonancia dentro de nosotros.

Desde una isla a un destinatario desconocido

En el poemario Una isla, el joven Cadenas escribe en 1960:

Si el poema no nace, pero es real en tu vida,

eres su encarnación.

Habitas en su sombra inconquistable.

Te acompaña

diamante incumplido”.

Una existencia vivida con autenticidad puede ser tan o más poética que el poema mismo. Una isla se forja desde esta reflexión sin ser una escritura de tinte filosófico, porque emerge en la matriz luminosa del mar y ese esplendor acompaña casi todos sus poemas. Plantea la paradoja de la realidad y el lenguaje que la nombra, hasta el punto de considerar la existencia del hombre como unasombra inconquistablede lo real, que es el poema. Lo cual nos pone ante los ojos el antiguo interrogante de si la palabra crea las cosas o estas surgen antes que el lenguaje. ¿O son inseparables la realidad y la palabra? Me atrevo a pensar que la esencia es la palabra y el origen de todo es el lenguaje. Me reconozco cautiva de los primeros versículos de Juan evangelista: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios”. (Juan, 1,1-2). Lo visible no es sino una sombra de aquello que ES, el poema supremo de Él mismo.

Cuando se vive en una isla arrojado al desarraigo se está uno sometido a la caricia o a la garra  de luces y sombras, doble visión que viene de lo alto y se refleja en las aguas. Por eso la luz entra a raudales del poemario Una isla: Muelle de enormes llamas  / Navíos que viajan al sol / () Ciudad de corazón de árbol / () La luz golpea mendigos ()”.

Y la significación polifónica de los versos abarca el lugar donde se refugia un  personaje femenino:

“tú entras en la luz (…) / tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor (…)/ tu cuerpo es un arrogante / palacio / donde vive / el / temblor”.

El amor transforma el exilio en libertad, porque cuando somos libres y estamos bien, poco nos damos cuenta de ello y se nos pasa la vida sin pena ni gloria, aferrados a la rueca de los hábitos:

“El amor nos transforma… el pobre carcelero se creía libre porque cerraba la reja, pero a través de ti yo era innumerable. / (…)  El amado pronuncia el encantamiento que cubre una zozobra”.

Mas el poeta advierte que nada ni nadie en este mundo es para siempre y hay que partir de todo en cada instante: “No hay luz que nos enlace /

() nuestras fiestas convertidas en fogatas / que avientan su ilusorio mediodía”.

En el exilio del alma los pequeños detalles salvan de la desolación, aun en la más triste de las separaciones: El exiliado deplora las patrias / Rehúye escisiones. Se encamina hacia el instante”. Siempre lo acompaña un diamante incumplido: la libertad de poetizar.

En su obra se aprecia una observación rigurosa de su propio espíritu, así como de los pequeños sucesos cotidianos, como por ejemplo, escuchar las voces infantiles de los niños de la casa pidiendo un helado o salir a comprar el periódico. Encuentro una síntesis de la existencia y su valoración, una visión del hombre acerca de sí mismo, de sus vivencias, una conmovedora comprensión de sus propias marchas y contramarchas y una prontitud esencial en el uso del lenguaje. Visión que siempre será fragmentaria, pues ningún ser humano puede aquilatar la verdadera dimensión de otro ser, que es infinita.

“Busca tu alma, ámala, tócala, cultívala”, escribe Rimbaud en su Carta del Vidente. Se percibe  en la poesía de Cadenas a un ser que se adentra en profundidad en su condición más íntima y la desviste de eufemismos:

“Yo, envés del dado, relataré no sin fabulaciones mi transcurso por tierra de ignominias y dulzuras, rupturas y uniones, esplendores y derrumbes”. Del libro Los Cuadernos del destierro de Rafael Cadenas, 1960.

El que observa sin velos la caída de sus propias máscaras anhela imperiosamente “ver” su verdadero rostro. ¿Quién soy, cuál de mis yoes, quien es el que Es?: “(…) Un día comenzó la mudanza de los rostros (…) todos escenificaban una danza de posesos sobre mis hombros (…). Mi rostro ¿dónde estaba? Debí admitir, tras dolorosa evidencia, que lo había perdido”.

Este poema revela el  desconcierto de quien despierta en una irrealidad habitada por cientos de espejos deformantes y no sabe cuál de todas esas imágenes es la verdadera. Estos versos desgarradores de Cadenas me hacen pensar en las palabras de Rimbaud en su Carta del Vidente: “El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento, entero; busca su alma, la inspecciona, la tantea, la aprende. En cuanto la conozca, ¡debe cultivarla! (…) El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desajuste de todos los sentidos. (…)”.

