Javier Cobo Quintero
Javier Cobo Quintero se siento muy a gusto en la Sala TAC del Trasnocho Cultural. Foto de Rafael Barazarte.

Especial para Ideas de Babel. Conoció un abanico de naciones y una infinidad de gente importante, entre diplomáticos y políticos, de todas las toldas electorales del país. Viajó por el mundo gracias a que fue el hijo de una diplomática que dejó una impronta muy profunda en su ser y a la que cuidó hasta sus últimos dí­as. Conoce y ama la ópera. Hoy cuida las obras de arte de la Galería TAC del Trasnocho Cultural y se alegra de sus vivencias.

En los dí­as del apagón, aún sin poder abrir el Trasnocho Cultural, estaba en su lugar de trabajo en la Galería TAC. Lo conocí­amos desde un tiempo atrás, cuando coincidimos en el carrito del café del piso superior del Paseo Las Mercedes y lo invitamos a tomar algo pues nos llamaba la atención un señor tan educado en oficio de vigilante, taciturno y solitario.

Acercarnos a los seres humanos nos hace descubrir enormes cajas de sorpresas. Javier Cobo Quintero es vigilante en la Sala TAC desde hace seis años. Piensa que la compañía de seguridad lo escogió por su edad y por haber trabajado en el Ministerio del Interior y Justicia desde 1995 hasta el 2004. Le preguntamos si había sido policía y dice que no, que era adscrito a la dirección de Protocolo, Acervo Histórico y Ceremonial de la Nación donde era asistente de protocolo.

¿Entonces, usted votó por Chávez?

”Yo realmente voté por el Movimiento Quinta República porque colaboraba ocasionalmente en la casa de Las Mercedes donde estaba Sonia Miquilena. Es que mi amistad con ella data de muchos años, cuando Sonia viví­a con su primer esposo en San Bernardino y la habí­a conocido a través de unos chilenos exiliados amigos de mi hermana. Pero aclaro que Chávez tení­a una visión que no es la misma que funciona ahora. Yo me habí­a inscrito en Copei en 1989, atendiendo la solicitud de Edecio La Riva, quien era un pariente muy querido y generoso con nosotros, al que yo siempre admiré. Estuve trabajando en la Casa Nacional como voluntario y siempre voté verde hasta encontrarme con Sonia Miquilena. Pero luego volví a Copei en 2007, donde por elecciones fui elegido secretario general del comité de Caracas, y contactaba con las casas del partido y repuntamos los inscritos.

El señor Cobo ha viajado por el mundo y vivió en diferentes paí­ses gracias a que su madre, Carmen Quintero, maracucha de nacimiento pero andina por el lado paterno y por crianza, perteneció al cuerpo diplomático venezolano por más de veinte años. También tiene una hermana por el lado materno que estudió Letras Modernas en París y trabajó, entre otros, con Marcel Granier, Frank Briceño Fortique y en el IESA.

«Yo viví­ en España y cursé el bachillerato allá. Nos residenciamos en Madrid, Valencia, Cádiz y Vigo. Los primeros países donde destacaron a mi mamá fueron República Dominicana y Puerto Rico. Cursé la primaria en el colegio La Salle de Santo Domingo. Recuerdo esa época como un tiempo muy alegre. Allá­ terminé la Básica.»

El señor Javier cuenta que su padre era un cantante cubano, llamado Humberto Cobo, que perteneció a la Orquesta Lecuona Cuban Boy’s y por eso viajaba mucho. Su mamá lo conoció en La Habana entre 1959 y 1961 donde se fue siguiendo a la Revolución Cubana. «Se casaron en Cuba, me tuvieron a mí y se vinieron a Caracas pero aquí se dejaron, y él murió en Puerto Rico. Mi papá era un anticastrista furibundo pero inofensivo. En definitiva, los cubanos son todos la misma cosa. Él pudo salir de Cuba gracias a la ayuda de mi mamá. Mi mamá y yo nos quisimos mucho, ella murió en mayo de 2000.»

¿Entonces, su mamá murió comunista?

Diría que mi madre murió urredista pues fue siempre simpatizante de ese partido, y era muy cercana a Jóvito e Ismenia Villalba, Ignacio Luis Arcaya y Simón Antonio Paván. Ella tuvo amigos en todos los partidos de la época. Luis Herrera Campi­ns la estimó mucho. Recuerdo que cuando salíamos con la urna, dijo: «Yo llevo a Carmencita». Por ejemplo, ella fue la agregado cultural de Tomás Polanco Alcántara en Madrid; fue amiga de Jaime Lusinchi. Es que toda esa gente era unida y habí­a compañerismo.

Estudios

Javier terminó el bachillerato en Madrid. Estuvo tentado a estudiar Literatura. Hizo cursos de solfeo y dice tener voz de bajo, bajito. Cuando él tení­a 19 años, a la señora Carmen Quintero la destacaron en Lisboa, durante la época del general Ramalho Eanes, y Javier en esa ciudad se dedicó a estudiar alemán y francés. Posteriormente, trasladaron a su madre al Reino Unido y en Londres se dedicó a estudiar alemán por su afición a la ópera.

«Me encantó Londres. Me ayudó mucho a sentirme mejor que unos familiares nuestros vivieran allá. Esa ciudad para mí  fue una sorpresa porque encontré un abanico de posibilidades de una categoría cultural infinita para mi campo de estudio musical. Había salas de conciertos, museos. Allá­ estuvimos dos años».

