In this Monday, Dec. 28, 2015 photo, Donald Keene enters his study at his home in Tokyo. Keene persevered, arriving in the ancient Japanese imperial capital of Kyoto in 1953 to do research. From those beginnings he counts about 25 books in English and 30 in Japanese and more than six decades of teaching. HeÂ’s considered a giant in the field he helped build, translation and Japanese literature. His life has become so intertwined with Japan that he has decided to spend his remaining years here, becoming a Japanese citizen in 2012. (AP Photo/Shizuo Kambayashi)
In this Monday, Dec. 28, 2015 photo, Donald Keene enters his study at his home in Tokyo. Keene persevered, arriving in the ancient Japanese imperial capital of Kyoto in 1953 to do research. From those beginnings he counts about 25 books in English and 30 in Japanese and more than six decades of teaching. HeÂ’s considered a giant in the field he helped build, translation and Japanese literature. His life has become so intertwined with Japan that he has decided to spend his remaining years here, becoming a Japanese citizen in 2012. (AP Photo/Shizuo Kambayashi)
Donald Keene, un personaje de novela que se inició como traductor de la Marina norteamericana en el Pacífico durante la II Guerra Mundial y terminó adquiriendo la ciudadanía nipona después de escribir docenas de hermosos volúmenes sobre la cultura que lo deslumbró mientras sirvió en el Ejército. Foto: Shizuo Kambayashi)

¿Qué tenemos que ver nosotros con Japón? ¿Cuál es el fundamento de esta obsesión por beber de las fuentes de la tradición nipona en tiempos de calamidades y desesperación, cuando la violencia nos sacude el piso con la fuerza de un terremoto de 10 grados Richter o más?

Siempre estamos de vuelta, regresando a la historia de la literatura japonesa, leyendo sus clásicos y aquellos que estudiaron a los clásicos, como Donald Keene, un personaje de novela que se inició como traductor de la Marina norteamericana en el Pacífico durante la II Guerra Mundial y terminó adquiriendo la ciudadanía nipona después de escribir docenas de hermosos volúmenes sobre la cultura que lo deslumbró mientras sirvió en el Ejército. Cada página de sus libros está relacionada con lo que pasa en Venezuela y nos conmueve como un río subterráneo que atraviesa de forma invisible el abismo de tiempos y lenguas diferentes, descifrando identidades y gérmenes poderosos. A pesar del deterioro visible de nuestras condiciones de trabajo, de la arrechera que nos da ver cómo están dejando el país y sobre todo después de contemplar la alegría de los que nos odian, tenemos que formar anticuerpos, la resiliencia necesaria para escapar de esta pesadilla. Y nada, al menos en mi caso, como estudiar literatura japonesa. A veces me resulta la única manera de escapar de esta mierdocracia, donde los funcionarios compiten a ver quién hace peor su trabajo.

Un ejemplo. El personaje guía, el pivote de la novela cumbre de Yukio Mishima, desde cuya perspectiva se construye el relato, es un viejo abogado que observa la larga trayectoria de su vida, testigo inconforme de los horrores que acontecen a sus amigos: muerte, enfermedades y suicidios. El título de su tetralogía está referido a uno de los cráteres de nuestra luna: Mare Fecunditatis o Mar de la fertilidad, uno de los lugares más inhóspitos y sin condiciones para la vida en todo el universo cercano, desde el cual, sin embargo, podemos observar el precario equilibrio de la belleza en la Tierra, nuestro planeta. La efímera condición de la estética japonesa, delicada y esquiva, fue mencionada en la conferencia de Yasunari Kawabata, al recibir en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura en 1968. ¿Somos capaces, se preguntó, parafraseando al poema de Ikkyu, un monje y poeta del siglo XV, de escuchar el sonido del viento moviendo los árboles al observar un dibujo representando a la naturaleza? Cuando el abogado confronta al final de la tetralogía a la abadesa de un monasterio budista, tratando de entender la drástica  y cambiante realidad que tanto dolor y sorpresa han producido, lo conducen en silencio a un jardín zen, donde se enfrenta a una poderosa imagen del vacío y la nada. La gravedad, la fuerza que atrae al lector, no es la tristeza de la decadencia humana, sino saber que todas las cosas encuentran su destino y que generalmente somos nosotros mismos quienes lo creamos. Y que al final sólo aparece la soledad de una mujer o un hombre fulminado por una imagen de la perfección del mundo. No es la memoria agotadora de quién no olvida sus propias equivocaciones o las injusticias padecidas, sino la percepción de una tenue belleza que aspira a ser reconocida por los ojos incrédulos de quien ha contemplado el horror.

El título de la conferencia de Kawabata ha sido traducido como Japón, la belleza y yo (Japan, the Beautiful and Myself). En japonés es Utsukishii Nihon no watashi (美しい日本の私) o Yo, que pertenezco al hermoso Japón. Es el mismo adjetivo usado para referirse a la estética, las bellas artes o a una linda mujer. Cuando Kenzaburo Oe recibió el  mismo premio que Kawabata en 1994 le puso a su conferencia el título de: Yo, del Japón ambiguo o Aimai na nihon no watashi, utilizando un complejo adjetivo compuesto por dos kanjis referidos a distintos aspectos de lo vago y oscuro, en abierta contraposición a la belleza meridiana aludida por su compatriota. Hizo hincapié no en las flores de los cerezos o en la luna fría de Dogen, que ha inspirado por siglos a tanta gente, desde los poetas beatniks en los Estados Unidos o a los practicantes de la meditación en África, sino en el salvajismo propio del nacionalismo. El hombre que no protesta contra la guerra es cómplice de sus atrocidades, escribió un famoso lingüista danés y la palabra inocente, recordó e Kenzaburo Oe, viene del latín noceo y significa el que no hiere, el que no mata, ni hace desaparecer. Aquí está el fundamento de la actitud de Oe, su más profunda convicción: la necesidad de rescatar, o más bien de buscar, de intentar recuperar la inocencia en el trato con nuestros semejantes. ¿Cómo adquirir esta virtud o inteligencia, como practicar esa claridad para reconocer en nosotros mismos la regla de oro? Que aventura tan maravillosa y descabellada, por la cual sin embargo vale la pena correr todos los riesgos. Sin embargo y aquí logro hacer coincidir, al menos en el estrecho espacio detrás de mi frente, esta imagen de Oe con la realidad venezolana y más exactamente en el principio de la no-violencia, que se encuentra en las antípodas del militarismo. El fundamento de la democracia venezolana ha de estar en la negación del uso de las armas por cualquiera de las dos facciones en pugna y ha también de estar acompañado por la denuncia de quienes voluntaria y conscientemente se las entregaron a grupos violentos, organizados o cultores de la anarquía.

Obvio que la posición del escritor japonés fue elaborada tomando en cuenta las bombas de Hiroshima y Nagasaki, así como de los excesos de la Guerra en el Pacífico, pero la enseñanza es demasiado pertinente cuando nos desesperamos por encontrar un venezolano sano de juicio, decente (digno y honesto), tolerante y respetuoso en el Gobierno. Es la prueba de fuego de nuestra generación: no la salvaje decisión de implantar un socialismo desolador o de reconstruir las instituciones democráticas, sino la formación de futuras generaciones a partir de un ejemplo sencillo como puede llegar a serlo el intentar vivir como una buen persona. Al menos tuve las enseñanzas de mis padres, pero eso no basta. Leer y estudiar japonés ayuda.

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