Falsas maniobras

Cuando se vive la experiencia de un fracaso es frecuenta que la persona se sienta más cerca que nunca del propio ser. De los triunfos poco aprendí, ellos me alejaron del encuentro con lo insondable que se esconde más allá de la apariencia. Por eso me conmueve el poema Fracaso del libro de Cadenas Falsas Maniobras. Es la extraña y honda hermosura que siento en unos versos traspasados de lucidez: “Cuando ponías tu marca sobre mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los tiempos./ Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme (…) Gracias por apartarme”.

Cuando el hombre se sumerge en su propia soledad surge el poema, bien sea hecho de palabras o de sangre. “¿Quién sabe de la Noche?”, escribe Juan Liscano en el primer poema de Nuevo Mundo Orinoco. ¿Quién sabe de la desolación y del abatimiento a muerte, del fracaso absoluto sino aquel que lo padece?”. En el vórtice del torbellino más negro puede asomar un celaje de esperanza. Por eso me gusta el poema de Cadenas Beloved Country, con su arco iris de sentidos, porque según sea el estado del ánimo de quien lo lee, significa el canto nupcial con el “sí mismo”, o la llama del encuentro con el amado(a), tal vez el regreso al núcleo de la tierra, o también el reencuentro con la palabra que se había negado a volver al poeta en su abandono:

“Cuánto tuyo no se desenvuelve como música perdida en mí. /País al que regreso cada vez que me he empobrecido.(…)¨´/Nunca me has negado tu leche de virgen./ Mi reflujo, mi fuente secreta, mi anverso real.

Ignoro el alcance de tu olor de especia, pero sé que has estado en todos mis puntos de partida, envolviéndome. Oriente solícito, como una ceremonia. /País donde van las líneas de mi mano, lugar donde soy otro, mi anillo de bodas. Seguramente estás cerca del centro”.

Este poema trae el lejano aroma de la raíz que tiene sed de beber en la fuente de la vida y se hunde al fondo de la tierra en búsqueda de la madre, amante, esposa y alma en exilio. Que no otra cosa es estar en este mundo más que un exilio del alma que ha sido apartada temporalmente de la palabra que la creó.

Intemperie

Del poemario Intemperie me cautivan estos versos:

Hazte a tu nada plena.

Déjala florecer.

Acostúmbrate al ayuno que eres.

Que tu cuerpo se la aprenda”.

                                                           (Poemas selectos)

Esta referencia trae a mi mente los versos sobre la Nada leídos en el libro La Nueva Tierra del hombre nuevo (Ediciones Custodia de Tierra Santa, 1977):

“La Nada es lo más cercano al Ser

y es lo que somos:

somos Nada.

La Nada está más allá del pensamiento,

ella está por encima del entendimiento.

Por tanto, no se llega a ella por el conocimiento,

sino por la ‘renunciación’.

Para llegar al Ser hay que dar un salto

en el vacío,

ese ‘vacío’ es la Nada”. 

En casi toda la poesía de Cadenas y sus escritos en prosa, como los Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística se percibe un desprendimiento para alcanzar la sabiduría en la más absoluta sencillez, sin pretender ser moralizante, lejos del culto a la personalidad. En la flaqueza y sobre todo a través de ella se roza el borde del amor, en la mayor indigencia se siente la intensidad de lo hermoso, ese “diamante incumplido” que se haya detrás del espejismo de la nada.

Amante

Como si no se pudiera respirar, en un ahogo, en asfixia casi mortal se vive cuando se está lejos del amado. Nada interesa al cuerpo, todo es  baratija, remedo de vida cuando él o ella no ama o no sabe que ama. Así escribe Cadenas en su libro Amante:

“¿Cómo pudiste vivir / de la idea/ que la ocultaba,/ con un sabor/ que no era el de ella,

Huyendo/ de su aparecer/ que era también el tuyo?”(Amante)

Cuando se está lejos de la presencia amada el mundo se desdibuja, pierde peso, se regresa al bosquejo, a aquello en el anhelo bosquejado. Únicamente importa él o ella, su latido, su respiración. Quien se enamora está dispuesto a traer, como escribe Emily Dickinson “rosas de Zanzíbar / abejas por millas, / desfiladeros azules / ejércitos de mariposas”.

Ningún elixir calma la sed ni cura el mal; apenas se respira y el pulso se suelta a latir sin concierto porque uno se quiebra y es capaz de lo imposible. Es el enamoramiento sin correspondencia una semilla de la más loca imaginación, lo imaginado sobrepasa casi siempre a la realidad, es más atrayente porque no se transforma en concreciones que suelen no cumplir el ensueño. Muestra de ello la pasión del Quijote por su adorada Dulcinea del Toboso, ejemplo de la hermosura y el encanto que el propio Quijote inventó en su pensamiento y en su corazón.  El dolor del amor ausente no desaparece sino con presencia tangible:

