Vicente Gerbasi
El poeta Gerbasi fue uno de mis espacios cálidos y nutrientes, en especial, con su poema de antología mundial: ‘Mi padre el inmigrante’.

La poesía es una ecuación estética en la que van implícitas una gran carga vivencial y poderosas ráfagas de intuición creadora. No cabe duda que, en la solución de esta ecuación, contribuye la sensibilidad. En ésta radica la posibilidad de ser poeta. Pero la sensibilidad por sí sola no basta. Es necesario ahondarla, depurarla, impregnarla de entusiasmo creador. Y esto se logra mediante el estudio y la meditación, es decir, mediante el trabajo.

Vicente Gerbasi

Berta, mi abuela materna, y Vicente, el poeta, nacieron en Canoabo a principios del siglo XX. Ambos —a su manera— eran sujetos, personas, seres de palabras. Mi abuela Berta —sin ser analfabeta— escribía y leía lentamente, con dificultad, especialmente cuando se trataba de leer un texto en voz alta. En este caso, espaciaba las sílabas como si estuviera practicando la lectura con un silabario de los de antes: Mi mamá me mima… Yo amo a mi mamá.

Un día —intrigado y curioso— le pregunté acerca de esa personal forma de leer, a lo que me respondió que nunca había entendido cómo las letras entraban por los ojos, así que —con la ayuda de su tijerita escolar— las recortaba y se las comía. No sé cuántas vocales o consonantes, mayúsculas y minúsculas, engulló mi abuela en su infancia. Presumo que buena parte de mi pasión por la letra y la palabra tiene, además, un componente genético derivado de la manducatoria escolar de Berta.

Ambos —mi abuela y el futuro poeta— vivieron una infancia feliz en su Canoabo natal, donde realidad y fantasía se confundían para la alegría de los dos chiquillos de entonces; Gerbasi lo registra en uno de sus más celebrados poemas:

Te amo infancia, te amo

Te amo, infancia, te amo
porque aún me guardas un césped con cabras,
tardes con cielos de cometas
y racimos de frutas en los pesados ramajes.

Marguerite Yourcenar sostenía que “el verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente”. En mi caso, y en lo que concierne a la poesía, ese territorio de mi nacimiento estuvo asociado con la lectura del libro El arco y la lira de Octavio Paz; lectura compleja, pero pedagógica, que me motivó a leer más y más poesía; el poeta Gerbasi fue uno de mis espacios cálidos y nutrientes, en especial, con su poema de antología mundial: Mi padre el inmigrante.

Fueron dos décadas de remojo, de maceración de mis imágenes literarias, hasta que —como en un reventón petrolero— los poemas comenzaron a brotar a borbotones para dar origen a varios poemarios propios y colectivos. A esos fines, con Iraida, mi esposa, creamos Ediciones Pavilo (Páez–Viloria), con el objetivo de contar con una plataforma editorial que nos diera autonomía para editar libros propios y ajenos. A este proyecto se sumaron amigos de diversa naturaleza: propietarios de imprenta, diseñadoras, escritores, fotógrafos y artistas plásticos, y uno que otro generoso mecenas. Un par de poemarios de mi autoría fueron reconocidos con menciones de honor en dos importantes concursos literarios, lo que me insufló nuevo aliento para continuar con esta cruzada poética.

Fruto de este renovado ánimo y apoyado por un dadivoso amigo banquero, compañero de estudios en París, y nuevamente con el apoyo del equipo de Pavilo, lanzamos la revista poética Circunvalación del Sur, que acogió —en sus once números— poemas y comentarios provenientes de autores iberoamericanos noveles y consagrados.

Desde el año 2002, establecí una franca y solidaria relación con el director del Centro de Estudios Ibéricos y Americanos de Salamanca (CEIAS), en cuya colección publiqué nuevos poemarios, y un par de antologías de mi obra poética que fueron incrementando el badén de mis dispares versos… y aún continúo publicando.

Con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Vicente Gerbasi en 2013, siendo director de la Cátedra Venezuela Ricardo Zuloaga del Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Uslar Pietri de la Universidad Metropolitana de Caracas, con el apoyo de la Fundación Gerbasi, consideré conveniente editar un Libro Homenaje al gran poeta de las letras hispanoamericanas. Fruto de esa iniciativa se editó el libro de marras, donde diecinueve autores expresan su opinión sobre variados y disímiles aspectos de la poesía plural de Vicente Gerbasi. En efecto, profesores universitarios, lectores acuciosos, narradores, poetas, periodistas, críticos literarios de Venezuela y del exterior, se sumaron a las afectivas remembranzas de la familia del poeta, para ofrecer a la comunidad literaria iberoamericana un libro que es cabal expresión de una genuina admiración por ese gran poeta venezolano: don Vicente Gerbasi, quien, a cien años después de su nacimiento, sigue concitando el interés de críticos y lectores.

Ahora, radicado en Salamanca por incomprensibles situaciones que afectan a millones de nuestros conciudadanos, me entero del otorgamiento de este importante galardón, que, en mi nombre, recibe el fraterno aliado Víctor Guédez.

Los agradecimientos son muchos, no he querido citar por su nombre a ninguno de los amigos y cómplices que, en estos casi treinta años de realizaciones poéticas, me han solidaria y desinteresadamente acompañado y, sin duda, merecen parte de la medalla que el Círculo de Escritores de Venezuela generosamente me otorga.

Despidámonos pasajeramente con unos desgarrados versos de Vicente Gerbasi, que parecieran haber sido escritos recientemente para denunciar estos malhadados tiempos de ignominia bolivariana:

Yo bajo del centro de una geografía criminal y antihumana.

perdido mis cabellos y mis uñas en los terribles escollos mutilados.

Desciendo sin ojos y garganta, sin playas y palmeras.

Desmesuradas manos tratan de subirme al mundo de las brisas;

pero aguas turbias, aguas negras, aguas de antiguos templos sumergidos,

murmuran y ensordecen,

arrastrándome a las precipitadas ciudades de los náufragos.

 

 

 

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