¿Lee el alemán?

Sí,­ por mi afición musical y porque así­ puedo leer los libretos de los grandes compositores dramáticos alemanes. La ópera para mí es un deleite y llegó a un punto culminante cuando asistí a los festivales de Bayreuth, en el sureste de Alemania.

¿Y acude a los ciclos de ópera en el Trasnocho Cultural?

No, porque coincide con mi horario laboral, pero en vacaciones los he disfrutado mucho gracias a que el arquitecto Enrique Berrizbeitia me ha brindado entradas de cortesí­a en las óperas programadas.

Y en el i­nterin de la larga conversación con el señor Javier, se presentó a la galería una amiga de la ópera llamada Yolanda que vino a saludarlo y nos dijo: «él sabe mucho».

¿Pero canta aunque sea bajito?

Temo molestar a los otros aunque antes sí­ cantaba.

¿Usted es tí­mido?

Para ciertas situaciones sí, pero es que esté dentro de mí­.

¿Y nunca se enamoró?

En España tuve una noviecita cuando tení­a como 20 años. También tuve amigas húngaras, pero no me casé ni tuve hijos. Me decían «quédate aquí­ que hay muchas oportunidades», pero comprendí­ que era el momento de regresar a Venezuela, aunque me daba cuenta que era un salto muy grande el que hací­a. Pero no crea que tampoco era el de un lunático que va de un planeta a otro, dice Cobo.

Y el señor Javier nos sigue contando de sus viajes por el mundo como cuando su mamá pide ser trasladada a un país de la Cortina de Hierro porque allá la vida era más económica y podía ahorrar. Entonces, la destacan para Hungrí­a en los últimos tiempos del comunismo.

Allá­ me encontré en un país pequeño con muchas posibilidades de estudiar, y estimulado por los profesores de música. Cursé musicologí­a en la Academia Liszt de Budapest por dos años. Me sentí muy bien en esa ciudad y me gustó mucho cómo los húngaros trataban a mi madre, y no era por un asunto polí­tico, sino por su magnetismo personal. En Budapest tuve contacto con la gente de la democracia cristiana y eso me permitió contactar años después a Enrique Mendoza cuando fue por primera vez alcalde del Municipio Sucre, en 1991. Y allí­ tuve una suerte maravillosa porque fui nombrado el enlace del área cultural del Casco Histórico de Petare con la casa de Tito Salas, la sala de teatro César Rengifo, e hicimos alianza con la Fundación José Ángel Lamas que dirige Carmen Sofía Leoni, quien viene con frecuencia al TAC.

¿Entonces, cuántos idiomas habla?

Alemán, inglés, portugués y un poco de húngaro.

Los trabajos: un poco de todo

El señor Cobo tiene un recuerdo muy gracioso de su madre al saber que Luis Miquilena era el ministro del Interior y Justicia cuando Chávez, y comentó «Pero caramba, cómo llegó Luis a ese cargo». Mi madre estaba bastante enferma, y yo tení­a que buscar un buen trabajo porque estaba consciente de que las cosas no iban bien. Teníamos un apartamento en la avenida Libertador y mi mamá hizo malas inversiones de modo inconsciente y perdimos la vivienda en el año 2000. Salimos de allá­ a Los Naranjos porque mi hermana nos ayudó. Hoy vivo en una habitación en Chacao».

«Trabajé desde 1995 y por diez años en la Oficina de Protocolo y Ceremonial del Ministerio del Interior y Justicia y fue una época bonita. Allí­ estaban Marco Parí­s Del Gallego y Andrés Eloy Rondón como directores de Ceremonial. Como ya conté, habí­a trabajado en la Alcaldí­a de Sucre desde el 91 al 93 y luego me tomé un descanso, aunque colaboré con el Círculo de Lectores. Después del 2005 fui botones y luego recepcionista turnante en el Hotel El Cid en La Castellana. El hotel cerró y por la amistad de Mireya Valles con mi madre me contrataron en la Funeraria Valles, provisionalmente. El cargo lo llamaban centralista pero era de protocolo, función que siempre lo ejercieron mujeres en la funeraria.»

¿Y le gustó ese trabajo?

Sentí­ que mi labor beneficiaba a los otros. No era un mal cargo y salí de allí­ muy agradecido. Después ingresé a la empresa de seguridad que lleva el Hotel Paseo y el área comercial y en mayo de 2013 hubo una vacante en el Trasnocho y por consideración de la señora Solveig Hoogesteijn, me trasladaron para la Sala.

¿Cómo se siente aquí­?

Reconozco que me siento bien. Los que trabajamos aquí tenemos un sentimiento de que lo que hacemos es perdurable y todo se mantiene uniforme. Más allá de que me guste o no, yo me he guiado por las directrices de la sala donde he mantenido un bajo perfil y he ido comprendiendo que no es el protocolo de antes. Aquí­ la labor es salvaguardar y proteger las instalaciones y las obras de arte, y mi comunicación con el público es la mí­nima indispensable.

¿Añora el pasado?

Como decía el poeta español Jorge Guillén «Padecer da saber». Me queda la alegrí­a por lo que viví y al evocar el pasado me parece que son recortes de mi vida, por eso no siento complejo pues son vivencias irrepetibles.

Entrevista: María Fernanda Mujica Ricardo

Fotos: Rafael Barazarte de Prensa del Trasnocho Cultural

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