La realidad refleja casi siempre un solo lado de las cosas y si nos damos vuelta, el espejo, con esa terquedad tan lógica de su sino, continuará  revelando tan solo el otro lado del ser. Así también, los otros reflejan nuestro rostro empañado por sus ideas predeterminadas sobre cómo se imaginan que somos, o como quisieran que fuéramos. Nadie logra conocernos absolutamente. Solo existe un ser que en un instante es capaz de ver, sentir, saborear y saber cómo somos. Debiera decir, más bien, qué somos, quiénes somos:

“Eludías / el encuentro/ con el tú/ magnífico,/ el que te toma / y te anula como tempestad

y de ti arranca al que busca”. (Amante)

El amante posee por entero nuestra imagen y nos la devuelve intacta, íntegra, plena de toda plenitud. Nos entrega también algo más que antes no éramos, porque habíamos sido fragmentados, porque cuando llegábamos a ser, no había espejo que nos contemplara, ni había cáliz que contuviera nuestra sangre toda.

Después de haber vivido la experiencia de la otredad salvada y vencida por lo inexorable, el amor, que se revela por encima de cualquier pensamiento, de cualquier medida, el hombre se encuentra íntegro ante sí  y adquiere la “conciencia cósmica que nace de una compenetración del fondo más profundo del individuo con la vida de todos los seres y con el universo”, esa conciencia a la cual se refiere Rafael Cadenas (Conversaciones). Me gusta pensar que cuando Cadenas se refiere a esa “conciencia cósmica”, se describe también a sí mismo.

Y el poeta deja de verse separado, fragmentado, solo de toda soledad, porque posa el pie en la experiencia única,  imborrable de ser uno con la vida, de ser vida en la Vida. No es el éxtasis de los amantes la única vía del encuentro con la totalidad. Recordemos a San Juan de la Cruz: Sin arrimo y con arrimo / sin luz y a oscuras viviendo / todo me voy consumiendo. / Mi alma está desasida / de toda cosa criada / y sobre sí, levantada / y en una sabrosa vida / sólo a su Dios arrimada”. La agonía y el éxtasis del fraile Juan florece en la unión con el Amado.

Voluptuosa experiencia irreversible, “restaurada inocencia”, florecimiento “en un abismo”, el abismo del ser. Cadenas invita a “Vivir / en el sabor de ser”.

Y nos confiesa: “Solo he conocido la libertad por instantes, cuando me volvía de repente cuerpo”. Manera de decir, con prontitud de lenguaje, haber encontrado un rostro ajeno que lo refleja íntegro y le permite ser con absoluta libertad, porque decir cuerpo es decir un todo, es no estar escindido en esas incómodas, a veces penosas categorías del cuerpo y el alma. Versos que ya son míos y de todo aquel que sea tocado por ellos. Palabras que conducen al resplandor, magnífico y terrible, de entregarnos al abrazo del origen:

“Y ella lo obligó a la más honda encuesta,

A preguntarse qué era en realidad suyo.

Después lo tomó en sus manos

Y fue formando su rostro

(…)

y lo devolvió a los brazos del origen”.    

                                                           (Amante)

A manera de conclusión

En 1984 Cadenas escribe: “(…) La situación de deterioro que he descrito de manera muy sucinta tiene graves consecuencias para el venezolano. El desconocimiento de su lengua lo limita como ser humano en todo sentido. Lo traba; le impide pensar, dado que sin lenguaje esta función se torna imposible; lo priva de la herencia cultural de la humanidad (…) lo convierte en presa de embaucadores, pues la ignorancia lo torna inerme ante ellos y no lo deja detectar la mentira en el lenguaje (…)”.

Nunca como hoy tiene validez esta aseveración, cuando la falsedad  se extiende cada vez más en casi todos los ámbitos.

Estamos ante una de las reflexiones esenciales contenidas en el pensamiento de Cadenas. Un lenguaje deficiente y empobrecido hace a un pueblo esclavo de la ignorancia. Con frecuencia recuerdo las palabras del profesor de Fonética Higgins, personaje de la obra Pigmalión de Bernard Shaw, que se conduele amargamente de la joven vendedora de flores por su “espantosa” manera de hablar, con graves errores en la pronunciación del idioma inglés. Él asegura que si tuviera ocasión de enseñarle a expresarse correctamente, la joven se convertiría en una dama capaz de ser la dueña de una floristería. No es asunto de afincarse en el sentido utilitario de dominar una lengua, más bien se trata del dolor que causa el incomprensible desprecio por aquello que nos es más ínsito. No amar el lenguaje es dejar de amar nuestra naturaleza y a nuestro propio ser.

Agradecimiento y despedida.

El trabajo sobre la obra de Cadenas en más amplio pero no quiero fatigarles. De nuevo  manifiesto a la Academia Venezolana de la Lengua mi profunda gratitud. Gracias a todos.

Carmen Cristina Wolf Losada

Caracas, 9 de julio de 2018

En la sede de la Academia Venezolana de la Lengua

Palacio de las Academias

Carmen Cristina Wolf
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